CARLOS RODRÍGUEZ LÓPEZ
Está bien llamar roncola a un ron con Coca-Cola, pero mejor estaría llamar cañita brava a una caña con tapa de bravas. Al menos eso pensé tras ver a Cañita Brava el jueves en A Coruña. Dos horas después, yo estaba en un autobús. En los asientos de detrás, un par de adolescentes:
–Neno, me voy a hacer otro tatuaje
– ¿Dices, oh?
– Sí, neno. Me voy a tatuar ‘Thug Life’, como Tupac
– Si señor, el puto Tupac. Guapísimo
– Tupac el más grande, neno!
– Flipas, rollazo tenía el cabrón. ¿Dónde te lo vas a hacer?
– En el cuello
– Bu… yo en el cuello no me lo haría
– ¿Por?
– Piensa que es para toda la vida y ahí se ve muchísimo
– Pues por eso, neno. Yo quiero tenerlo ahí para que se vea toda la vida, por el puto Tupac. Y en chicanas, que queda to’ guapo
– ¿Qué es eso?
– ¿Lo qué?
– Chicanas
– El tipo de letra de sus tatuajes. Mira, te lo busco en Google… ¿Cómo se escribía Tupac?
Nadie escapa a la gilipollez siendo adolescente.
Con 15 años, un colega y yo pensamos en tatuarnos una pistola en el abdomen. No es que tuviéramos especial devoción por los gánsteres, simplemente veíamos demasiado fútbol. Se rumoreaba por entonces que un delantero danés del Rayo Vallecano ficharía por el Lugo. Su nombre, Nicki Bille. Su signo zodiacal, el de creer que tatuarse una pistola en el abdomen es una idea cojonuda.
Contra todo pronóstico, sus detenciones acabaron llenando más portadas que sus goles. Peleas, amenazas, mordiscos a policías, arrestos domiciliarios… así hasta acabar en prisión con 32 años.
Al final, ni Bille llegó a Lugo ni su tatuaje a aquellos quinceañeros. Al menos no a mí. De aquel colega hace mucho que no tengo noticias. A ver si tomamos pronto unas cañitas bravas y salgo de dudas.
