La plantilla del Rayo Majadahonda dejó su templo y emigró al Metropolitano tras su ascenso a Segunda | Fuente: José Carlos Ortiz Aparicio
La plantilla del Rayo Majadahonda dejó su templo y emigró al Metropolitano tras su ascenso a Segunda | Fuente: José Carlos Ortiz Aparicio
DIEGO TOMÉ CAMOIRA

@FirstClassSDP

Decía el bueno de Eduardo Galeano que el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Y quizá tuviera razón. No sólo cuando declaraba que una vez te haces aficionado al balompié, es imposible quedarte impasible y ver con neutralidad todos y cada uno de los partidos que se disputen, sino que la correlación entre fútbol y religión va más allá. Los correligionarios del esférico, se han reapropiado de la terminología religiosa en muchas ocasiones, pero si hay una costumbre que los devotos del fútbol han hecho suya, es la de acudir al templo. Acudir a un estadio –antes a las cinco de la tarde, ahora en horarios intempestivos- se convierte para los seguidores de un club en un acto de fe y tradición como el de asistir a misa de doce.

Sin embargo, en algunas ocasiones los feligreses del balón se ven reubicados en nuevos templos; nuevos estadios que se ven obligados a compartir, despojando al aficionado de ese valor sentimental que lo une a su templo.

Los últimos han sido los aficionados del Rayo Majadahonda, quienes, tras su ascenso a la división de plata del fútbol español, se han visto obligados a adecuar el Cerro del Espino -estadio donde el conjunto madrileño venía disputando sus encuentros como local- a las normativas de la LFP. Por este motivo, el Atlético de Madrid, con quien ya comparte instalaciones en Majadahonda, cederá el Wanda Metropolitano durante los primeros meses de competición, y hasta que acabe la remodelación del Cerro, a sus vecinos de la comunidad.

Italia como ejemplo

Conocidos por todos es el caso del estadio San Siro –o Giuseppe Meazza– y es que en este caso la liturgia llega hasta al cambio de nombre, cuando, dependiendo si disputa sus partidos allí el A.C Milan o el Inter de Milán, el recinto se denomina de una u otra manera. La religión, en este caso, sí que distingue entre hermanos.

De la misma forma, y sin salirnos del país transalpino, encontramos los reconocidos casos de la Lazio y la Roma, quienes cada fin de semana intentan “reapropiarse” del Estadio Olímpico de la capital para hacerlo suyo. Algo más al norte de la capital, en la ciudad de Génova, los seguidores de Genoa y Sampdoria se ven obligados a convivir en el Estadio Luigi Ferraris.

Y sí, decimos convivir porque no estamos hablando de clubes que disputen sus encuentros en categorías diferentes o estén hermanados dentro de la misma ciudad. En el caso italiano, por una serie de dinámicas que tienen que ver con la propiedad municipal de los estadios, se da la coyuntura de que los derbis más violentos del país, los juegan conjuntos que, a lo largo de la temporada, comparten templo como locales. Algo así como ver a Sevilla y Betis o Real Madrid y Atlético compartiendo césped como locales alternando fines de semana; impensable.

En nuestro país, raros han sido los casos donde distintos clubes hayan visto a su equipo ejercer como local compartiendo estadio. En los últimos años, está el caso del Bilbao Athletic, quienes, tras su ascenso a Segunda División, los cachorros de Lezama tuvieron el placer de disputar sus encuentros en el Nuevo San Mamés a lo largo de la temporada 2015/16, compartiendo el estadio con el primer equipo.

También en el año 2016, concretamente en noviembre, y con motivo de la eliminatoria de Copa del Rey contra el Atlético de Madrid, el Guijuelo se vio obligado a desplazarse hasta la capital provincial para ejercer de anfitrión en el mítico Helmántico.

Religión con propiedad

Quizá una de las principales diferencias de nuestro fútbol con Italia, pasa por el debate latente que existe en nuestro país en torno a la propiedad de los estadios. Si bien, tan sólo 7 estadios de nuestra Liga no son de propiedad municipal, en ciudades como Vigo esto ha supuesto un encarnizado debate entre club y ayuntamiento a lo largo de los dos últimos años. Por contra, en Italia parece que no es una cuestión de orden público, existiendo una mayor unanimidad en torno a que los estadios sean gestionados por los gobiernos municipales y no por los clubes.

De la forma que sea, y pese a que la liturgia de acudir al estadio cada domingo pierda peso por cuestiones bien conocidas por todos, no deja de ser algo presente en la mentalidad de todos los aficionados al balompié en nuestro país. Un feligrés del Rayo Majadahonda te dirá que está muy bien jugar en el Wanda Metropolitano; quizá hasta presuma y se enorgullezca de ver a su club jugando en aquel estadio y guarde instantáneas para el recuerdo, pero cuando le pregunten si aquel es su templo, jamás responderá que sí. Porque si algo queda claro es que el fútbol es la religión con los mayores fieles en nuestro país, y, con más razón sin tener ateos, el estadio siempre será un lugar de comunión -y en la mayor parte de los casos de respeto y convivencia- pero ojo, no hay que olvidar que, como en la iglesia, cada parroquia tiene su templo.

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