Billy Bremner (izq.) y Johan Cruyff (dcha) en un partido entre Escocia y Holanda | Fuente: Wikimedia
Billy Bremner (izq.) y Johan Cruyff (dcha) en un partido entre Escocia y Holanda | Fuente: Wikimedia
CARLOS RODRÍGUEZ

@Carlosrlop

No hablaré de Billy Bremner sin antes dejar claro que —al menos en fútbol— cualquier tiempo pasado fue mejor. Será por cuidar la imagen o por mero postureo, pero lo cierto es que nos estamos quedando sin verdaderos personajes en torno al balón.

Sigue habiendo mucho personaje, quizá demasiado, pero no ‘verdaderos personajes’. Ahora todo es puro artificio. Vivimos la época del esfuerzo desmedido en busca de la originalidad y, curiosamente, esa obsesión termina traduciéndose en futbolistas idénticos.

Esa fijación con mostrar una imagen que no se salga de los márgenes lleva a los jugadores a desmarcarse de los rasgos que marcan aquello que los debería hacer únicos, su verdadera personalidad. Pero como no lo hacen, pasa lo que pasa: los mismos pelos, las mismas prendas, los mismos coches, los mismos tópicos… la misma mierda.

(Todo listo, ya estoy preparado para hablar de una leyenda)

Billy el ‘travieso’

Bremner era un verdadero personaje. Transpiraba naturalidad de los pies a los rojos cabellos que cubrían su cabeza. De lo que allí dentro surgía, manaban comportamientos que lo convertirían en historia del fútbol. Por un lado, por todo el talento que lo llevó a liderar a Escocia al Mundial de 1974 y le valió la denominación de mejor futbolista de la historia del Leeds United.

Por otro, por todas las anécdotas que protagonizó, que se antojan inimitables en nuestros días [ya saben, por eso de la imagen] . Pero por suerte para nosotros y, sobre todo, para el bueno de Billy, aquella era otra época.

Bremner se reía de todo y de todos. De hecho, si no se río de ti será porque no te conocía.

Cuando, después de entrenar, la plantilla al completo iba a alimentarse de un completo menú del día, él se tomaba un té y un Kit Kat. Así todos los días. Bueno, casi todos. Cuando le tocaba pagar a algún compañero lo del resto de futbolistas, al pelirrojo le entraba el hambre.

De un Kit Kat pasaba a varios y, además, sustituía el té por un menú. Ojo, que podría coincidir que siempre tuviese hambre cuando pagaban los demás (también hay demócratas con tan mala suerte que siempre los fotografían cerca de símbolos nazis); pero que abandonase el local entre risas sin probar siquiera la comida… huele a vacile.

Banquetes aparte, su broma más pesada no tuvo como protagonista a ningún compañero de equipo. Durante un viaje en avión para disputar un partido de competición europea, Billy se enteró de que un periodista que volaba en el mismo avión se había quedado dormido. Entonces se acercó sigilosamente y… le sacó su diente falso con el sigilo suficiente como para no despertarlo.

Tras la perfecta extracción, el diente fue escondido en una mochila. El pobre periodista no volvió a saber de él hasta que aterrizaron (y eso que era un diente, imagínense si llega a ser un Kit Kat).

Un tipo duro

Bremner debutó con el Leeds United en 1960, con apenas tenía 17 años. Desde entonces viviría una carrera plagada de éxitos erigido en uno de los pilares fundamentales del famoso Leeds de Don Rovie, equipo que dominó el fútbol inglés de la primera mitad de los 70.

Con los peacocks, Bremner ganó dos ligas inglesas, una FA Cup y dos Copas de Ferias. Su velocidad y capacidad para llegar al área contraria le permitieron alcanzar los 90 goles con el club de Yorkshire, cifra envidiable para un centrocampista. Sin embargo, por lo que más se le recuerda sobre el césped es precisamente por lo contrario a lo que le hace ser añorado fuera: no andarse con bromas.

El pequeño vacilón —apenas medía 1,65— se convertía en uno de los mayores temores para el rival cuando saltaba al verde. Entre su herencia de acciones al límite, destaca la pelea que mantuvo con Kevin Keegan en 1974. La imagen de los dos saliendo del campo sin camiseta, después de ser expulsados, es una de las más emblemáticas de la historia del fútbol.

Billy también dejó huella en el balompié de su país (en esta ocasión, sus hazañas extradeportivas tampoco quedaron fuera del pack). Capitaneó la única selección escocesa que se ha clasificado para un Copa del Mundo, poniendo la guinda a una carrera con el equipo nacional que terminó antes de lo previsto.

En 1975 fue apartado de la selección después de protagonizar con otros compañeros el ‘Copenhaguen Five’, nombre con el que se bautizaron los altercados producidos en una noche de fiesta durante una concentración en Dinamarca. El castigo llegó en el tramo final de su carrera futbolística, por lo que nunca más volvió a vestir la camiseta de su país.

Bremner falleció en 1997 de un ataque al corazón. Como buen representante del fútbol de verdad, murió un domingo, el día del fútbol de verdad. Fue fiel al deporte que amaba hasta para elegir el momento de su muerte, porque con el fútbol es con lo único con lo que no bromeaba.

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