
DAVID FERREIRO PÉREZ
En un contexto migratorio tan complejo como el actual, miles de personas se juegan la vida con el único objetivo de poder salir adelante. Los refugiados abandonan su tierra, su casa y, en ocasiones, a parte de su familia, huyendo de guerras, hambruna e injusticias. Llegar a Europa es el objetivo, pero conseguir asentarse y adaptarse es una ardua tarea que el fútbol puede llegar a facilitar.
Año tras año, miles de refugiados llegan a Europa como malamente pueden para tratar de conseguir un futuro mejor. Huyen de las guerras, de la hambruna, de la pobreza… Huyen de la barbarie absoluta que impera en sus tierras natales. Se juegan la vida en un viaje que, por desgracia, no siempre logran completar.
Llegar a Europa es el objetivo, pero no la meta final. Una vez en suelo Europeo les toca buscarse la vida. Algunos consiguen asentarse y encontrar trabajo mientras otros subsisten como pueden. Aunque, sin duda, la mayor barrera con la que se encuentran suele ser la de los prejuicios, lo que dificulta la situación todavía más. Lejos de casa, algunos incluso lejos de sus familias, con un idioma diferente y en un lugar que no conocen. Todo esto hace de su integración una prueba más. En ocasiones, la más dura.

Marginados en los suburbios de las ciudades en los mejores casos, o apelotonados en campos de refugiados en la mayoría de ocasiones, cualquier medida integradora parece poca. En estas, y al margen de leyes y gobiernos, el papel del fútbol cobra especial importancia como nexo de unión entre personas que prácticamente lo han perdido todo.
Así, encontramos el ejemplo del Refugees Football Club Syriana, un equipo de Amberes, Bélgica fundado por un refugiado sirio cuyo nombre es Adam Razok. Este, al ver las dificultades a las que se enfrentaban sus semejantes a su llegada al Viejo Continente, decidió crear un equipo de fútbol formado única y exclusivamente por refugiados con el fin de facilitar tanto su integración en la sociedad como su estancia. La idea surgió después de que el citado Razok viera a varios jóvenes practicar fútbol en los campos de acogida, alejados de los terrenos de juego por cuestiones de idioma y de falta de medios.
En 2016 arrancó este ambicioso proyecto, que se tuvo que sobreponer a diversas dificultades como el hecho de no tener balones ni campo, hasta llegar a un objetivo otrora imposible: competir en la Liga Belga. Lo hacen en la cuarta división del país, siendo el primer equipo formado por refugiados en competir en Europa. Sirios, palestinos, iraquíes y libaneses comparten equipo y un mismo sentimiento: el amor por el balompié.
Pese a las dificultades, el Syriana se prepara como cualquier otro equipo profesional y, sobre todo, cargados de ilusión. En sus amistosos contra equipos de cuarta y tercera división belga, han demostrado no tenerles nada que envidiar. Al fin y al cabo, muchos de estos chavales ya jugaban al fútbol en equipos de sus respectivos países.
El Syriana es un buen ejemplo, pero no el único, de como el fútbol se puede utilizar como herramienta integradora. En Grecia tenemos al Hope Refugees F.C., otro equipo formado íntegramente por refugiados. Su naturaleza, sin embargo, es distinta: al estar formado por refugiados a la espera de que se les asigne un destino, incluso en otro país, sus jugadores van y vienen, lo que les imposibilita el fundar un club como tal. Eso sí, durante su estancia en Grecia el deporte rey es el encargado de unirles y hacerles olvidar, aunque sea durante 90 minutos, sus dificultades.