DIEGO TOMÉ CAMOIRA
El deporte universitario en España ha estado, desde siempre, relegado a un segundo plano en comparación con el de otras realidades. Lejos quedan los programas de becas y ayudas a deportistas con los que cuentan países como EEUU o Japón entre otros.
La cultura deportiva en las universidades españolas no va mucho más allá de ciertas becas y apoyos a deportistas que, por otro lado, ya suelen estar contrastados al máximo nivel internacional además de reservar a los deportistas de alto nivel un cupo de plazas en todas las titulaciones para que puedan compaginar estudio y deporte.
Cierto es que la tradición marca que esta serie de dinámicas han sido así a lo largo de toda la historia. No obstante, hubo una época en la que el deporte, y más concretamente el fútbol, tuvo un mayor apoyo que en la actualidad desde los órganos rectores de las universidades españolas.
Sin necesidad de competiciones como la NCAA, la realidad es que en deportes como el atletismo, el rugby e incluso el fútbol, los clubes universitarios gozaron de un cierto nivel de prestigio en épocas pasadas, llegando a competir en grandes ligas profesionales de nuestro país.
El salto del fútbol universitario al fútbol federado
Salvo contadas excepciones, es cierto que los clubes universitarios apenas han pisado a lo largo de la historia las categorías profesionales del fútbol español. Pese a ello, formaban parte de un contexto que tradicionalmente ayudaba a enriquecer las divisiones amateurs de nuestro fútbol.
No sólo era algo cotidiano encontrarse a equipos de universidades compitiendo en la Tercera División española, sino que, en el caso de los jugadores, suponía una oportunidad de compaginar fútbol y estudios de manera natural.
Y es que, como analizaremos más adelante, si uno piensa en un conjunto universitario español en la actualidad, prácticamente la única relación con el ámbito académico que guardan esas organizaciones reside en su denominación.
Es únicamente en las categorías regionales de nuestro fútbol donde aún podemos encontrar nombres asociados a instituciones académicas como es el caso de la Universidad de Valladolid, cuyo equipo compite en el Grupo B subgrupo 1 de la Regional Preferente castellanoleonesa.
El club vallisoletano, que durante la década de los 80 y 90 disputó varias campañas en el fútbol nacional, con varios pasos no consecutivos por Tercera, en la actualidad trata de mantenerse a duras penas en las divisiones más bajas del sistema de categorías español.
Realizar un gran papel en los campeonatos universitarios ha dejado de ser sinónimo de gozar de oportunidades en clubes amateurs y semiprofesionales.
Tal y como nos mencionaba José Iván en un reportaje para Mundo Esférico, a día de hoy esto es prácticamente una quimera en el fútbol español, al tiempo que las universidades extranjeras apuestan por dar una oportunidad al talento que se genera en nuestras universidades otorgando becas que en algunos casos superan los 40.000 euros con el fin de potenciar el fútbol en esos países.
Dos modelos muy diferenciados
Universidades como la de Valladolid u Oviedo, que han probado las mieles del éxito en el campo del fútbol universitario siguen un modelo muy diferenciado del de otras universidades como la Universidad Católica de Murcia, más conocida como UCAM, y que bajo su paraguas acoge a grandes estrellas del deporte nacional como Mireia Belmonte, David Cal, Jessica Vall, Juan Manuel Molina o Miguel Ángel López entre otros, todos ellos medallistas internacionales en sus respectivas disciplinas.
A su vez, la universidad católica cuenta con un equipo de fútbol puntero en la Segunda División B española y que durante la pasada década disputó varias campañas en el fútbol profesional.
El modelo, tal y como vemos, no es el de formar jugadores universitarios y ayudarles mediante un programa de becas a que puedan dar el salto al fútbol profesional al tiempo que completan sus estudios, sino el de contratar a futbolistas ya contrastados en categorías profesionales y semiprofesionales para que luzcan el nombre de UCAM.
Lo cierto es que, hasta el momento, esta hoja de ruta ha demostrado ser exitosa tanto para el conjunto murciano como para los intereses de la universidad en el mundo del fútbol.
En el otro lado encontramos la realidad de clubes como la mencionada Universidad de Valladolid o, más concretamente, del Universidad de Oviedo.
El club asturiano, pese a las dinámicas que rigen al fútbol en la actualidad, ha mantenido intacto su compromiso por la armonización entre la formación futbolística y la formación académica. Es por ello que, pese a sus malas dinámicas en los últimos años, no ha dejado de apostar por una plantilla cuya columna vertebral esté representada por jugadores universitarios.
En apenas una década el conjunto capitalino ha pasado de pelear el ascenso a Segunda B —categoría en la que militó durante tres temporadas a comienzos de siglo— a subsistir en Regional Preferente, división que apenas había pisado desde finales del siglo XX, cuando se convirtió en uno de los clubes habituales en el grupo de la Tercera asturiana.
El club asturiano sigue siendo en la actualidad propiedad de la universidad y vive, como lo ha hecho desde antaño, de las partidas presupuestarias que el rector dedique al club de fútbol, un rector que, a su vez, ejerce como presidente y gestor.
Fútbol universitario, negocio y desapariciones
Coincidiendo con la etapa dorada del Uniovi, hubo un club que, desde Gran Canaria, representó como ningún otro la subida a los cielos y la caída a los infiernos del fútbol universitario español.
El Universidad de Las Palmas fue fundado en el año 1994, tan sólo 5 años después de que el gobierno canario decidiese que Gran Canaria debía tener su propia universidad, ya que por aquel entonces solo existía en todo el archipiélago una institución universitaria como es la de La Laguna.
Aquel club creado y gestionado por miembros y estudiantes de la universidad comenzó a ascender categorías a un ritmo vertiginoso. Al tiempo que dejaban atrás las divisiones más bajas de nuestro fútbol, el Universidad de Las Palmas comenzó a apostar por futbolistas que no tuvieran ninguna relación con el ámbito académico.
A pesar de ello, el club insular seguía gestionado por sus miembros fundadores y la Universidad de Las Palmas como principal valedor del proyecto.
En apenas seis años aquel proyecto que tenía en Alfredo Morales a su principal valedor había ascendido a Segunda División, sorprendiendo a propios y extraños y convirtiéndose en la gran sorpresa del balompié nacional. Pero si el ascenso desde el barro fue meteórico, la completa desmembración de aquel club lo fue aún más.
Las andanzas del Universidad de Las Palmas por el fútbol profesional tan sólo duraron una temporada, y en su vuelta a Segunda B, con el fin de no sufrir problemas financieros, Morales decidió hacer del Universidad un club satélite de la UD Las Palmas. De la vinculación con el fútbol universitario sólo quedaba el nombre en aquellos momentos.
Aquel club sin masa social pasó a dar tumbos por diferentes estadios del territorio insular, varios cambios de presidentes y su desvinculación final de Las Palmas para volver a ser un club independiente.
Durante la primera década de los 2000 siguió siendo un conjunto puntero dentro de la Segunda B, pero lo hizo a base de seguir aumentando una deuda que ahogaba económicamente a la entidad que ya no guardaba relación alguna con el fútbol universitario.
Finalmente, y después de distintos cambios de accionariado que ya no guardaban ninguna relación con el espíritu fundacional del club, en el año 2011 el Universidad de Las Palmas desparecía de forma definitiva.
Distintos modelos, caminando entre el fútbol formativo y el fútbol negocio; el ámbito académico y el futbolístico, componen un entramado difícil de desgranar y que ahoga al fútbol universitario español año a año.