DIEGO TOMÉ CAMOIRA
Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Así recoge la Real Academia Española la definición de prejuicio. Y es que, aludimos a esta definición, porque la opinión pública internacional –especialmente de la frontera con el mar negro hacia occidente- ha estado plagada de prejuicios en torno a la seguridad del Mundial de Rusia que hoy ha puesto su broche de oro. Dos fantasmas recorrían occidente presagiando los peores augurios para quienes cruzasen las fronteras caucásicas en dirección rusa. El primero de ellos, el del terrorismo yihadista; el segundo, el del movimiento ultra en la tierra de los zares.
Tras los altercados acaecidos en la pasada Eurocopa entre hooligans rusos e ingleses, los cuales coparon las portadas de los telediarios de medio planeta, la mayor parte de medios occidentales preveían que la cita mundialista en Rusia acabase por desatar una escalada de violencia que pusiese en peligro la celebración del propio campeonato. Nada más lejos de la realidad, un mes después de que la Copa del Mundo diese comienzo, y llegados a su punto y final, podemos decir que los incidentes protagonizados por los ultras rusos han sido inexistentes.
La batalla geopolítica
Quizá la premisa de que todo en esta vida responda a cuestiones políticas se trate de una generalización bastante apresurada, pero es cierto que, de forma intencionada o no, el contexto geopolítico de lo que algunos denominan ya como una “Nueva Guerra Fría”, ha tenido su reflejo en los prejuicios a los que aludíamos anteriormente en torno a la seguridad del Mundial.
Al tiempo que la BBC disparaba todas las alarmas con la emisión del documental “Hooligan Army” sobre el movimiento ultra en Rusia, llegaba la respuesta por parte de las autoridades del país. Vladimir Markin, jefe del comité de Seguridad de la Unión de Fútbol Rusa, señalaba que “Se trata de un trabajo propagandístico dirigido a desacreditar a Rusia, el fútbol ruso y, en particular, la Copa Mundial».
Y es que, la relación del gobierno ruso con los ultras ha estado en tela de juicio desde que se produjese la batalla campal en Marsella. Una única fotografía de Alexandr Shprygin “Shasha” -a quien muchos medios le atribuyeron la etiqueta de líder de los ultras rusos- junto al presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, sirvió para afirmar, no solo que el gobierno ruso estaba tras los incidentes, sino que al propio Putin le unía una relación de amistad con “Shasha” tal y como se alude en esta noticia de El Confidencial.
¿Fuerzas paramilitares?
Ya desde la pasada Eurocopa, la duda surgió entre parte de la opinión pública en nuestro país. Sin embargo, fue a comienzos de este año, con la visita de los aficionados del Spartak de Moscú a Bilbao con motivo de su enfrentamiento en dieciseisavos de la Europa League, cuando la mayor parte de cabeceras deportivas difundieron a bombo y platillo la paramilitarización de los grupos ultras rusos.
Estas afirmaciones tomaron aún más fuerza cuando Ronan Evain, especialista francés en grupos violentos, afirmó que una parte de los violentos rusos que se habían dado cita en Marsella pertenecían a comandos paramilitares.
Bien es cierto que, en Europa, han existido ciertos ultras que tuvieron relación con movimientos paramilitares -y se ha podido demostrar- pero no en el caso de Rusia.
En Serbia, como bien es sabido, a lo largo de la guerra Yugoslava existió un grupo de acción paramilitar especialmente violento y reconocido por sus atrocidades. Estamos hablando de la Guardia Voluntaria Serbia, más conocido por los Tigres de Arkan en alusión al apodo que recibía su líder, Zeljko Raznatovic.
La Guardia Voluntaria Serbia, fue fundada en el año 1990 en un lugar muy particular, concretamente, en las gradas del Estadio Rajko Mitic por un grupo de miembros de Delije, ultras del Estrella Roja de Belgrado. La organización, llegaría a contar con hasta 10.000 voluntarios en pleno apogeo de la guerra Yugoslava, y, compartiendo ideología con sus vecinos de la capital, en ella también acabarían militando miembros de Grobari, grupo radical del Partizán y enemigos acérrimos de Delije.
La historiografía ha podido demostrar que un núcleo muy importante de este grupo paramilitar tenía relación directa con el mundo de las gradas en Serbia. En el caso de Rusia, las principales pruebas de la supuesta fraternidad entre grupos y conformación de guerrillas callejeras, tiene que ver con un elemento que marca la particularidad del mundo ultra en Rusia en contraste con muchos otros países europeos, las Ustawkas.
“Entrenamiento» ultra en los bosques
Que el movimiento ultra tiene una serie de particularidades e idiosincrasias dependiendo del país donde se desarrolle, es algo tangible. Sin embargo, en ocasiones el desconocimiento alrededor del mundo ultra en la Europa del Este, y especialmente en Rusia, ha llevado a realizar afirmaciones cuanto menos controvertidas.
Con el fin de escabullirse de las multas y zafarse del control policial, los hooligans rusos han hecho de las Ustawkas su particular manera de enfrentarse a sus enemigos. Se trata de peleas donde se fija un número concreto de participantes por parte de ambos colectivos, las normas y el uso de armas en la reyerta, así como el lugar donde tendrá lugar la batalla; habitualmente, en bosques alejados de las grandes urbes para poder escapar de la ley.
Precisamente estas Ustawkas –que ya se han popularizado en otros países de Europa- fueron el principal argumento que esgrimieron un gran número de medios de comunicación en España para defender la paramilitarización de estos grupos, entendiendo que estas peleas, que nada tienen que ver con lo que estamos acostumbrados a ver en nuestro país, se trataban de entrenamientos a modo de “castings” para elegir a los hooligans que provocarían grandes disturbios a lo largo de la Euro’16.
En realidad, esa fraternidad a la que se alude queda siempre en agua de borrajas. Y es que, en Rusia, existe el mismo odio entre determinados grupos que puede generar en España un derbi como el sevillano, con la diferencia de que la mentalidad en lo que respecta a las peleas, es muy diferente. Mejor o peor, nadie es quién para decidir dentro de un mundo plagado de violencia gratuita, pero diferente, sin lugar a dudas.
Moscú en el punto de mira
Si bien hay ciudades como San Petersburgo que cuentan con un gran número de hooligans, el centro neurálgico de la vida ultra en Rusia pasa por los distintos clubes de la capital.
Conocidos –o no- por la prensa española, son los aficionados radicales del Spartak de Moscú, los cuales, se asocian en el colectivo de hinchas Fratria. Este colectivo se agrupa en torno a un gran número de “firms” menores, entre las que destaca Gladiators Firm’96, siendo considerados sus miembros los más peligrosos de toda Rusia.
Como decimos, la idiosincrasia del movimiento en la Europa del Este es muy particular, de ahí, que, con el paso de los años, se hayan creado una serie de alianzas entre grupos ultras de diferentes países. De esta manera, Fratria conforma junto a Delije, ultras del Estrella Roja, y la Gate 7 del Olympiacos, la autodenominada Hermandad Ortodoxa. Y es que, aquí entra otra cuestión de peso que se trató de manera larga y tendida en la prensa con motivo de la visita del Spartak a Bilbao.
En numerosos medios, se calificó a los miembros de Fratria de nazis y ultraderechistas durante la semana previa al encuentro que enfrentó a ambos clubes en Europa League. Si bien es cierto que la mayor parte de sus miembros son nacionalistas rusos, a muchos –entre los que me incluyo- sorprendió que una bandera de la Orden de Lenin comandara el corteo de los aficionados rusos por la ciudad de Bilbao. ¿Cómo es posible? ¿Son entonces comunistas?
Quizás ni una ni la otra, y como muchos de sus miembros declaran, vean en la extinta Unión Soviética una forma de expresión del orgullo ruso. En algunos casos, esto es difícil de desgranar, e incluso de comprender, debido a las particularidades de las gradas del estado español, donde la política, sea de uno u otro bando, suele estar bien definida.
Entre los enemigos acérrimos de Fratria, se encuentran los otros principales grupos ultras de la ciudad, como el colectivo KLS del CSKA, Dinastía del Dinamo o Vikings del Lokomotiv.
Quizá para entender que no haya habido conflictos en este Mundial, y desgranar las claves del movimiento en el país de los zares, tan sólo haya que entender las particularidades que rodean a la escena rusa. Eso, o hacer caso al boxeador hispano-ruso Artem Sukhanov cuando declara que en Rusia es algo normal pelearse para demostrar quién tiene razón. Algo que, en la escena ultra, parece cumplirse a rajatabla.