Guti en una de sus primeras grandes noches como madridista | Fuente: Real Madrid
Guti en una de sus primeras grandes noches como madridista | Fuente: Real Madrid
CARLOS RODRÍGUEZ LÓPEZ

@Carlosrlop

Nunca olvidaré aquel 30 de enero. Era una noche fría, aunque lo que me invadía en ese momento no era el frescor de la noche gallega en pleno mes de enero, sino esa forma de respirar distinta que solo se tiene cuando sabes que estás ante una primera vez. Esa era la primera vez que iba a ver un partido de fútbol a un estadio, y lo hacía acompañado por mi padre. La cita, un Deportivo de la Coruña-Real Madrid en Riazor, marcado por 18 años sin ganar del equipo blanco. Pero esto no va de sentimientos propios, bueno, quizá sí, porque el fútbol, al fin y al cabo, sigue manteniendo personas que los encarnan y liberan en pequeñas dosis, futbolistas que son capaces de hacerte sentir algo con una jugada, como Guti.

Aquel centrocampista de clase exquisita del que decían se encontraba en el ocaso de su carrera me regaló un momento mágico que no olvidaré en la vida, ese taconazo de Guti a Benzema con el que parecía decir “métela tú, Karim, que a mí me da la risa”. Porque los genios son así, mientras ellos se divierten, despiertan en el que lo está viendo una sensación que mezcla el asombro con la fantasía, creando un instante en el que espacio y tiempo parecen congelarse. Son genios porque se divierten.

Y es que si “entrenaran más” como muchos han filosofado —y siguen filosofando— como si fueran pensadores tratando de buscar la respuesta a todo, Guti seguramente no se habría divertido tanto. Y si el 14 no se hubiera divertido aquella noche en Riazor puede que no se hubiera roto el maleficio de 18 temporadas sin ganar. Pero eso nunca lo sabremos, porque los genios no dan respuestas a filósofos, hacen magia. Los genios se conforman con hacer a niños de 11 años, los que tenía yo aquel 30 de enero, pensar que la respuesta a todo es ser uno mismo, con todo lo que eso conlleva… Y, sin quererlo, hacer que ese niño, —ahora un poco más mayor— sepa que una de las mejores lecciones de su vida la aprendió gracias a uno de esos señores que “solo da patadas a un balón”… bendito seas, balón.

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