CARLOS RODRÍGUEZ
Nunca tuve las zapas tan limpias durante tanto tiempo. Haré una fiesta el día que mis suelas estén llenas de mierda, señal de que todo habrá vuelto a la normalidad. Nadie sabe cuánto falta para eso, pero juro que lo celebraré. Tanto como un gol.
¿Quién marcará el primero después de la cuarentena? Tampoco hay quien lo sepa, pero todos deberíamos celebrarlo. Salgamos al balcón. Lo meta quien lo meta. De tu equipo o del rival. Sea Messi o el carnicero de la esquina en un solteros contra casados, el gol tendrá el mismo valor. Por ser el primero después del confinamiento y por tratarse de una de esas (pocas) cosas que no distinguen de clases.
Porque diferencia de clases sigue habiendo (y mucha). La situación que atravesamos ha abierto los ojos a todos aquellos que no la veían -o decían no verla-. Sin embargo, la disparidad con respecto a las consecuencias que ya está causando la pandemia en unos y otros desaparece si nos referimos a la transmisión: el coronavirus no hace distinciones a la hora de contagiar. Para él, todos somos iguales.
Ricos y pobres. Felices e infelices. Con cebolla o sin cebolla. Le da igual. Hoy puedo afirmar que el piso de Lugo desde el que escribo esto vale -que no cuesta- lo mismo que un dúplex en el centro de Nueva York. Solo son dos cosas, solo son dos casas. Igual de casa la una que la otra. Igual de cosa la otra que la una. Quizá el neoyorquino o neoyorquina que habite el dúplex tenga más espacio, quizá pueda incluso hacer una de esas sesiones fitness sin tener que sacar los muebles para otra habitación, pero, estos días, su dúplex vale lo mismo que el piso de mis padres. Porque una jaula, aunque tenga los barrotes de oro, sigue siendo una jaula.
Al menos eso escuché el otro día en El Faro, el programa nocturno de la SER. ¿Cuánto hacía que la radio no me acompañaba en mi desvelo? Por lo menos desde que el virus nos quitó el fútbol. Y, ¿Cuando vuelvan los goles? Ojalá todas las emisoras interrumpan su programación para cantar el primero. Sea donde sea. En el Bernabéu o en el campo de tierra de tu barrio, porque, en ese momento, el gol tendrá el mismo valor. A partir de entonces, ninguno volverá a valer tanto.