ALBERTO GÓMEZ GARCÍA
“Perdona, tengo que dejarte. Es que si no caliento un poco me lesiono”. Es normal que a los periodistas nos paren. Porque a eso de hacer preguntas no nos gana nadie. Y en eso andaba. Preguntando. Indagando. Matando mi enorme curiosidad cuando aquel simpático hombre me dio la espalda y se fue. A calentar. Para no lesionarse durante el partido que estaba a punto de arrancar. Pero lo mejor de este pequeño momento, lo que evidentemente me dejó sin palabras, es que Fede Puerto tiene 88 años. 88. Y hoy, en esta luminosa tarde de la primavera en Barcelona, Fede es el veterano de todos los que hoy han podido acudir a esta sagrada cita. Los demás, eso sí, son mucho más jóvenes. 87. 81. 69 el que menos.
Fede y compañía son amigos, socios y fieles jugadores del FC L’Oliba. Juegan desde 1973. Cada semana. Cada semana del año. Porque aquí nadie entiende de vacaciones ni de esos parones ligueros que parecen dejar huérfanos a tantos amantes del carrusel de encuentros y goles de cada domingo. Así que, si se te dan las matemáticas como a ellos la dignidad, llegarás a la conclusión de que llevan casi dos mil partidos disputados. Que juegan cada año más encuentros que Messi o Ramos. Que, sencillamente, lo de estos entrañables futbolistas es para enmarcar.
Porque corren. Se escoran. Regatean. Se desmarcan. Protestan, también. Encaran. O le pegan fuerte, a la pelota, sin miramientos, cuando merodean la portería. El afán competitivo lo llevan en la sangre y de ahí que el empate final a seis no convenza a ninguno. Todos creen que se merecían haber ganado. Aunque el arriba firmante piensa que el que de verdad gana es quien los contempla de cerca, por un momento. Como esos chavales, de unos 30 años, que saltan al terreno de juego en cuanto Fede, Domingo, Carles, Pepe, Alfons, Enric o Juan Javier dejan el campo libre. Cuando dan las ocho de la tarde y toca volver a casa. Pensando ya en el próximo partido. En la próxima amistosa e irrepetible batalla. Porque los momentos de esta tropa son innumerables e irrepetibles.
Cuento sólo una rodillera. Y ellos me cuentan muchas más bromas y batallitas. También me cuentan que andan casi todos vacunados. Que hay mayoría aplastante del Barça. Que hay alguno que, de joven, hizo sus pinitos en el fútbol profesional llegando a ganar algunas pesetas. Que otro fue medallista en los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. Que lo de venir sólo se lo pierden los que se lesionan. Que cuando explican lo que hacen cada lunes, a estas edades, más de uno les tacha de locos (mejor que no se enteren que también le dan al pádel, al tenis o al golf, además del gimnasio). Que de entre los hoy presentes hay alguno que fundó el club, pero que los demás se incorporaron poco después de aquel nacimiento. Y que están deseando que la dichosa pandemia se aparte un poco, como si fuera una molesta nube en un día soleado, para poder volver a cenar todos juntos. Los que juegan, los lesionados y alguno que otro más. Porque eso hacían una vez al mes los integrantes de L’Oliba.
Si se te dan las matemáticas como a ellos la dignidad, llegarás a la conclusión de que los integrantes del club L’Oliba llevan casi dos mil partidos disputados
Una cita en las que hablaban de fútbol, de religión o de política sin tuits y sin llegar a las manos. Al contrario. Arreglando el mundo. Seguro. Con la misma vitalidad y el mismo estilo con el que se driblan, se ríen o se abrazan, unos a otros, cuando el balón llega al fondo de las mallas. Por eso no extraña escucharles que, cuando se desató Filomena y las previsiones más optimistas daban dos grados para la hora del partido, al ser preguntados por el encargado del campo si jugarían, le contestaron que dónde estaba el problema.
Y claro que jugaron. De frío les vas a hablar a unos tipos que se visten por los pies y que lo único que les ha disgustado de esta tarde inolvidable ha sido salir en las fotos sin el uniforme del equipo. Pura elegancia. Pura vida.