CARLOS RODRÍGUEZ LÓPEZ
Creo que veo demasiadas películas. A menudo en mi cabeza suena una voz que dice “¿Te imaginas que ahora…?” acompañada de cualquier loca situación propia de una buena superproducción de ciencia ficción. Una vez iba conduciendo tranquilamente cuando me di cuenta de que llevaba detrás de mí un coche de policía con la sirena puesta. Rápidamente me puse a pensar en cuál sería la mejor solución en caso de que aquel coche viniese a por mí.
Decidí que, si estuviera inmerso en una persecución, aceleraría para escapar hasta mi casa —le sacaba unos metros de ventaja y me daría tiempo—, era el plan perfecto. El coche pasó a mi lado para ir a por su verdadero objetivo, y ahí me di cuenta de que, por mucho que escapese, habrían tenido tiempo de sobra para ver la matrícula e identificarme. Mi plan era absurdo, y yo, además de peliculero, gilipollas.
10:50 de la mañana en la estación de Santiago de Compostela. Se acerca una señora y me pregunta si estoy esperando al bus que va a Lugo, a lo que respondo afirmativamente. La señora, de unos 50 y pico años, comienza el interrogatorio: si soy estudiante, si estudio en Lugo o en Santiago, que su hija estudia en Lugo…típico tanteo que nos suelen hacer a los jóvenes para asegurare de que pueden confiarnos una tarea. Lo que hizo Solari con Vinicius hasta que se atrevió a alinearlo contra la Real. Al igual que al brasileño en sus primeros ratitos como madridista, me puede un poco la presión y meto la pata: “Soy de Santiago pero vivo en Lugo”, declaro, cuando es exactamente al revés y tengo que rectificar.
Pese a mi falta de calma antes de actuar (un poco lo que le pasaba a Vini cuando echaba a correr: muy rápido, sí, pero como pollo sin cabeza), la mujer deposita en mí su confianza: “¿Podrías llevar esta bolsa contigo y entregársela a mi hija que va a estar esperando en la estación de Lugo? Es que si no me cobran 10 euros…” y continúa hablando, aunque yo dejo de escucharla. La veo mover los labios y gesticular, pero mi mente es ocupada por una visión de futuro. “Bueno, ¿lo puedes llevar?”, insiste. Justo en ese momento -y de una forma muy cinematográfica- reacciono. «Claro, no hay problema». La mujer me entrega el paquete.
Subo al bus y empiezo a darle vueltas a la visión que había tenido en ese lapso en el que dejé de escuchar a la señora: un guardia civil subía al bus con su perro, el chucho empezaba a olerme el paquete (la bolsa, claro, no el mío) y descubríamos que era un fardo de cocaína. Yo me las ingeniaba para golpear al agente y escapar del autobús. La visión no fue más que el deseo de que me pasara algo propio del protagonista de una película, porque llegué a Lugo y le entregué el paquete a la chica sin haber visto ni al guardia ni la cocaí….espera, espera. Tanta cosa y ni siquiera miré si lo que había dentro era cocaína. Que igual la bolsa estaba llena de farlopa y me podía haber convertido en el nuevo Sito Miñanco y… ¡mi vida en una nueva temporada de Fariña! Lo dicho, además de peliculero, gilipollas.
El Guingamp, colista de la Ligue 1, eliminó el miércoles al todopoderoso PSG de la Copa de Francia. El guion perfecto para una película: los chavales del equipo malo vencen a uno de los conjuntos del mundo cuando nadie creía en ellos. Seguro que algún jugador de la plantilla bretona dijo a sus compañeros al conocer quien sería su rival “¿Te imaginas que les ganamos?”, como habría hecho yo. E imaginaron bien, porque en el fútbol, a veces, la realidad supera a la ficción. Por desgracia, yo no soy futbolista.