LUCAS MÉNDEZ VEIGA
Una cabeza ovalada con dos ojos azules. Brillantes y redondos como dos cabezas de Pacman. Una nariz afilada y el pelo repeinado como buen y gris trabajador de banca. Porque eso pretendía imitar el personaje Frank Sidebottom. No así Chris Sievey que, de tanto enfundarse esa cabeza de papel maché, acabó por no saber diferenciar entre la vida de su alter ego y la suya propia. Él siempre había querido ser estrella del pop. Lo tenía todo decidido. Y el fútbol. El fútbol también le gustaba, aunque tampoco sabía muy bien a qué equipo animar.
Frank Sidebottom Out of His Head
En la escena musical de Manchester de los años 70 y 80 todo el mundo conocía a Frank. O a Chris. Qué mas da. Antes de este cruce de personalidades, el joven Sievey, nacido en Ashton-on-Mersey en agosto de 1955, tenía el sueño de ser ídolo musical de masas. Había crecido y vivido toda su vida en Temperley, el pueblo donde no pasaba nada. El caso es que su música, su talento o su capacidad de trabajo —o quizá un compendio de las tres— no daban la talla.
Harto de que no ocurriese nada en su vida, y recién cumplidos los 15, un buen día Chris Sievey se plantó en la carretera de salida de su pueblo. Pretendía irse a Londres, quería conocer a los Beatles. Haciendo autostop se plantó en el lujoso barrio de Chelsea, frente a las puertas del sello discográfico de los de Liverpool: Apple Records. Quería enseñarles su música. Sin miramientos frente a todo aquel que se le ponía por delante, exigió a los porteros entrar.
Tal era su tozudez que Tony King, uno de los cazatalentos que tenían McCartney, Lennon y cía, accedió a darle espacio en sus estudios y concederle una oportunidad a esa música de post-punk con instrumentos desafinados y destartalados. No tardaron mucho en echarlo a patadas de allí.
Su pasión por el fútbol iba cambiando de bando con los equipos de Manchester. Él era más de barro… y pantalones largos | Fuente: James thebeingfrankmovie (Flickr con Licencia Creative Commons)
La vida y las ilusiones de Chris siempre estuvieron en su cabeza. Harto de probar suerte y de siempre obtener un no por respuesta, un buen día creó su propio sello discográfico: Razz Records. Publicaría varios discos, pero todo seguía igual. Nadie quería su música. Se decidió entonces a fundar su propio grupo, con el que empezaría a llamar a la puerta del éxito: The Freshies.
En el mundo caótico de Chris Sievey nada seguía un orden. Se rodeó de músicos inconstantes en una banda que jamás ensayaba y sus performances sobre el escenario causaron revuelo. Se llegaron a colar en el número 54 de éxitos del Reino Unido en 1980 con su tema ‘I’m in Love with the Girl on the Manchester Virgin Megastore Checkout’. Poco después sonó en Estados Unidos. Estuvieron cerca pero el éxito se esfumó.
Cantándole al imaginario Mundial de México 90 en pantalón largo
«Frank Sidebottom creó un mundo, fue mágico. Hizo una modesta vida entreteniendo a la gente y eso es lo que amaba hacer», declaró el alcalde de Temperley que inauguró en medio del pueblo una estatua del cabezudo en bronce colorido. El sitio donde no pasaba nada quedó en la impronta de miles de británicos gracias a la música de Frank Sidebottom. Lo mismo que los equipos de fútbol a los que seguí, aunque sus aficiones dependían un poco del fin de semana.
Digamos que los únicos clubes a los que fue fiel fueron el Altrincham FC de los bajos fondos del fútbol de las islas y el Timperley Bigshorts FC. Simple y llanamente ‘Los pantalones largo de Timperley’, un club fundado por el mismo Sidebottom, con su cabeza como logo y con camiseta a rayas negras y rojas. También se dejó caer alguna que otra vez por Maine Road donde lanzaba vítores hacia los skyblues del Manchester City… aunque quizá el siguiente fin de semana te lo encontrases en Old Trafford haciendo exactamente lo mismo.
Su pasión desenfrenada por el fútbol como motor de masas le llevó a ser el invitado en una ocasión en el legendario programa inglés ‘Match of the Day’. A decir verdad, todo hace indicar que fue su mayor logro en la vida porque, meses más tarde, sacaría su tema ‘Guess Who’s Been on Math of the Day?’ (‘¿Adivinan quién estuvo en Match of the Day?’).
Su largo repertorio de canciones musicales futboleras le definiría de aquí en adelante. Le cantó a un Mundial de 1990 en México a pesar de que todos sabían que se había jugado en Italia. Celebró su pasión por el Altrincham con su canción ‘The Robins Aren’t Bobbins’ —los seguidores del equipo se hacen llamar los Robins—, parodió a los afamados Baddiel and Skinner con un ‘Three Shirts on the Line’ en lugar del ya clásico himno futbolero ‘Three Lions on the Shirt’ o coreó a los argentinos de Estudiantes de La Plata en ‘Estudiantes’, entre otras muchas piezas con un balón como fuente de inspiración.
Los vecinos Freddie Mercury y Kylie Minogue
En los años del hardcore punk, del germen de la cultura indie y del movimiento anticapitalista, Frank Sidebottom se convirtió en un icono contracultural. Tras la máscara, Chris Sievey se convirtió en motor creativo, en artista multidisciplinar y cómico ecléctico. A decir verdad, el cabezón de Frank fue una invención de esos acérrimos fans de la música de los Freshies. A petición del líder de la banda, un seguidor sugirió caracterizar a un gris empleado de banca para uno de sus videoclips. Tendría que haber sido una performance puntual pero aquella cabeza quedó para la historia de la música más alternativa.
Empezando a relamer el efímero éxito, Sievey siempre rechazó la seriedad. Autor de canciones con títulos casi tan largos como sus letras, cantó a sus majestades: Freddie Mercury y Kylie Minogue en ‘Frank Sidebottom Salutes the Magic of Freddie Mercury And Queen And Also Kylie Minogue (You Know, Her Off Neighbours)’. Relegado a artista de pub, siempre estuvo muy unido al fútbol. Ahí fue donde también dejó muestras de su hilarante estilo.
A pesar de intentarlo, jamás pasó musicalmente del ambiente de pub. Bueno, una vez teloneó en Wembley, aunque acabó a botellazos por parodiar al grupo que iba a presentar. Sin embargo, su legado quedó impregnado en aquella cabeza enigmática y en sus guitarras y teclados acompasados y desafinados.
Murió de cáncer de laringe en 2010 tras intentar, por enésima vez, ser reconocido en la escena musical. Mezclando las letras con el fútbol cerró su capítulo vital y discográfico con todo un lema de vida: ‘Football is Really Fantastic’.