DIEGO TOMÉ CAMOIRA
La llegada de Arsène Wenger al banquillo del Arsenal en el año 1996 dio inicio a la etapa más gloriosa del club londinense. Pero no todo fue un camino de rosas para el técnico francés ni sus pupilos en su andadura hacia el triunfo. Era agosto de 2003 por el vetusto y siempre inolvidable Highbury. El legado de Arsene Wenger por el norte de la ciudad londinense ya empezaba a dar sus frutos con dos dobletes —Premier League y FA Cup— en las temporadas 1997-98 y 2001-2002 respectivamente. Tras una complicada temporada 2002-2003 en lo que a la competición liguera se refiere, dónde quedaron subcampeones a 5 puntos del Manchester United, los de Wenger tenían un reto por delante. Acabar la siguiente campaña invictos.
Wenger contra el sensacionalismo
Casi todos reconocían la valía del técnico de Estrasburgo. Y sí, decimos casi todos porque a lo largo de sus primeras campañas al frente de los gunners, Wenger tuvo enfrente un hueso duro de roer; la prensa conservadora británica.
Antes de la llegada del galo a tierras inglesas, el Arsenal era uno de los representantes más férreos del conservadurismo británico en cuanto a juego se refería. Sus jugadores, en su mayoría autóctonos de las islas, se sentían orgullosos de pertenecer a aquel “Boring-boring Arsenal” que representaba —según sus integrantes— fielmente el carácter inglés.
En el segundo de los dobletes aquel Arsenal ya contaba con ciertos elementos irreverentes para lo que era el fútbol inglés de aquel entonces, más preocupado por las defensas de acero y el control del juego cerca de su arco, que de la vertiginosidad con la que era conocido el Arsenal de la temporada 2003-04. Si bien jugadores como Thierry Henry ya perforaban partido sí y partido también las redes de Highbury, la columna vertebral de aquel “Boring-boring Arsenal” seguía representada con nombres como los de Martin Keown y Tony Adams, capitanes de aquel conjunto.
Por tanto, y pese a aplicar progresivamente la metodología de trabajo que le dio a conocerse al mundo en sus temporadas como técnico del AS Mónaco, Wenger aún contaba con miembros de renombre en aquella plantilla que representaban el viejo modelo. Un modelo que, gustara más o menos al entrenador galo, había dado momentos de gloria para el club gunner.
Se suele decir que un entrenador con el beneplácito de la prensa puede hacer lo que le venga en gana, y viceversa. Pues bien, en este caso quienes llenaban las líneas de los diarios deportivos y se constituían como cabezas visibles del triunfo de aquel club eran los propios Adams y Keown, los veteranos de aquella plantilla que, si bien triunfaba, ni se correspondía al modelo que Wenger trataba de exportar —y mantuvo intacto desde 2004 hasta el final de su etapa en el Arsenal con sus pros y sus contras— ni tampoco era ya aquel conjunto tedioso de ver por televisión de la década anterior. Estaban en Standby.
La batalla de Old Trafford y la suplencia de Keown
Hasta la actualidad tan sólo dos equipos en toda la historia del fútbol inglés han conseguido vencer en el campeonato liguero sin perder ni uno solo de los encuentros disputados. Para encontrar al primero de ellos debemos retrotraernos hasta el año 1888, hasta la primera edición del torneo, cuando el Preston North End ganó la primera liga inglesa siendo invicto. El segundo de ellos, el Arsenal de la temporada 2003-04. The Invincibles.
Sin embargo, todo triunfo tiene sus detractores iniciales. Como bien explica Lauren, lateral diestro titular de aquel conjunto en una reciente entrevista para la revista Panenka “Lee Dixon, Tony Adams… Hacían camarilla, tenían mucho poder dentro del club y en los medios, de ahí que Wenger quisiera firmar a gente con personalidad capaz de quitarles el puesto. Para la idea de fútbol y de club que tenía el míster, algunos jugadores significaban una contraposición”.
Así, y con la llegada de un jovencísimo Kolo Toure al club londinense, llegó la primera decisión que contrarió a buena parte de la prensa conservadora británica. Martin Keown, amo y señor de la zaga gunner durante la década de los 90, se veía relegado al banquillo. Esto no sentó nada bien entre los medios deportivos sensacionalistas como The Sun, quienes pronto se encargaron de cargar contra Wenger y la deriva internacional que estaba tomando aquel Arsenal.
Esta escalada de tensión entre prensa y cuerpo técnico llegó a su cénit en la sexta jornada de Liga, en el encuentro que enfrentaba a Manchester United y Arsenal y que es conocido hoy en día como “La batalla de Old Trafford”. A lo largo del partido se sucedieron una serie de jugadas polémicas que acabaron con la sanción de cinco jugadores del Arsenal y dos del Manchester United por sus reacciones a la finalización de dicho encuentro.
En este momento, diarios como Daily Mail o The Sun aprovecharon para cargar su tinta contra el modelo de los gunners que, en contraposición con otros clubes que habitaban en aquel entonces por la Premier League, suponía un completo cambio de esquema apostando por un gran número de jugadores extranjeros y un fútbol mucho más europeo que lo que acostumbraban el resto de habitantes de la zona noble de la tabla en aquellos años.
Ante estas provocaciones de la prensa, y cansado de dar la cara ante los medios, Arsène Wenger decidió responder sobre el terreno de juego. En el siguiente partido disputado por los gunners, el galo decidió alinear, de manera consciente, un once con jugadores de color en su totalidad exceptuando al portero, Jens Lehmann, que, si bien no era negro, no representaba el ideal de futbolista de la prensa conservadora al ser de origen alemán.
El desenlace de la historia es conocido por todos. El tradicional Highbury se arrodilló ante aquel equipo de leyenda que acabó por cambiar para siempre el modelo de juego inglés e igualó un hito que difícilmente podrá ser igualado en un futuro cercano. Pero ya veis, hasta los equipos de leyenda tienen sus detractores internos.