JULIÁN GONZÁLEZ
El fútbol y el deporte nos dejan a menudo historias sorprendentes, donde la superación, el esfuerzo, el talento o la suerte surgen de la nada para convertir los sueños en leyendas y aupar a determinados deportistas a la cima de sus disciplinas. Personas de orígenes humildes o acomodados, con todo tipo de personalidades, atributos y procedencias; el deporte no entiende de barreras cuando se dan las circunstancias adecuadas y uno está dispuesto a hacer lo que sea para romperlas.
Después de ver la fase final de la Champions, cualquiera podría pensar que Alphonso Davies está hecho para el fútbol. El propio Valdano declaró durante la retransmisión de Movistar que “el chico nació sabiendo”.
Llegado desde abajo, a triunfar
A sus 19 años nos ha sorprendido a todos con una mezcla explosiva de potencia, calidad técnica y desparpajo, pero su trayectoria podía ser de todo menos previsible. Para empezar viene de Canadá, que sólo jugó un mundial (1986) y apenas cuenta con tres equipos en la MLS: Montreal Impact, Toronto FC y Vancouver Whitecaps FC. Aunque el fútbol femenino goza de mejor estatus, con sendos bronces en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y Río 2016, se trata de un país donde el hockey sobre hielo acapara casi todas las miradas.
En cualquier caso, esta historia ni siquiera empieza allí, sino que para conocerla debemos trasladarnos al campo de refugiados de Buduburam, en la costa de Ghana, donde nació un 2 de noviembre del año 2000 convirtiéndose en el cuarto de seis hermanos.
Allí encontró cobijo su familia tras huir de la guerra civil en Liberia, un conflicto enquistado que se desenvolvió en dos etapas (1989-1996 y 1999-2003), dejando alrededor de un millón de muertos, de los que se estima que más de 200.000 eran civiles. Los Davies pudieron escapar a la vecina Ghana y asentarse en el campo de Buduburam, financiado por Naciones Unidas, que llegó a acoger más de 40.000 personas antes de su cierre en 2010.
Ninguna se imaginaría que entre ellos se encontraba un futuro campeón de Champions, quién viviría allí hasta el año 2005, cuando sus padres consiguieron entrar en un programa de acogida que les permitió desplazarse a Canadá. No todo sería coser y cantar, pero allí al menos pudieron formar un hogar.
Dejó el stick por el esférico
Tras pasar el primer año en Ottawa, acabarían cruzando el país para establecerse en la fría Edmonton (Alberta). Allí su padre, Debeah, encontró trabajo envasando pollos en una fábrica local, mientras que su madre, Victoria, tenía que salir durante largas jornadas nocturnas para trabajar como limpiadora. Aunque probó primero con el hockey, el pequeño Alphonso Davies pronto se dio cuenta de que no era lo suyo.
La afición de su progenitor por el fútbol, que solía ver los partidos del Chelsea en televisión y jugaba en un equipo de aficionados, acabó despertando su interés por este deporte. Con 9 años, un compañero de colegio lo animaría a asistir a las pruebas de los Edmonton Internationals, un club local. Fue el primer paso de una progresión vertiginosa. Pero no el último acontecimiento inesperado.
Poco después, otro amigo lo invitó a cambiar de equipo para irse al último clasificado. Era una decisión extraña, pero el padre de su amigo era el entrenador y él, sin saber muy bien porqué, aceptó. Con el tiempo se volvería una decisión clave, pues su nuevo míster se encargaría de llevarlo a los entrenamientos, invitarlo a comer y acogerlo y hacerle crecer casi como a un hijo.
Davies, el rayo de la banda bávara
Si bien durante estos años tuvo que compaginar los entrenamientos con las labores de canguro para cuidar de sus hermanos pequeños, el crecimiento de Alphonso era imparable. Además de los Edmonton Strikers, se unió a la academia St. Nicholas, permaneciendo con ambos hasta los 14 años. Momento de probar suerte en la academia de los Vancouver Whitecaps.
En un primer momento, Alphonso Davies no pasó el corte y tuvo que volver a casa, pero tan sólo unos meses después volvería para quedarse. Y para no parar de crecer. Apenas tardaría una temporada en llegar al primer equipo, hasta su debut en la MLS con 15 años y 257 días en 2016. Cada vez llamaba más la atención y en verano de 2018 llegaría un gigante europeo como el Bayern con 12 millones de euros para llevárselo a Baviera.
Desde entonces, tan solo 35 apariciones con los de Munich le han bastado para afianzarle como titular. Su nombre ya aparece entre los carrileros más prometedores del fútbol europeo para la próxima década. Dos temporadas en las que ha repetido triunfos en la Bundesliga y la DFB-Pokal, la copa alemana, llevándose la distinción de mejor novato en la 19-20 y cerrando el año con actuaciones estelares que ayudaron a los muniqueses a levantar la Champions en Lisboa.
Parece que la historia pinta cada vez mejor para el bueno de Alphonso, esperemos que siga así, porque es imposible no alegrarse. Al menos por una vez la palabra refugiado puede ser sinónimo de éxito.