LUCAS MÉNDEZ VEIGA
La Superliga de Turquía se ha convertido en el último reducto de viejas glorias. Sin embargo, su fútbol vive en las últimas fechas un extraño clima de exaltación del orgullo patrio. Hablamos de un deporte doblegado —como muchas otras industrias del país— a la completa propaganda al líder del país. Convertido ya en Jefe de Estado, Recep Tayyip Erdogan, no hace mucho, era considerado un ‘modélico ejemplo’ de unión entre islamismo y democracia. Hoy se mantiene sediento de poder y control mientras toda una sociedad vive en silencio un clima totalitario y fascista. Y su enorme poder también ha llegado al fútbol.
Una liga dominada por el equipo del gobierno
Domingo, 4 de febrero de 2018. En la ciudad de Konya se disputa el Konyaspor Kulübü- Ístanbul Basaksehir FK. En plenos prolegómenos del partido de la primera división del fútbol turco, en uno de los fondos del estadio local se despliega un enorme tifo. En él, se aprecia un tanque atacando a una fortaleza donde se refugian “terroristas” con la cara cubierta bajo las banderas de Israel, EEUU y un cartel con una palabra: Afrin. Hablamos de un distrito de Siria occidental sitiado y bombardeado por el ejército turco desde el pasado 20 de enero.
La escena no podía estar mejor hilada. El Basaksehir es el equipo del gobierno. Su meteórico ascenso a la élite, ocupada siempre por Fenerbahçe, Besiktas y Galatasaray, coincide con la llegada al poder del AKP o Partido de la Justicia y el Desarrollo, liderado por el mismo Erdogan. La sensación de club poderoso y artificial la escenifica el pobre aspecto de su estadio en la ciudad de Estambul. A mayores, la llegada de muchos de esos jugadores que dominaron las grandes ligas europeas no hace tanto. Emmanuel Adebayor, Gaël Clichy, Gökhan Inler, su capitán Emre Belözoglu o la última gran estrella en llegar, Ardan Turan. El —otrora— superlativo jugador turco no ha tardado en mostrar en sus redes sociales un firme apoyo al ejército desplazado en el Kurdistán, además de hacer campaña por del ‘sí’ en favor de la transformación de Turquía de régimen parlamentario a uno presidencialista. O lo que es lo mismo, más poder para Erdogan.
‘Azadi’ : libertad
Amed es otro enclave del Kurdistán que posee equipo de fútbol, el Amedspor, aunque en este caso en la tercera división. El club ha sido víctima de sanciones, descalificaciones y registros por parte de la Federación Turca de Fútbol. Hace un año, su directiva decidió renombrar el equipo haciendo referencia al viejo nombre en kurdo de la ciudad. Abrazaron la bandera del Kurdistan en su camiseta: rojo, verde y blanco. En 2015, ficharon a un jugador único. Su perfil, difícil de relatar al completo.
Deniz Naki es un alemán de padres kurdos. Desde pequeño se crió en un ambiente de izquierdas, orgulloso de su condición de kurdo aleví (una rama islamista chií). Una doble condición que le llevó a la opresión en un país de mayoría suní. Durante un tiempo militó en un equipo que le venía como anillo al dedo, el Sankt Pauli. El club de Hamburgo, famoso por su hinchada antirracista y antifascista, abrazó los ideales de Naki, que se sintió como en casa.
Pero Naki decidió volver a sus raíces. Optó por volver a Turquía para jugar en el Gençlerbirligi de la capital, Ankara, feudo político del presidente Erdogan. Mientras, el ISIS asediaba las fronteras entre Siria y el país otomano. El jugador, decidió no callarse. Atacó el régimen totalitario del presidente, se postuló a favor de la causa kurda y en contra del islamismo radical. Sufrió y aún sufre las consecuencias. Antes de fichar por el Amedspor, sufrió un primer ataque en un supermercado que le llevó a abandonar la capital. En enero de este mismo año, cuando su coche circulaba por una autopista alemana, sufrió dos disparos que casi le cuestan la vida. Era un intento de asesinato. «Podría haber muerto, faltó poco. Siempre he sabido que esto podía ocurrir. En Turquía soy continuamente un blanco por mi postura prokurda pero que me pase algo así en Alemania… con eso no contaba».
Apoderarse del fútbol como bastión del poder en Turquía
La relación de Erdogan con el fútbol va más allá de su clara influencia en el Ístanbul Basaksehir. Gran parte del odio y la rabia que le mueven deriva de lo que se le negó de joven. También en el deporte. Se dice que el entonces joven Recep Tayyip poseía destreza con el balón pero su autoritario padre nunca accedió a que se dedicase al fútbol. Era su sueño pero le prohibió aceptar un ofrecimiento de fichaje del equipo del que era aficionado Erdogan, el todopoderoso Fenerbahçe.
Hoy, ha decidido apropiarse del fútbol como medio poderoso y generador de pensamiento. Las directrices están claras. Obrando bajo un «poder blando», el régimen se infiltra en las federaciones deportivas ayudando e incitando a los jóvenes deportistas, incluído futbolistas, a forjar un pensamiento político de poder nacional. En 2013, seguidores de los grandes equipos de Turquía decidieron aliarse para exigir la dimisión del presidente.
Para entonces, la maquinaria del poder ya estaba en marcha y la represión en la plaza Taksim fue brutal. Se prohibieron los cánticos políticos en los estadios. Se eliminó el ‘Arena’ del nombre de los mismos por incitar a extranjerismos a erradicar en la cultura turca. Incluso se creó una nueva ‘tarjeta fan’ que acabó siendo un nuevo carné de identidad con el que Erdogan pudiese tener controlados a los aficionados que acudiesen a los estadios de la liga.
En su intento de transformar el mundo del deporte en un sector estratégico de legitimidad política, ha ido más allá, intensificando las purgas y alargando las sospechas a todos los niveles. El caso más famoso es el de la leyenda del fútbol turco Hakan Sükür que, incluso tras ser diputado del AKP, tuvo que exiliarse a Estados Unidos por supuesto apoyo a un predicador acusado de instigar la revolución contra el presidente.
Solo así se explica el mayoritario apoyo de jugadores y equipos turcos a su régimen. El caso de Cengiz Ünder, el jugador más destacado del último mes en la Roma, no es aislado. Al igual que no lo fue el apoyo de Arda Turan, Burak Yιlmaz, o jugadores de ‘su’ equipo como el mencionado Emre Belözoglu o Emmanuel Adebayor.
El fútbol en Turquía, sus equipos, estadios, hinchadas y jugadores representan un caso más de la inevitable mezcla entre fútbol, un sector demasiado poderoso, y política.