Aficionados bosnios en el King Baudouin Stadium de Bruselas | Fuente: Jasmin Veiz, reprezentacija.com, Wikimedia Commons Attribution
Aficionados bosnios en el King Baudouin Stadium de Bruselas | Fuente: Jasmin Veiz, reprezentacija.com, Wikimedia Commons Attribution
DIEGO TOMÉ CAMOIRA

@FirstClassSDP

Año 1995. Matanzas como las de Srebrenica o las del Valle del Lasva han dejado a Bosnia y sus territorios, aún pertenecientes por entonces a la antigua Yugoslavia, completamente arrasados e inmersos en una guerra étnica que tendrá consecuencias que se alargarán incluso hasta la actualidad.

Los acuerdos de Dayton, firmados precisamente en diciembre 1995, ponían fin al conflicto armado en el territorio y concedían a Bosnia y Herzegovina su independencia de Yugoslavia tras tres años de cruenta guerra, más de 100.000 víctimas mortales y cerca de dos millones de desplazados.

Los Balcanes se habían convertido en un polvorín donde los conflictos políticos y étnicos hacían imposible la convivencia, y más en un territorio como Bosnia donde, hasta aquel momento convivían pacíficamente —o al menos eso parecía— bosníacos (musulmanes practicantes) bosnio-croatas y serbo-bosnios. Pero, ¿hasta qué punto ha vuelto la normalidad al país balcánico?

En la actualidad, Bosnia tiene puesto sus ojos en Europa. Desde hace años, el país busca un acuerdo que les permita la entrada en el entorno comunitario, al cual perciben como la luz al final del túnel tras 25 años de tensiones étnicas.

Los organismos internacionales, con el fin de reestablecer la paz en el tablero geopolítico decidieron tomar en Bosnia una decisión salomónica. Como quien parte la tarta proporcionalmente, Bosnia y Herzegovina quedó dividida en dos partes con la República Srpska representando el territorio de mayoría serbia dentro del país y la Federación de Bosnia y Herzegovina habitada esencialmente por bosníacos y croatas, donde los serbo-bosnios son considerados el tercer grupo étnico del territorio, al contrario de lo que ocurre en la República Srpska.

Un país dividido en etnias y donde la tensión la calman como bien pueden los órganos de poder como el consejo de ministros, dividido en partes iguales entre bosnio-croatas, bosníacos y serbo-bosnios. Tal y como se relata en este reportaje que El País dedicó recientemente a la situación en los Balcanes, no se trata de recuperar la convivencia en Bosnia, sino de que la realidad del país no vuelva a saltar por los aires como ocurrió un cuarto de siglo atrás.

“Tocar los equilibrios étnicos de poder para dar cabida a ‘los otros’ es un melón que pocos se atreven a abrir en un país en el que los bosniacos aspiran a una estructura más unitaria, los croatas empujan hacia una entidad propia y los serbios mantienen una retórica crecientemente secesionista. «Adiós, Bosnia, bienvenido RS-exit», dijo el pasado febrero en un juego de palabras sobre el Brexit el representante serbio en la presidencia, Milorad Dodik, a raíz de que el Constitucional dictaminase que los terrenos agrícolas sin dueño pertenecen al Estado central, y no a las entidades. Los representantes serbios boicotean desde entonces las instituciones estatales.”, se menciona al respecto en dicho reportaje.

Tal es el alcance del problema, que en ciertos barrios y zonas del país donde bosníacos, croatas y serbios se cruzan con asiduidad, es habitual que tome el mando la UNPROFOR (la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas), más conocidos como los Cascos Azules.

De Karadzic a Bubamara

Si habitualmente cada vez que se escucha la palabra fútbol en los Balcanes se asocia inconscientemente a mafias, violencia y control de los ultras, hubo una época en la que el balompié se convirtió, precisamente, en la única vía de escape que la población de Sarajevo tenía ante la guerra.

Predrag Pasic, natural de Sarajevo y antiguo centrocampista de FK Sarajevo, Stuttgart y TSV 1860 Munich, además de representante de la selección yugoslava durante el Mundial de España en 1982, decidió crear en el año 1992, en mitad de los bombardeos contra la capital bosnia, la escuela de fútbol Bubamara, un lugar donde los jóvenes de Sarajevo encontrasen en el fútbol la evasión a aquel conflicto que se alargaría por tres años.

Precisamente fue Radovan Karadzic, primer presidente de la República Srpska y hoy condenado por el Tribunal de la Haya a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad, quien hizo creer a Pasic en esta idea del fútbol como espacio de convivencia.

El psiquiatra serbo-bosnio ejerció de psicólogo en el FK Sarajevo durante años, unos años en los que Karadzic apostaba porque no hubiera una sola distinción étnica sobre el terreno de juego y que llevaron al conjunto bosnio a alcanzar la gloria en la liga yugoslava a mediados de la década de los años 80.

Con el mismo espíritu, en Bubamara convivían niños bosníacos, croatas y serbios por un igual, al tiempo que sus padres provocaban una guerra étnica y fratricida que dejaría la ciudad bañada por el río Miljacka en ruinas.

Uno de esos niños de la guerra fue Edin Dzeko, quien fue, durante aquellos años, uno de los primeros alumnos aventajados de la escuela Bubamara, tal y como el tiempo ha demostrado a base de goles del futbolista bosnio.

Edin Dzeko en un encuentro con la selección nacional de Bosnia | Fuente: Ailura, CC BY-SA 3.0 AT, CC BY-SA 3.0 via Wikimedia Commons
Edin Dzeko en un encuentro con la selección nacional de Bosnia | Fuente: Ailura, CC BY-SA 3.0 AT, CC BY-SA 3.0 via Wikimedia Commons

Una liga bosnia sin Vedran Puljic

Al tiempo que el fútbol se convertía en símbolo de convivencia dentro de Bubamara, fuera de aquellas paredes no era más que otra expresión de aquel conflicto. No sólo las instituciones dividían la realidad cotidiana en Bosnia, sino que también su fútbol quedó separado en tres ligas diferenciadas por grupos étnicos. La búsqueda de la paz tácitamente, obligaba a dejar a un lado la convivencia.

No fue hasta el año 2002 cuando se creó la Premijer Liga, la máxima categoría de fútbol dentro del país y donde ya conviven —aparentemente— clubes de la República Srpska con otros de la Federación de Bosnia y Herzegovina.

No obstante, incluso en la actualidad, los modelos en los que se dividen las divisiones menores del país hacen que este reparto salomónico en el número de clubes que deben participar en la máxima categoría bosnia según el origen étnico de los mismos siga plenamente vigente.

Tanto la Primera Liga de la República Srpska como la Primera Liga de la Federación de Bosnia y Herzegovina, anteriormente las máximas categorías de cada uno de estos territorios, representan la segunda división del país, permitiendo, por tanto, que cada año haya un número similar de conjuntos de cada una de las repúblicas en la máxima categoría del fútbol bosnio.

Como era de esperar, estas tensiones saltaron por los aires de forma definitiva en el año 2009, en un encuentro que enfrentaba al FK Sarajevo frente al Siroki Brijeg. Si la ciudad de Siroki Brijeg es uno de los principales feudos croatas dentro de Bosnia-Herzegovina, los fanáticos del club de fútbol homónimo, como no podía ser de otra manera en un país donde las raíces étnicas están tan impregnadas en la vida cotidiana, son unos de los ultras bosnios que más abiertamente muestran su exacerbado nacionalismo croata.

Los Horde Zla —‘Hordas del Mal’en bosníaco—, tampoco se quedan ni mucho menos atrás. Los ultras del FK Sarajevo que viajaron aquel día hasta Siroki Brijeg son uno de los grupos ultras más temidos de todos los Balcanes, con un historial violento a la altura de grupos como Delije o Grobari.

Con el comienzo de la guerra en Yugoslavia, la mayor parte de Horde Zla se integraron en las milicias musulmanas bosníacas, que recibían apoyo sobre el terreno tanto de fuerzas internas como el Partido de Acción Democrática, liderado por Alija Izetbegovic, (primer presidente de la república de Bosnia Herzegovina antes de la llegada del gobierno tripartito) así como de aliados extranjeros como los muyahidines, que combatían junto a estas milicias sobre el terreno con el fin de convertir a Bosnia en una república islamista.

Ante esta realidad, era de esperar que las tensiones explotasen, y las calles de Siroki Brijeg parecían el lugar propicio para ello. Tras una pelea entre radicales de ambos conjuntos, Vedran Puljic, seguidor del FK Sarajevo, fue alcanzado por un disparo de bala que, aún a día de hoy, más de una década después de su fallecimiento, se desconoce a ciencia cierta quien fue su autor, pese a que todos los indicios apuntan a la policía de Siroki Brijeg.

Unos pocos celebran el Mundial

En el año 2014, Bosnia consiguió por primera vez en su historia la clasificación para un gran torneo de selecciones. El combinado liderado por Miralem Pjanić o Edin Dzeko entre otros conseguía su billete para Brasil después de haberse quedado a las puertas tanto en la Copa del Mundo del año 2010 en Sudáfrica como en la Eurocopa 2012.

Lo que, a priori, parece un éxito sin precedentes digno de celebrar por las calles de todo el país solo tuvo su reflejo dentro de la comunidad musulmana. Ciudades como Sarajevo, Móstar o Tuzla, de prominente dominio musulman y bosníaco parecían un hervidero, mientras que en la República Srpska aquel hito futbolístico se vivió con más pena que gloria.

Una paz artificial, un país dividido que, si bien durante la guerra encontró en el fútbol un aliado con proyectos como Bubamara, con el paso del tiempo tan sólo ha hecho del esférico la continuación de un conflicto cuyas heridas parece que tardarán en cicatrizar.

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