CARLOS RIANDE CORTIZO
Como una tarde de agosto en la que vas de excursión con tus amigos, sigues ese estrecho sendero que baja hacia la ría y terminas por encontrar una playa perdida. No hay nadie y se convierte en lo más cercano al paraíso. ¡Bendito descubrimiento!
Esa tarde se queda en la retina de todos por dar con semejante tesoro. Nunca te olvidas y le guardas un cariño especial. Ese es el año 2008 de Andréi Arshavin para los no nacidos rusos.
Andréi nació en Leningrado el 29 de mayo de 1981. Como niño, empezó jugando a las damas en la Casa de Pioneros y Escolares del distrito de Vasiliostrovski. Destacaba en ello, pero la influencia y amor de su padre por el fútbol hizo que pronto escogiera ese camino. Tampoco se le dio mal.
Comenzó a jugar al fútbol en la escuela de Smena, una de las más populares de San Petersburgo. Tras su formación, saltó al primer equipo con tan solo 16 años. Dos años después firmó por el filial del Zenit y a los 19 ya formaba parte de la primera plantilla del equipo de su ciudad. Dirigido por Yuri Morózov, este último ya advertía de su talento, un diamante que debía pulirse y querer madurar si pretendía convertirse en una estrella.
Con su cara de niño que nunca ha roto un plato, Arshavin se aleja de lo inexpresivo. No tiene pelos en la lengua, de fuerte carácter y una capacidad innata para liderar a un conjunto desde la anarquía del ingenio. “Andréi nunca tenía miedo de cargarse al equipo sobre sus hombros. Podía burlar a cualquier rival incluso en una zona limitada, atacando y dando pases con peligro”, afirmó Morózov. Lideraba en ataque y se olvidaba de bajar el trasero y arremangarse el pantalón en defensa. «Que lo haga otro», pensaría el pequeño genio incomprendido.
Pinceladas de arte para campeonar en su ciudad
Para comprender la magnitud del ruso hay que saber cómo piensa y lo que siente. «Necesito sentirme emocionado para jugar. La emoción me hace querer más», dijo en una entrevista a The Telegraph en el 2009. No siempre podía sentir ese éxtasis, de ahí que sus mejores actuaciones sean en las grandes citas. Arshavin no era como los demás.
Sumergido en la contradicción de ser y saberse el mejor sobre el terreno de juego pero no ser capaz, quizá por motivación, de demostrarlo con continuidad. Desesperar a la grada que exige porque sabe lo que puede dar. Seguro que alguna vez habéis escuchado eso de: «Si yo tuviese su talento, pf«. Pero ahí está lo que le hace diferente. Que nadie más lo tiene.
San Petersburgo lo vio nacer y San Petersburgo lo vio brillar. Qué mejor reconocimiento que ser patrón en tu ciudad. Arshavin nunca se sintió tan cómodo como en casa. Algo que comparte con la mayoría de sus compatriotas. Les cuesta triunfar lejos de su hogar. Tres Premier League rusas, una Supercopa de Europa y una Copa de la UEFA es el palmarés que destaca en dicho club.
La liga lograda en el 2007 sería la primera para el Zenit desde la caída de la URSS. A partir de ahí, su mejor etapa. Antes de irnos a la final de la UEFA del 2008, cabe recordar el 4-0 en semifinales a todo un Bayern de Múnich. Tymoshchuk, Denisov o Pogrebnyak, sus aliados. Conquistaron la copa derrotando 2-0 al Glasgow Rangers, Arshavin se puso el sombrero de mago y repartió los goles a sus compañeros. Su primera gran noche, MVP de la final. Destellos tan grandes que son capaces de decidir títulos. El Zenit pondría, meses más tarde, la guinda al pastel con la Supercopa de Europa frente al Manchester United de Vidic, Scholes o Rooney.
Desde Rusia para Europa
El bloque del Zenit era la columna vertebral de la selección y eso se notó en la Eurocopa del 2008. Rusia llegó hasta las semifinales, donde solamente España les apartó de su sueño. A Arshavin le gustaban los partidos grandes y un torneo de tal dimensión, unido a defender la elástica de su país, le hizo cuajar una de las mayores exhibiciones individuales que se recuerdan en un torneo de selecciones.
Andréi exprimió a la Oranje hasta dejarla seca. Desquició a Ooijer, a Heitinga y a los Países Bajos. Arshavin tenía los mofletes colorados y eso era mala señal para los intereses holandeses. Los primeros noventa minutos fueron realmente buenos, la prórroga sensacional y los últimos diez minutos no tienen nombre. En un gesto muy habitual y repetido por parte de Arshavin en el gol del triunfo, terminó dirigiendo el dedo a sus labios para hacer callar a un respetable que se había quedado con la boca abierta.
Anfield, un patio de recreo
Pocos escenarios más reconocibles en el fútbol inglés que el estadio del Liverpool. Arshavin no acabó de estar a gusto en Inglaterra, donde fue más intermitente que nunca. Aún así, sus cifras de goles y sobre todo de asistencias son realmente buenas en su paso por el Arsenal. No logró ningún título, bien es cierto que el contexto no le ofreció demasiadas oportunidades para ello. Los Gunners no estaban en su mejor momento desde que emigraron al Emirates y a su alrededor encontraba a Bendtner o a Denilson.
Aún así dejó actuaciones memorables y su sello en uno de los mejores partidos de la historia de la Premier League. Un 4-4 entre el Liverpool de Fernando Torres y Rafa Benítez y el Arsenal donde, como lo leen, Arshavin marcó todos los tantos de su equipo. Póker para el ruso.
El adiós
Andréi Arshavin dijo adiós un domingo 11 de noviembre de 2019, su último partido como profesional. Lo hizo en las filas del Kairat Almaty de Kazajistán, alejado de las grandes ligas y con la misma cara de niño que maravilló en la Eurocopa de 2008.Antes había estado, en una breve etapa sin pena ni gloria, en el Kuban Krasnodar ruso.
Nunca movió mucho dinero, el traspaso invernal del Zenit al Arsenal en el 2009 fue de 16,5 millones de euros. Después un pago de 1,2 millones en términos de cesión entre los mismos clubes pero en distinta dirección. Andréi quería volver a sonreír en casa. Esos fueron sus movimientos. Una pequeña muestra de esperanza de que el talento a veces no se paga. Se disfruta. Y Arshavin dejó tardes para no borrarlas de la memoria.