CARLSO RODRÍGUEZ LÓPEZ
Hay alguien esperando a la vuelta de cada esquina. De todas. La del par de días, la de los diez minutos, la del tiempo que transcurre hasta que te llaman de un curro… Puede ser una madre, un colega, un amor. Incluso alguien que aún no es nadie para ti. Sea quien sea, tiene claro su mensaje: “te lo dije”.
El último Clásico prepandemia lo viví en la barra de un bar en el que a nadie importaba el partido. A nadie salvo al hombre con complejo de comentarista rancio que decidió sentarse a mi lado. Tuvo tiempo para hablar de lo poco que se valora a Busquets, lo bien que le pega de exterior Modric, lo demasiado catalanes que son los catalanes o lo malo que era Vinicius. Que no vale ni para el Castilla, Vinicius; que corre como un pollo sin cabeza, Vinicius; que no marca ni al arcoíris, Vinicius. Así hasta que marcó Vinicius. Entonces, el hombre tuvo a bien acompañar su grito de gol de un “te lo dije”.
Bastantes años antes de aquel partido, una paloma me cagó en el hombro. Era un viernes por la tarde de 2004 o 2005 y recorría la ruta cole-casa acompañado de mi sincera madre. Degustaba un chipicao en el momento en que dos sonidos se sucedieron muy cerca mi oído izquierdo. El primero, similar al del bote de ketchup que agoniza, el de la mierda del ave impactando en mi hombro. El segundo, atronador, la reprimenda de mi madre, convencida de que aquello era una especie de castigo del universo por mi comportamiento desde que había salido del colegio. Ni que decir tiene que, durante aquella bronca infundada, pronunció el mágico “te lo dije”.
Ayer acabó el mejor torneo de fútbol de los últimos años. Una Eurocopa que probablemente no nos mereciésemos, pero que necesitábamos. Treinta días de un fútbol que, desde luego, ni el más sabio de los brujos pudo haber previsto. O sí. Siempre hay alguien con un “te lo dije” a la vuelta de la esquina.