CARLOS RIANDE CORTIZO
El Mesón Txistu es un restaurante de cocina tradicional vasca, está situado en Madrid y diseñado a modo de caserío. Es el lugar idóneo para celebrar un cumpleaños, pensó Michael Essien el 6 de diciembre de 2012. El jugador de fútbol africano, por aquel entonces del Real Madrid, llevaba poco tiempo en el club pero se encontraba feliz, por lo que invitó a toda la plantilla a una comida en dicho local. Con ganas de ver a sus compañeros fuera de los terrenos de juego y compartir un rato de vida, su sorpresa llegó cuando solamente Luka Modric y Ricardo Carvalho hicieron acto de presencia.
Cumpleaños feliz
Lo pasaron bien, aunque el futbolista ghanés ‘se rayó mazo’ que diríamos por esas fechas de 2012. Decidió comentarle la situación a su técnico, con el que guardaba una gran relación ya desde el Chelsea, y que parece que terminará siendo una amistad para toda la vida. ¿Quién entra en escena? José Mourinho. El luso le transmitió lo siguiente:
Calma, no era nada personal. No significa que no cayeras bien a tus compañeros y tampoco que tuvieran algo mejor que hacer, sino que simplemente estaban más interesados en ellos mismos que en nadie más, sólo les importa su persona, pero no lo tomes a mal
Escribo estas líneas apurando los últimos días de mis 23 años, poco me importa el alcance de esta pieza, lo que sí pretendo es que la disfrutemos aunque sólo seamos Essien, Modric y Carvalho en el Txistu.
¿Ganar, ganar y ganar?
Mi relación con el fútbol es un constante cambio desde que di mis primeras patadas cuando todavía era incapaz de ponerme en pie por mi cuenta. Al principio pensé que a eso se jugaba con las piernas, más tarde me enseñaron que no, que la clave está en la cabeza, no en los pies, y ahora trato de utilizarla para comunicar sustituyendo al juego en sí. Es a lo que te agarras en la vida cuando no eres un elegido, supongo.
En esa primera etapa lo único que quería era ganar. Los recreos eran finales de Champions de media hora entre 4ºA y 4ºB en donde se contabilizaban los goles en lo que duraba un curso. Los entrenamientos con el equipo de la ciudad o el barrio de turno era aquella aproximación a la táctica, a los resfriados por lluvia, frío, despellejarse las rodillas contra la tierra, las infinitas vueltas a un campo de fútbol 7, darle importancia al calentar y estirar, ver los valores que entraña el compartir un vestuario y, sobre todo, la última parte del entrenamiento: el partidillo para los chavales y el modelo de juego para los entrenadores. En eso también sólo importaba marcar un gol más que tu rival, digo que tus compañeros.
Por supuesto que si preguntabas qué cromos eran los más preciados o cuáles las camisetas escritas por carta a los Reyes Magos el binomio Madrid-Barça era dominante. Pero creces, vas eligiendo tu camino poco a poco, leal a tus convicciones y creencias. Algunos no se salen nunca del inicio del sendero, de lo ya conocido, de lo cómodo. Siento que cambié y ya no estoy hablando de la cosa más importante dentro de las cosas menos importantes. En el fútbol, esa condición de no dominador, ese estímulo casi romántico de apoyar al que no gana por considerar que, entonces, el día que gane, si algún día gana, la alegría será mayor. Pues igual en la vida.
Ese aspecto común, normal y entendible cuando eres un crío que es sólo valorar el triunfo. Claro que después llegan las bofetadas y te van colocando en tu sitio y comprendes que el éxito es subjetivo. “La ambición desmedida es peligrosa”, señalaría Luis Enrique. Me cuesta comprar el discurso de Maquiavelo, quiero disfrutar del “cómo” y no del fin. El Trust the process de los Philadelphia 76ers.
¿Y qué pasa con la derrota? Seré un perdedor a ojos de aquellos que sólo valoran los resultados sin analizar los contextos. Siempre sentí simpatía por los segundones, aunque no les permitiría arrojarse la medalla del cuello al provocar un gesto que tira por la borda todo lo anterior. La simpatía imanta hasta en el mejor jugador que vieron mis ojos, cuando eligió venirse al lado de los que pierden al errar el penalti en la Copa América Centenario. Claro que también iba de Riquelme en esos 11 metros que hubiesen metido al Villarreal en una final de Champions. Qué os voy a contar del carisma de John Guidetti rozando la gloria europea y el ‘¿por qué no tiraste, Claude?‘. El día en el que esa suerte cambie probablemente mi reacción más humana sea un berrinche a lo Pablo Iglesias en el Congreso tras cinco años de presión y cloacas.
Sembrar conciencia
Me siento de ese equipo, de esa clase que no está acostumbrada a vencer pero que tenemos entre ceja y ceja grabado el lema del venceremos. Ese orgullo y sentimiento de pertenencia compartido no se paga con triunfos, se alimenta día a día como un proceso. En mi vida busco el ambiente del fútbol de verdad, el auténtico, cercano al origen de las cosas, a la esencia con la que había nacido el juego, a los Craven Cottage, Upton Park, Loftus Road, Highbury y no a hogares renombrados con el nombre de una aerolínea árabe.
Hablo de equipo porque estoy seguro de que somos un conjunto de personas que compartimos esta visión. Esa admiración excesiva y exagerada que siente una persona por sí misma se la dejamos a Ramón el vanidoso. No me siento especial por ello, creo que hacemos comunidad y por eso quise compartir estas líneas con la esperanza de que alguien se sienta identificado.
También sé que dentro de un par de años releeré este texto y me preguntaré en qué estaba pensando creyéndome maduro en la transición de los 23 a los 24. No pretendo caer en el cuñadismo. Sí que me pasa ya al leer los primeros trabajos, donde me encuentro más ingenuo y repipi. Será desarrollarse no sólo como periodista, también como persona que a día 12 de enero de 2020 lo tiene claro: Zozulya puto nazi, más barrenderos y menos don patricios. Así en el fútbol como en la vida.