CARLOS RODRÍGUEZ LÓPEZ
Cuando era chaval veía una serie en la que un niño se despertaba cada mañana siendo una cosa distinta. Dragón, brujo, hombre de cromañón, superhéroe… un currículum envidiable. Rememoré estos dibujos animados cuando supe que Morata volvía a Turín.
Morata se va del Atleti (en el que siempre había soñado jugar) a la Juventus, equipo al que soñaba volver después de su primera experiencia en Italia, que ya de por sí había supuesto la consecución de un sueño. Tras un par de años como bianconero, Morata había vuelto al Real Madrid -en el que siempre había soñado triunfar-, y después se marchó al Chelsea, cuya camiseta soñaba vestir desde que era niño.
Qué suerte tiene este muchacho que todos sus sueños se cumplen. Cuando yo era niño, llegué a soñar con tres futuros ‘profesionales’: entrenador Pokémon, futbolista y jubilado. No habiendo opción para los dos primeros, el tercero parecía, con matices (a partir de los 65 en lugar de al acabar el colegio, como yo deseaba), un objetivo realista.
Recién salido al mercado laboral, hoy veo más fácil irme de cañas con Pikachu que cobrar algún día la jubilación. De hecho, cada vez me parece más complicado que la generación de mis padres pueda hacerlo. Al menos si seguimos inmersos en la sociedad de las 5 p’s: la derecha Privatiza, la izquierda Posa y el Pueblo las Pasa Putas.
Afortunadamente, hay solución mientras no descubran vacuna contra la ineptitud: que Morata sea nuestro presidente. Al menos así, su suerte sería la de todos.