LUCAS MÉNDEZ VEIGA
La dura historia de Bruce Grobbelaar comienza con una guerra. Antes de los trofeos y los despistes a rivales, el carácter de un portero diferente se marcó en el ejército. Haría carrera en Liverpool, quedando en el imaginario de muchos seguidores de la época como un auténtico genio bajo palos. Para él, muchas noches fueron un tormento por su pasado.
Roma, spaghettis
El reloj marcaba las 20:15 del 30 de mayo de 1984 cuando el calor húmedo de Roma apretaba. Bajo palos, en el Olímpico, nuestro protagonista. Mucho se ha escrito sobre aquella noche. Aquella fatídica tanda de penaltis para los romanistas que sumió en la mayor de las depresiones a Ago’ di Bartolomei. Pero poco se ha escrito acerca del excéntrico portero que defendía la meta del conjunto red, un equipo con ilustres como Dalglish o un tal Michael Robinson.
El empate con el que ambos equipos cerraron el tiempo reglamentario y la prórroga señalaba, inevitablemente, el punto de penalti. La Roma estaba ante la oportunidad de su historia, ante su público. El ‘Pool ya coleccionaba tres entorchados. A pesar de que la Loba comenzó por delante desde los 11 metros, el fallo de Bruno Conti —una de las grandes leyendas giallorrossi— abocó todo a un final inesperado. Todo el peso recaía en ‘Ciccio‘ Graziani, capocannoniere y campeón del mundo en el 82.
La parte más conocida de la historia habla de aquel tiro al larguero, aquella debacle romana. Pocos repararon en el tipo larguirucho, medio calvo y con prominente mostacho que se contorsionaba bajo palos instantes antes del error. Años después, Grobbelaar relató que dicha técnica de despiste se le ocurrió en el momento. Digamos que no tiró mucho de imaginación. «Pensé, ‘Estoy en Roma y el plato nacional es el espagueti, entonces haré las piernas de espagueti’. Lo hice y la pelota tocó el travesaño».
El partido encumbró a un arquero que ya venía de ser indiscutible en el conjunto de orillas del Mersey. Sin embargo, la carrera del futbolista de origen sudafricano estuvo a punto de seguir otros derroteros. Siendo un crío, sus buenas condiciones para el cricket y el baseball causaron que le fuera ofrecida una beca de estudios en Estados Unidos, pero la rechazó. Él quería parar un esférico más grande. Después de pasar por varios equipos de la zona, una gira de los Whitecaps de Vancouver por África le permitió, esta vez sí, mudarse a Norteamérica. La curiosidad quiso que el atípico arquero debutase contra los Aztecs de Los Angeles y encajase su primer gol de las preciosistas botas de un genio holandés de nombre Johan y de apellido Cruyff.
Medio de rebote y entre idas y vueltas a Canadá con parada previa en la cuarta división británica, acabó como suplente del conjunto red en 1981 a cambio de 250.000£. El destino le deparaba su gran oportunidad cuando el titularísimo Ray Clemence —dueño también de la meta de los Three Lions— se pasó al norte de Londres para enrolarse en las filas de los Spurs. Era su momento. Haría historia en la ciudad beatle. Llevaba ya demasiado tiempo atormentándose por su pasado.
Marcado por la guerra
Bruce Grobbelaar era un crío cuando en 1975 fue obligado a alistarse en el ejército de la extinta Rodesia, en plena Guerra Civil. El conflicto acabó con la victoria rebelde y desencadenó el fin del gobierno de minoría blanca. El nuevo país pasaría a llamarse Zimbabwe. El fútbol salvó la vida de un hombre que tuvo que lidiar con la crueldad del conflicto en los 70. En una entrevista en The Guardian, el ex arquero relata de manera estremecedora cómo se saldaron aquellos años y la losa que le supuso mentalmente asistir a aquellas situaciones. “Tienes que convivir con las consecuencias el resto de tu vida. No eres la misma persona una vez lo has hecho. ¿Que cuánta gente maté? No podría decirte”.
Así hablaba el portero de origen sudafricano del drama que tuvo que vivir en primera línea de batalla. La guerra se cobró 30.000 vidas, algunas de amigos del propio Grobbelaar. «Los recuerdos han amainado de alguna manera, pero hay veces en los que estás con tus amigos en África y a ellos les gusta hablar de eso. A mí no. Con el paso de los años tuve suerte de no sumergirme en una depresión», recordaba. Su ejército luchaba para preservar la supremacía blanca en el país, pero él era diferente a la mayoría de los soldados blancos. El fútbol lo había convertido en un héroe entre el pueblo negro. «Los fans me llamaron Jungleman. Dijeron ‘este joven no es blanco. Es negro en la piel de un hombre blanco’ «.
Los éxitos cosechados en las islas, con 18 títulos en 627 partidos en total -incluyendo 6 ligas, 3 FA Cup, y lo mejor, la Copa de Campeones del 84- tampoco le permitieron ser ajeno por completo a la desgracia. En otra final de Champions, al año siguiente de haberse coronado en Roma, ocurrió lo peor. La tragedia de Heysel provocó la muerte de 39 aficionados instantes antes del partido que tenía que enfrentar a los ingleses con la Juventus.
Todavía en aquella plantilla, Bruce Grobbelaar quedó marcado profundamente por la tragedia de Hillsborough en el 89. «Yo estaba cerca de la puerta número 13 y hubo un sonido suave como el aire saliendo. Vi las caras aplastadas contra la cerca. Fui a coger el balón y le grité a la policía: «Abre la puerta de entrada». Ella dijo: «No tengo la llave». Cuando la pelota vino por segunda vez volví a gritar. Vi que tenían una llave y había gente por el suelo. Pateé la pelota y corrí al árbitro. Fue entonces cuando la barrera se rompió y los cuerpos cayeron. Podía escuchar el aire saliendo de ellos. Una de las caras aplastadas contra la cerca pertenecía a una chica llamada Jackie. Le había dado esa entrada pero por suerte ella sobrevivió. Vino a la firma de mi libro», relataba al tabloide británico.
Eternamente agradecido al esférico
Si uno busca sobre su figura encontrará pronto el legado que dejó entre la comunidad de Anfield. El fútbol fue su refugio y así trató de devolverlo también para la comunidad de su país, Zimbabwe. Con la zamarra nacional se convirtió en un icono y no solo por sus cómicos atuendos, su peculiar estilo bajo palos o sus bromas con rivales y compañeros.
Jugó los clasificatorios para dos dos Mundiales en el 80 y en el 84, ambos sin éxito. Tras un descanso necesario, regresó en 1992 para intentar la machada de jugar un Mundial, hito que casi consigue junto a estrellas africanas como Ndlovu. Para más inri, su final de carrera profesional en los 90 estuvo empañada por acusaciones de compra de partidos, de lo cuál fue absuelto en el 97. Decidió refugiarse entrenando en la liga sudafricana.
Actualmente, con más de 60 años, Grobbelaar vive en Canadá sin dejar de lado sus raíces. El pasado 2018 desempolvó los guantes para representar a una selección de la región oeste de Zimbabwe en la Copa del Mundo de Fútbol ConIFA (torneo alternativo para selecciones que representan a estados y pueblos no reconocidos por la FIFA). Su peculiar carácter, forjado en respuesta a los dramas que tuvo que afrontar, le hicieron merecedor de un hueco en el mundo del fútbol.