ALEJANDRO VÁZQUEZ CORRAL
Predican los entendidos que el mes de enero es el más triste del año. La tele y los diarios afirman que sí, que a ellos se lo cuentan los científicos y que la ciencia no miente. Déjenme, si me disculpan, que discrepe.
No es que no reconozca el fundamento de tal afirmación; qué va. A quién no le embarga una leve sensación de tristeza durante ese periodo de tiempo en el que ya no es Navidad en El Corte Inglés pero las luces siguen adornando las calles. Primero el mundo se llena de felicidad, reencuentros e intercambios de regalos y luego todo se marcha de repente. Se esfuma el turrón del supermercado y ‘Solo en casa’ se deja de emitir hasta el año que viene. Pero las luces se quedan un ratito más ahí arriba, colgadas.
Ya no alumbran, solo esperan, como en una especie de trance. Los ‘cinco minutitos más’ que le ruegas a tu ser interior cada mañana también los implora el alumbrado navideño tras la venida de los Reyes. Pero, como en la vida, al final no queda otra que afrontar la realidad.
Se esfuma el turrón del supermercado y ‘Solo en casa’ se deja de emitir hasta el año que viene. Pero las luces se quedan un ratito más ahí arriba, colgadas.
Y llega lo que otros entendidos -y también la tele y los diarios- llaman ‘cuesta de enero’. Confieso que en mi tierna infancia no tenía muy claro el concepto. No me juzguen por adelantado; por supuesto que sabía lo que era una cuesta. Lo que no entendía a ciencia cierta por aquel entonces era si esta se dirigía hacia arriba o hacia abajo. Ahora, un poco más consciente de lo que supone pagar facturas, sé por fin que enero es una bajada de dimensiones colosales. Y es que, por suerte para mí y para muchos como yo, pocas cosas circulan tan rápido como un esférico cuesta abajo. Y esto sí que no lo dicen ni la tele ni los diarios.
Diluvio invernal
En enero tiene la buena costumbre de llover por aquí -digo “aquí” no refiriéndome a Santiago de Compostela ni tampoco a Galicia, sino a cualquier espacio geográfico que se encuentre lo suficientemente próximo a mí-. Y claro, cuando cae la tormenta del siglo, nunca llueve a gusto de todos. El Real Madrid, por ejemplo, arrancó el 2019 igual que muchos jóvenes tras salir la primera noche del año: tarde, mal y a rastro.
Cazorla, un viejo conocido del buen fútbol, recuperó sensaciones de antaño en el primer partido del año para los blancos, en Vila-real. Asimétrica a la tristeza del Madrid surgió la alegría del asturiano tras un doblete. Créanme, si yo midiera 1,65 y lograra marcar de cabeza ante Courtois, también estaría contento.
Pero, al igual que la resaca, lo peor del inicio de año del Madrid no llegó al principio, sino inmediatamente después. ‘Testarazo’ de Solari y los suyos en casa ante la Real Sociedad, que diría el amigo Ramos. Más tarde llegó el ibuprofeno en forma de Vinícius y la maquinaria merengue volvió a funcionar. En esas están, Copas aparte.
Si yo midiera 1,65 y lograra marcar de cabeza ante Courtois, también estaría contento.
Mientras tanto, en Barcelona, son tan pocas las preocupaciones que se las tienen que inventar. Malamente -tra, tra-. Acusaron una falta de delantero a pesar de contar con Luis Suárez a un nivel que ya quisieran muchos. También aseguraron traer un recambio de altura con la cesión de Kevin-Prince Boateng hasta final de año -no, no es el Boateng al que Messi sentó en Champions. Sí, es el que lleva sentado en el banquillo desde su llegada-. Más que envidiable cualquiera de las crisis azulgranas.
Bálsamo noruego
Y es que el planeta fútbol en el Viejo Continente da muchas vueltas. A pocos equipos les ha sentado tan bien el mes y el año como al Manchester United. Sobre todo teniendo en cuenta como fue el anterior -y los anteriores-. Solskjær asumió los mandos de una nave a la diabla y la suerte del United viró en dirección opuesta. A pesar de todo, siguen estando lejos las supuestas aspiraciones de uno de los equipos –a priori– más fuertes de Inglaterra.
Aunque, casualmente –casualmente-, hay ciertas cosas que permanecen. Algunos lo llaman maldición, pero la realidad es que pocos profesionales tienen la ‘mala suerte’ de ser baja en su trabajo durante la misma época todos los años. Neymar Jr se queda por quinto año consecutivo lejos de los terrenos de juego durante el cumpleaños de su hermana, allá por el 11 de marzo. Esta temporada, al igual que las tres anteriores, el brasileño estará ausente por lesión. En las dos anteriores resultó suspendido por acumulación de amarillas. Puede que el azar -no me atrevo a decir si el bueno o el malo- se haya cebado con el bueno de ‘Ney’ y su cuerpo. Lo de las amarillas, permítanme decirlo, sí que fue un tanto sospechoso.
El fin del tiempo
Lo cierto es que enero, aunque insisto en que no fue el mes más triste del año -y si lo fuera, yo estaría encantado-, tuvo sus momentos duros. Nunca un viaje debería tener tal final como el que emprendió Emiliano Sala. Hay ciertos aspectos de la vida que, por mucho que se empeñen algunos, el tiempo no alcanza a curar. Tampoco el fútbol.
Al final del mes, el alumbrado de las calles ya está completamente recogido. Uno empieza a darse cuenta de que el verde de los campos, entre tanta lluvia, empieza a tomar protagonismo. Terminamos olvidando la época navideña y ya solo queremos que llegue la primavera. Esperamos, al igual que las luces inoperativas de enero, a que llegue nuestra próxima oportunidad de ser útiles. Tampoco es que tengamos otro remedio.
También te puede interesar… «Lesiones: ¿son el principio o el final?»