DIEGO TOMÉ CAMOIRA
El techo del mundo, un lugar hermético, de recogimiento y dónde sus propios habitantes viven, desde hace más de medio siglo, al son de una de las mayores potencias mundiales como es China. Hablamos del Tíbet, un lugar donde entre guías y sherpas, entre monasterios y oraciones, aún queda espacio para el fútbol.
Hablábamos hace ya un tiempo de Padania, y cómo dentro de la idiosincrasia italiana, la rica región del norte del país -antaño reclamada como nación independiente por la Liga Norte- había hecho del fútbol, y de ese Mundial propio de las confederaciones sin reconocimiento por parte de la FIFA, un elemento identitario. En la última Copa Mundial de ConIFA, celebrada en Inglaterra en el año 2018, la Selección de Tíbet defendió sus colores a nivel global por primera vez.
Un duro camino en la fase de grupos
Tíbet quedó encuadrada en el grupo B, junto con Kárpátalja, selección que representa a la minoría húngara en Ucrania, Chipre del Norte y Abjasia, territorio de minoría rusa que busca la independencia de Georgia tras la disolución de la URSS en el año 90 y que tiene el reconocimiento como nación soberana por parte de Rusia.
3 goles recibidos contra Abjasia, otros tantos frente a Chipre del Norte y una manita contra Kárpátalja para cerrar su participación en el torneo. Lo cierto es que, si uno se para a medir el nivel del grupo, los resultados no son tan pobres para el conjunto asiático.
El equipo representante de la minoría húngara finalizó el torneo alzando el trofeo de campeón. Su rival en la final fue Chipre del Norte, la segunda clasificada del grupo B y el equipo que cayó eliminado junto a Tíbet en la primera fase, Abjasia, llegaba a la cita como defensor del título. 2 tantos marcados y un diferencial de 9 goles en contra, pero con la posibilidad de defender la camiseta prohibida más allá de sus fronteras.
Siguiendo al Dalai Lama
El conflicto entre China y Tíbet es uno de los grandes desconocidos a nivel mundial. Después de varios años de independencia, y la creación del Reino de Tíbet desde 1912 a 1951, la llegada al poder del Partido Comunista de China, liderado por Mao Zedong, supuso la anexión del territorio tibetano como parte de la República Popular China.
Tras un impasse posterior a la finalización de la Guerra Civil China tras más de 20 años de luchas intestinas entre el Kuomintang y el Partido Comunista, el Tíbet dejó de tener soberanía para dar lugar a la creación de la Región Autónoma del Tíbet, un territorio bajo control del gobierno chino.
Después de una primera etapa de coexistencia pacífica entre el gobierno de Mao Zedong y la autoridad religiosa del Dalai Lama, considerado gobernador de la región, llegaría la revuelta de 1959. La reforma de la tierra perpetrada por Mao Zedong, que ponía fin al régimen semi-feudal propio del Tíbet hasta el momento, propició una revuelta encabezada por los mismos monjes budistas que daría lugar al conflicto que, con mayor o menor fuerza, y sin apenas repercusión en los medios de comunicación occidentales, ha llegado hasta nuestros días.
Una vez sofocada la rebelión por parte del gobierno chino, tanto el Dalai Lama como sus seguidores huyeron hacia el extranjero, refugiándose la mayoría en la India, donde, hasta el día de hoy, se encuentra la residencia provisional del 14º Dalai Lama. La comunidad tibetana en territorio hindú está cifrada en más de 150.000 personas, siendo el país que mayor número de exiliados tibetanos acoge.
Los integrantes de la selección de fútbol del Tibet forman parte de este grupo de exiliados que, además de en la India, se encuentran divididos en otros países vecinos como Nepal o Bután.
¿Una tierra sin fútbol?
El fútbol no es, ni mucho menos, el deporte rey en el Tíbet. Cuando los habitantes de la región no están labrando el campo o realizando actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería, sirven como anfitriones para los numerosos alpinistas que llegan hasta las cumbres del Himalaya en busca de nuevos retos. Pese a ello, un pequeño reducto de tibetanos decidió en el año 2015 que el fútbol podría convertirse en un espacio de convivencia en el territorio.
El Lhasa FC mezcla sobre el terreno de juego a futbolistas chinos de la etnia Han, pueblo que llegó en los años 50 al Tíbet para repoblar la región, junto con otros jugadores nativos del lugar.
¿Se imaginan jugar cada fin de semana en la cumbre del Teide? Pues esa es la realidad de este club, quienes aprovechándose del factor cancha que supone la altura, unido a un estadio con una capacidad nada desdeñable -20.000 espectadores-, logró a finales de 2017 convertirse en el primer equipo profesional del Tíbet, tras el ascenso a la tercera división del fútbol chino.
Visto el recrudecimiento de las revueltas en el año 2008, justo antes de los Juegos Olímpicos de Pekín, y el poco conocimiento que se tiene del conflicto fuera de las fronteras chinas, parece poco probable que las tensiones se aparquen de manera definitiva, pero, al menos hasta el momento, el fútbol ha aparecido en el Tíbet como un actor apaciguador.