La Euro 2020, la de su 60 aniversario, pretende rendir homenaje y alabar la unidad de Europa a través del fútbol. Un hito que parece complicado
La Euro 2020, la de su 60 aniversario, pretende rendir homenaje y alabar la unidad de Europa a través del fútbol. Un hito que parece complicado
DIEGO TOMÉ CAMOIRA

@FirstClassSDP

De San Petersburgo a Londres, pasando por Bakú. Si bien es cierto que hace apenas 80 años Europa se convirtió en el principal campo de batalla de la guerra más cruenta de los últimos años, no lo es menos que el fútbol tuvo un papel preponderante no sólo en la remodelación de una Europa reducida a escombros, sino también en la construcción de una identidad europea.

La actual Eurocopa, que celebra el 60 aniversario de la primera edición disputando sus encuentros a lo largo y ancho de todo el continente a través de once sedes, apuesta por la unidad a través de la distancia.

La UEFA ha tratado de unir las más de 1700 millas que separan Londres y San Petersburgo mediante el balón, al tiempo que, de forma inconsciente, gobiernos reaccionarios y ultraconservadores como los de Hungría o Polonia, en nombre de sus selecciones, se vean obligados a competir en un torneo que tiene una de sus sedes en Bakú, uno de los principales núcleos del islamismo en Europa.

Toda esta unión y calma tensa, choca con los movimientos nacionalistas y euroescépticos que alcanzaron su punto álgido en la segunda mitad de la pasada década. Tanto es así que, pese al espíritu de unidad que ha tratado de trasladar la organización, esta pasada semana, con motivo de la celebración del Orgullo LGTBI a nivel mundial, la propuesta de las instituciones alemanas de iluminar el Arena de Múnich con la bandera arcoíris se venía abajo por la negativa del gobierno de Viktor Orban y la federación húngara, mostrando la primera de las debilidades de esa presunta concordia con la que Europa se quiere mostrar ante el mundo a través del esférico.

Si bien entre las diferentes aficiones no han surgido las batallas y reyertas violentas que pusieron en alerta a toda Europa y su entramado futbolístico durante la pasada Eurocopa celebrada en Francia, el camino hasta esta gran cita continental no ha sido ni mucho menos un símbolo de unidad y concordia entre los diferentes países.

Del veto a Mkhitaryan a la guerra en el Nagorno-Karabaj

Mientras occidente al completo debatía sobre el uso de la mascarilla y su capacidad para frenar la pandemia provocada por el COVID-19, en la región del Nagorno-Karabaj, en la Europa más oriental, se volvía a abrir una herida que parece no cicatrizar con el paso de los años.

Tras 26 años de alto al fuego en la región del Alto Karabaj, territorio en disputa desde comienzos del pasado siglo entre Armenia y Azerbaiyán, el 27 de septiembre comenzaban las hostilidades en la ya conocida como segunda guerra del Nagorno-Karabaj.

La tensión fue absoluta y, en apenas tres meses, cuando la mediación de Rusia permitió dar por finalizadas las hostilidades armadas, en una guerra en la que —a falta de la estadística oficial— se calcula que fallecieron más de un centenar de civiles en uno y otro bando. No obstante, y pese a que el conflicto se recrudeciese el pasado septiembre, la creciente tensión entre Armenia y Azerbaiyán sobrevolaba el ambiente durante los últimos años.

También en el apartado futbolístico se dejó notar esta falta de fraternidad entre las dos antiguas repúblicas soviéticas. En mayo de 2019, la prensa deportiva a nivel mundial volvía a poner el foco sobre Artsaj y el conflicto después de que el delantero armenio del Arsenal, Henrikh Mkhitaryan, aconsejado por los jefes de seguridad del club ‘gunner’, decidiera no participar en la final de la UEFA Europa League celebrada en Bakú -sede también de varios encuentros durante la actual Eurocopa- ese mismo año.

El apoyo público de Henrikh Mkhitaryan a la República de Artsaj le han impedido disputar encuentros en suelo azerí | Fuente: Clément Bucco-Lechat, CC BY-SA 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0>, via Wikimedia Commons
El apoyo público de Henrikh Mkhitaryan a la República de Artsaj le han impedido disputar encuentros en suelo azerí | Fuente: Clément Bucco-Lechat, CC BY-SA 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0>, via Wikimedia Commons

El actual jugador de la Roma, no sólo se había postulado públicamente a favor de la independencia de la República de Artsaj y en contra de la represión que el gobierno azerí ejercía sobre la mayoría armenia que habitaba en la zona, tal y como opinaba el propio Mkhitaryan y buena parte del pueblo armenio que habita en el Alto Karabaj, sino que el propio Henrikh ha visitado en numerosas ocasiones la región del Nagorno-Karabaj en un gesto de apoyo y caridad al pueblo armenio que habita en la zona en disputa.

Tal es el conflicto del propio Mkhitaryan con las fuerzas azeríes, que le acompaña desde su época como futbolista del Borussia Dortmund, cuando una de esas cotidianas visitas a la región sin previa invitación del gobierno de Azerbaiyán le costó al atacante armenio entrar en una lista negra de personajes vetados por las autoridades azeríes. El estallido de la guerra provocó un auténtico escenario difícil de interpretar para las autoridades del viejo continente y, como no podía ser de otra forma, para los mandamases del fútbol en Europa.

Lo que parecía que podría poner en peligro la participación de Bakú como sede de la Eurocopa quedó en agua de borrajas y terminó por sellar aún más el apoyo de la UEFA a la candidatura del país azerí como uno de los organizadores de la actual Euro. Tanto fue así, que la única declaración del máximo organismo del fútbol europeo al respecto tuvo como objeto defender y ratificar la elección de Bakú como sede de la Eurocopa.

A apenas unos kilómetros de donde hace unos meses se producía la segunda guerra del Nagorno-Karabaj, el próximo sábado 3 de julio Dinamarca y el ganador del enfrentamiento entre la República Checa y Holanda disputarán un encuentro de Cuartos de Final en la Copa de Europa de las naciones. La de la exaltación de la unidad.

La batalla de Marsella y cómo Europa vio renacer el fantasma del hooliganismo

Si los prolegómenos de la Copa del Mundo de 2018 celebrada en Rusia estuvieron marcados por el miedo a las peleas callejeras y las nuevas formas de hooliganismo, la Eurocopa del año 2016 en Francia se presentaba, a priori, como una balsa de aceite y una de las más seguras de los últimos años. Nada más lejos de la realidad.

Y es que, si bien las fuerzas y cuerpos de seguridad francesas tenían un gran control sobre el fenómeno ultra occidental contra el que tantos años habían peleado férreamente, no gozaban de un conocimiento tan amplio sobre el fenómeno hooligan en Rusia y el Este de Europa, el más pujante de todos en los últimos años y que buscaba acabar con el trono generacional de los ingleses en lo que a violencia futbolística se refería.

100.000 aficionados ingleses y cerca de 10.000 rusos coincidieron en el tiempo en una ciudad donde el crimen organizado tiene tanta importancia como Marsella, y de aquel caldo de cultivo nació la mayor pelea hooligan de los últimos años en el fútbol europeo.

Durante dos días, entre el 11 y el 12 de junio de 2016, hooligans rusos e ingleses peleaban por el monopolio de la violencia mostrando, por una parte, las carencias de la seguridad del fútbol en Europa en lo que a nuevas formas de hooliganismo se refiere y, por otra, que el fútbol sigue siendo la excusa para protagonizar auténticas batallas campales entre “hermanos” europeos, como sucedió hasta mediados del siglo XX por todo el continente.

La conocida como Batalla de Marsella, tal y como explica Antonio Martínez Miguélez en su libro homónimo no sólo mostró al mundo la caída y el surgimiento de dos formas antitéticas de vivir la violencia futbolística, sino que demostró la dificultad en la convivencia y las perspectivas antitéticas en las formas de vivir de las distintas sociedades europeas, canalizándose todas estas pulsiones a través de sus movimientos más ultras y reaccionarios.

Mientras el foco se fijaba en los botes lacrimógenos del puerto viejo de Marsella, cientos de ultras croatas y turcos protagonizaban peleas en París con el fútbol como excusa. Por un lado, nacionalistas cristianos ultra conservadores y, por otro, partidarios de Erdogan y su ala radical del islamismo se encontraban frente a frente, con el balón como motivo justificatorio de las agresiones. Pero, sobre todo, poniendo Europa y su unidad, una vez más, en cuestión.

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