Este artículo puede contener alguna incorrección temporal ya que fue publicado en 2018
LUCAS MÉNDEZ VEIGA
No vengas, Messi, no encubras el rostro del racismo
Vienes a jugar con tus amigos a Al Malha, en un estadio construido sobre nuestra aldea destruida
Estas son algunas de las frases que el astro argentino ha ido escuchando en las últimas semanas con motivo del ¿amistoso? que se jugaría el sábado 9 de junio entre Israel y Argentina en Jerusalén. Las protestas de ciudadanos palestinos han mostrado el fuerte desacuerdo a que la selección, encabezada por el astro del Barça, disputase un partido en el estadio del club renombrado como Beitar ‘Trump’ Jerusalén.
La ‘Ciudad Santa’ es escenario geopolítico, propagandístico y símbolo de disputa territorial, algo que han rescatado los grandes medios en los últimos meses después de la victoria de Israel en el Festival Eurovisión o del traslado de la embajada estadounidense de Tel-Aviv a Jerusalén. Ahora vuelve a escena el conflicto por motivo de un partido que poco tiene de fútbol y que finalmente, no se disputará.
La visita de Benjamin Netanyahu, presidente de Israel, a la Casa Rosada el pasado septiembre abrió un clima de amistad política entre ambos países. Desde su llegada al poder, Macri ha pretendido instaurar una relación fuerte con el país israelí como aliado estratégico en Oriente Medio. Con motivo del 70º aniversario de la creación del Estado de Israel, se iba a disputar un encuentro de fútbol pactado entre las selecciones de Israel y Argentina. La albiceleste es un reclamo tremendo para cualquier país, con Leo Messi a la cabeza. La locura se había desatado en cuanto salieron las entradas, 35 mil vendidas en diez minutos. Y finalmente no se disputará. Tratamos de poner en contexto el clima que rodea este partido de todo, menos de fútbol.
Jerusalén, epicentro del conflicto
El conflicto por la ciudad santa de Jerusalén viene de largo. Y es enorme y complejo hasta de explicar. En 1947 la ONU aprobó el ‘Plan de Partición de Palestina’ y no hay Estatuto de Jerusalem desde entonces. En un principio iba a ser la Organización de las Naciones Unidas la que administrase la ciudad, pero la guerra árabe-israelí la dividió en dos partes, las eternamente disputadas. En la Guerra de los Seis Días de 1967, Israel conquistó toda la ciudad. La parte Este quedó administrada por Jordania y la Oeste por Israel. Los dirigentes palestinos reivindican la zona Este, ocupada por Israel desde el 67, como capital del Estado de Palestina mientras que los israelíes consideran a Jerusalén como su capital única e indivisible. En 1980 la comunidad internacional presionó para que se retirasen las embajadas de la Ciudad Santa que, hoy, está gobernada en su totalidad por la administración israelí. Hasta el mandato de Trump, se habían ignorado las pretensiones de las dos partes.
El clima de tensión en la ciudad se ha incrementado debido a dos episodios de diversa índole. Primero llegó el traslado de la embajada estadounidense, episodio que ya hemos mencionado. Como parte de una de sus disparatadas y controvertidas promesas electorales, Donald Trump decidió colocar la sede de los Estados Unidos en suelo israelí en Jerusalén, dejando así la capital financiera Tel-Aviv. Han surgido diversas voces que apuntan a una marcha atrás, pero la provocación ya había surtido efecto. Las protestas en zonas de la frontera de Gaza en contra del traslado se saldaron con más de 40 muertos y 1.700 heridos en otro acto de represión violenta del gobierno de Israel.
El otro punto discordante en la ciudad lo impuso la victoria de la cantante de origen israelí Netta Barzilai en el conocido festival Eurovisión. El ganador permite que el certamen musical se celebre en su siguiente edición en su país de nacimiento. De este modo, al momento de recibir dicho galardón, el gobierno de Netanyahu se encargó de proclamar la celebración del evento en Jerusalén. El tira y afloja, las opiniones críticas y la mediación incluso de mandatarios internacionales promete una discusión que dará que hablar. Mientras, el clima de tensión sigue cebándose con la población civil y el conflicto palestino sigue acrecentándose.
El fútbol ¿dónde queda?
En Jerusalén nos encontramos con hinchadas como la del Beitar de Jerusalem conocida por un fuerte carácter sionista y ultraortodoxo. ‘La Familia’, como es conocida la facción ultra derechista del equipo, es uno de los grupos racistas más peligrosos del fútbol israelí con un fuerte poder de decisión en altas instancias del club.
En el gallinero del Lateral Este del Teddy Kollek Stadium, donde se disputaría el encuentro, se ubica dicha agrupación. La primera frase que ilustra este texto son palabras textuales del presidente de la Federación Palestina de Fútbol Jibril Rajoub, instando al delantero del Barcelona para que presionase para no jugar. Pero fue mucho más allá, exhortando a todos los fans de Leo Messi en el mundo a que quemasen camisetas con su nombre o imagen. La segunda frase se recoge en un manifiesto de 70 niños palestinos que dirigieron una carta al mismo Messi en contra de la disputa del encuentro. El territorio que ocupa el estadio de Jerusalen y un gran centro comercial es un antiguo barrio palestino que fue masacrado hace 70 años. Los habitantes palestinos del barrio de Malha que no murieron en el enfrentamiento fueron desplazados por las fuerzas israelíes en 1948, por lo que en la carta los menores describen al estadio como «construido sobre las tumbas de nuestros ancestros».
Al lugar de entrenamiento de la Selección en la Ciudad Condal se acercaron protestantes pro palestinos al grito de «Argentina, no vayas» o «No laven la imagen de Israel». De este modo, se ha gestado una decisión de carácter histórico, instada por los propios jugadores y cuerpo técnico de la albiceleste.
El NO de Argentina a Israel
Junto a la ya mencionada victoria israelí en Eurovisión, este partido de fútbol constituía el mejor escaparate internacional del Hasbará, la palabra hebrea que designa los actos dedicados a explicar el Estado de Israel en el exterior. Se demuestra de este modo que la movilización ciudadana, la primera dañada con las políticas israelís, ha surtido efecto y calado en un grupo de jugadores de renombre mundial. Seguidos por miles de jóvenes en su país y en el mundo, la decisión irrevocable de no acudir al evento sienta un precedente histórico y un varapalo tremendo a las políticas propagandísticas de Netanyahu, y también de Macri.
Los jugadores entendieron de manera clara que la seguridad estaba por encima de cualquier foto en el Muro de las Lamentaciones —que según se rumoreó visitaría Messi y la selección en Jerusalén—. A la serie de actos protocolarios y tensiones que derivarían de la disputa del encuentro se opuso, además del plantel, el cuerpo técnico de Sampaoli. Presionado en todo momento por la AFA encabezada por Chiqui Tapia, supone asímismo un duro golpe para la gestión de una federación siempre en el ojo del huracán. Nadie con algo de conciencia de la situación en la zona de Gaza y Jerusalén, salvo estos dirigentes, propondría que la selección encabezada por el mejor jugador del mundo disputara un encuentro en dicho clima de tensión. En la previa de una cita clave para el combinado nacional. Pero había mucho dinero en juego.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una decisión histórica, por el hecho de rechazar una imposición política y económica en un clima de tensión y de guerra contra una población civil masacrada a menos de 70 kilómetros del estadio donde se disputaría el encuentro. Se trata de la contradicción de un grupo de futbolistas que, con conciencia social y política o no, han sabido dejar de lado los intereses de su presidente, de su federación y de un estado represivo para hacerse a un lado y no ceder a las presiones. El partido de todo menos de fútbol entre Israel y Argentina, no se jugará.