Superliga, FIFA y UEFA en busca del único beneficio importante: el dinero. En la imagen, Joseph Blatter | Fuente: Marcello Casal Jr./ABr, CC BY 3.0 BR <https://creativecommons.org/licenses/by/3.0/br/deed.en>, via Wikimedia Commons
Superliga, FIFA y UEFA en busca del único beneficio importante: el dinero. En la imagen, Joseph Blatter | Fuente: Marcello Casal Jr./ABr, CC BY 3.0 BR <https://creativecommons.org/licenses/by/3.0/br/deed.en>, via Wikimedia Commons
DANIEL EGUREN

@eleguren

En los últimos días se ha estado hablando por todos lados de la “muerte del fútbol que conocíamos”. Así, con el dramatismo propio de este tiempo. Un grupo de señores ricos, millonarios, multimillonarios, se juntaron para hacer un club de amigos y formar su propia liga. Una liga ‘premium’, ‘exclusive’, ‘gold’, ‘black’, ‘platinum’. A lo grotesco que ya viene siendo el fútbol como forma de entretenimiento de masas, ahora se discriminaría entre los ricos y el resto. Era la tormenta que le faltaba a la pandemia, por si fuera poco. La idea murió al nacer y la ingenuidad colectiva lo considera un triunfo de los hinchas. La épica esconde que las cuentas no se cerraron a otros poderosos, que amenazaron al club de amigos con fuertes sanciones.

En estos días se dijeron cosas tan imprecisas como que «el juego que fue inventado por los pobres ahora se lo quieren quedar los ricos». Solo con leer un poco sabemos que el football fue inventado en colegios ingleses de gente pudiente, allá por 1864. Pero, lo que no es falso, es que el ‘pueblo’ se fue apoderando de él hasta convertirlo en el deporte más practicado y visto en el planeta. Según las estimaciones de audiencia, el Mundial de Rusia en 2018 fue presenciado por 3.572 millones de espectadores, más de la mitad de la población mundial. 

Los titulares de estos días han continuado jugando su rol manipulador, hablando de un juego con sentido de justicia, donde los débiles tienen las mismas oportunidades que los millonarios. Periodistas treintañeros se espantaban con la posibilidad de un nuevo orden mundial, defendiendo un modelo que nada tiene que ver con el primitivo juego de patear una pelota hacia el arco contrario. El fútbol que conocimos murió hace años. Unos cuántos años.

El Mundial de Italia, en el 90, puede haber sido el último del fútbol que conocimos, que nos enamoró y apasionaba. El fútbol que se jugaba en la calle. Desde ahí empezó un grandísimo negocio que sirvió para todo. Llevar el mundial siguiente a los Estados Unidos, donde menos de un tercio de su población sabía que se estaba jugando en su tierra el evento más masificador del mundo, fue el primer despropósito. El periodista Thomas Boswell escribió en el Washington Post lo que el público gringo opinaba, entonces, sobre el fútbol: «el fútbol es el juego que enseñamos a nuestros hijos hasta que tienen la edad suficiente para algo más interesante». La FIFA defendían los beneficios que traería la globalización y empezaron a gravitar personajes tan oscuros como Havelange, Blatter, Grondona y otros que conocimos cuando se destapó el ‘FIFA Gate’, aquella fresca mañana en Zúrich.

El fútbol que conocíamos se hizo enorme gracias a la televisión y dejó de ser como lo conocimos. Pasó a ser administrado por ejecutivos de marketing y programación, que manejan los calendarios a sus antojos y acomodos, según las proyecciones de puntos de rating. El fútbol que conocíamos se convirtió en Ricky Martin, Shakira o Pitbull. La economía empezó a mandar y los jugadores sudamericanos se fueron a Europa con apenas 17 años. Las entradas para los grandes eventos se empezaron a repartir entre pocos aficionados y muchos patrocinadores.

El fútbol que conocíamos ya estaba moribundo cuando los canales de televisión fabricaron costosos estudios para llenarlos de periodistas narcisistas y egocéntricos que creyeron que eran más importantes que los protagonistas del juego. Tipos que, a gritos con la excusa de apasionados, están las 24 horas diciéndole a los directores técnicos, jugadores y árbitros lo que debieron, deben y deberán hacer.

El fútbol que conocíamos terminó de morir cuando la televisión, que ya era dueña, también quiso ser jugadora y nos trajo el VAR. Para aplicar justicia, dijeron. La verdad es que rara vez se aplica justicia. O, mejor dicho, la justicia depende del color de la camiseta (esto siempre fue así, pero la tecnología los deja más descubiertos). Con ese invento, también, se le sacó al juego una de sus características más interesantes: su universalidad. En todo el mundo se podían jugar campeonatos con la simpleza de contar con 22 jugadores, 3 árbitros, una pelota y dos arcos. El VAR, que ya hace tiempo que se viene usando en campeonatos europeos, apenas se ve en América en la copa homónima y en las instancias decisivas de la Libertadores o Sudamericana. ¿Cuándo podrá implementarse el VAR en países subdesarrollados o en vías de desarrollo? No lo sabemos, pero ya quedamos rezagados.

El fútbol que conocíamos dejó de existir cuando los dirigentes advirtieron que podía ser el trampolín para dar el gran salto a la política y sus intereses empezaron a estar por encima de los socios. Tenemos los casos de Berlusconi en Italia o Macri en Argentina, los más sonados. Pero en todos, absolutamente todos, los equipos del mundo hay algún dirigente con ambiciones políticas. Ya sea como alcalde, gobernador, intendente o cualquier puesto de poder.

Hace años que el fútbol dejó de ser de la gente. No nos engañemos. En la pandemia ha vuelto el fútbol antes que sectores verdaderamente prioritarios. La pelota volvió a rodar con estadios vacíos porque la televisión no hace cuarentena. En varios países han vacunado a colectivos de la pelota antes que al personal sanitario. El fútbol se ha ido ganando el rechazo de muchísima gente por su omnipotencia y soberbia (hace unos meses dejaron sin luz a buena parte del estado Mérida, en Venezuela, para poder alimentar el alumbrado del estadio donde la selección nacional jugaría un partido de eliminatorias al mundial de Qatar, contra su similar de Paraguay).

El fútbol de hoy es antipático, elitista y excluyente. El fútbol nunca más fue como lo conocíamos. El fútbol de hoy lo manejan jeques, corporaciones, fondos de inversión y unos cuantos mafiosos que tomaron el testigo de los que hoy están tras las rejas.

No iba a ser la Superliga quien matara al fútbol que conocíamos. El fútbol que conocimos, desde hace rato, está muerto y enterrado. Pero este nuevo fútbol se sostiene gracias a la pasión heredada de aquel. Es el mástil al que nos aferramos en medio de la tormenta.

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