DIEGO TOMÉ CAMOIRA
Hubo un tiempo no tan lejano en el que el fútbol pertenecía a los aficionados. Un tiempo en el que los aficionados no lo eran siquiera del equipo de su localidad, tampoco de su barrio. Una simple colonia de viviendas, con el apoyo de los suyos, era capaz de llevar a su club hasta la división de plata del fútbol español. Una historia tan particular, como la del lugar donde se gestó: la Colonia Moscardó.
Al sur de Madrid, lo que antaño se alzaba como periferia de la capital y hoy en día el crecimiento urbanístico ha ido modelando como prácticamente centro neurálgico de la ciudad de Madrid, se sitúa la citada Colonia Moscardó.
Allá donde ahora se alza uno de los barrios obreros por antonomasia de la capital de España, a comienzos de la década de los años 20 del siglo pasado se levantaba una colonia de carácter rural que tenía, en aquel momento, el honor de ser el primer proyecto de vivienda pública de Madrid.
Moscardó necesita identidad
Aquel proyecto de colonia, denominado inicialmente como ‘Salud y Ahorro’, quedó paralizado por el estallido de la Guerra Civil Española. La ley de casas baratas promulgada por el Partido Socialista Obrero Español en el año 1911, había puesto sobre el mapa aquel terreno cercano al Manzanares, donde se pretendía que los campesinos y agricultores madrileños pudieran adquirir una vivienda unifamiliar y convertirse en propietarios.
De hecho, así sucedió durante la dictadura de Primo de Rivera y el apoyo que el PSOE dio a este tipo de propuestas de carácter corporativista, construyéndose las primeras viviendas de la que, a la postre, se convertiría en la colonia más famosa del fútbol español.
Tras el triunfo en la guerra, el régimen franquista trató de poner en valor nuevamente este proyecto de casas baratas promulgado unas décadas atrás. Para ello, se sirvió de los nuevos símbolos y personalidades afectas a la dictadura, entre quienes se encontraba el general José Moscardó.
Para el régimen, no sólo era necesario ganarse el favor popular a través de ciertos proyectos sociales como eran las colonias, sino que necesitaba renombrar estas iniciativas con los símbolos y escenografía propios del franquismo para que quedaran impregnadas en el imaginario colectivo de la sociedad española.
Fue de esta forma como el proyecto de vivienda social en Usera se renombró como Colonia Moscardó. A partir de entonces, el papel que jugaría el reconocido militar en la vida diaria de la barriada no quedaría circunscrito únicamente a dar nombre a la misma. La dictadura y el propio Moscardó querían jugar un papel preponderante y ganarse el favor de aquella colonia rural y, para conseguirlo, trataron de mejorar las condiciones de vida de los habitantes de aquel lugar.
Al tiempo que la Colonia Moscardó se desarrollaba, el barrio de Usera pasó de ser una pequeña zona agrícola al sur de la capital y el Manzanares a convertirse en uno de los epicentros obreros e industriales del nuevo régimen. Hacia allí fueron llegando inmigrantes provenientes de muchos lugares de España con el objetivo de conseguir unas mejores condiciones materiales y, sobre todo, servir de mano de obra para la nueva industria que estaba surgiendo en la periferia de Madrid.
La población de la colonia aumentaba considerablemente y, con ello, también los jóvenes que llegaban al barrio. El fútbol, aquel invento inglés que muchos intelectuales observaban con suma desconfianza, servía al régimen franquista para buscar adhesión entre las clases populares. Quien era muy consciente del poder transformador del deporte en general, y el fútbol en particular, era el propio general Moscardó.
Nombrado en el año 1941 presidente del Comité Olímpico Español y Delegado Nacional de Deportes, Moscardó era una de las máximas autoridades del régimen en lo que a deporte se refería. Con una colonia a su nombre y unos jóvenes ávidos por buscar una identidad dentro del barrio, el fútbol constituía un buen elemento aglutinador. Así, en el año 1945, surgía el Club Deportivo Colonia Moscardó.
Tierra y plata: los años de gloria del club
El Benito Jimeno veía como año a año se sumaban más fieles a ver las aventuras del Moscardó contra equipos regionales. Sobre un campo de tierra y en un recinto donde ni siquiera existían entradas o salidas, ya que era completamente abierto en sus inicios, el ‘Mosca’ comenzó su andadura por las categorías más bajas del fútbol autonómico.
La Colonia Moscardó y todo Usera empezaban a encontrar su pertenencia con el balón sobre la tierra y, poco a poco, aquel complejo deportivo se volvió santo y seña del barrio, hasta el punto de acoger a más de 12.000 espectadores en las gradas habitualmente.
El Benito Jimeno apenas tenía asientos para ver el fútbol sentado, tampoco graderíos vip. Pero sí algunos de los paraavalanchas que —a día de hoy se mantienen— y permitían que todo aquel que viese el fútbol en pie, lo más habitual en aquel estadio, no formase parte de una avalancha humana al festejar un gol o la victoria de su equipo.
El punto de inflexión para el Moscardó llegaría en el año 1958, momento en el que Román Valero, el a la postre presidente más carismático en la historia del club, tomó las riendas del mismo.
Ya sin el general Moscardó, presidente honorífico del club y fallecido unos años antes, dejándose caer por el Benito Jimeno, la colonia veía como su equipo iba haciéndose un nombre ante clubes emblemáticos del fútbol madrileño como el Carabanchel o el mismísimo Rayo Vallecano, conjuntos con los que, durante un tiempo, se disputó la hegemonía del sur de Madrid.
Apenas cinco años después de su llegada a la presidencia, Román Valero lleva al club a la Tercera División, por aquel entonces el tercer escalón del fútbol nacional. El apoyo popular que se hacía notar en aquellos graderíos abarrotados se tradujo rápidamente en éxitos para el club, que se hizo habitual en la pelea por el ascenso a la segunda división del balompié español.
Finalmente, el ansiado ascenso llegaría en la temporada 1969/70 en un encuentro ante el Terrassa. Como curiosidad de aquel duelo por ascender a la división de plata, cabe destacar que se tuvo que jugar en el Estadio de Vallecas, la casa de su rival capitalino, ya que el Benito Jimeno —hoy renombrado como Román Valero en honor a la labor que el empresario industrial y expresidente de la entidad desarrolló para el Moscardó— no cumplía los requisitos para albergar un encuentro de aquella magnitud.
Tras varias reformas, en la temporada 1970/71, la tierra del Benito Jimeno vería pasar por su casa a clubes históricos del fútbol español tales como el Deportivo, Villarreal, Real Oviedo o Real Betis, entre otros.
Pese a que en el plano deportivo aquella temporada fue un fracaso para el Moscardó, que terminó colista con 23 puntos en su haber y tan sólo una victoria fuera de su feudo, en lo social suponía un antes y un después para la colonia, el barrio y, en general, para el fútbol madrileño.
Si bien en la actualidad clubes como Leganés, Getafe, Alcorcón o el Rayo Majadahonda se han hecho un hueco en el fútbol profesional, por aquel entonces, y con la salvedad de un Rayo Vallecano que comenzaba a hacerse un nombre por la geografía española, era raro que un conjunto capitalino que no fuese Real Madrid o Atlético pasease la bandera del fútbol madrileño por el territorio nacional.
Aquella campaña, que podría haber pasado como desapercibida en la historia del balompié español adquiere tintes míticos si se aprecian pormenorizadamente las condiciones, ya que fue la última vez que equipos como el Betis o el Deportivo se vieron obligados a jugar partidos oficiales en un campo de tierra.
Del basurero al Moscardó
El ascenso a Segunda División impulsó el papel de cantera que tenía el Moscardó, convirtiéndola en los años venideros en una de las más prolíficas del fútbol madrileño.
De aquella plantilla de Segunda salieron jugadores como Sánchez Barrios, que pocos años después pasó a engrosar las filas de un Real Madrid campeón de Liga. Además, el apoyo cada fin de semana de la afición del ‘Mosca’ llevó al equipo a pasar unos cuantos años dulces en Tercera e, incluso, a disputar varias campañas en Segunda B durante los años 90, regresando a ese lugar que el club ocupó previo a su ascenso a la división de plata.
“Desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada, iba de portal en portal, de mercado en mercado, recogiendo desperdicios. Prefería ir por delante (el que acerca los cubos a la acera y concentra las bolsas en un solo cubo; el que facilita el trabajo) porque se lo tomaba como un entrenamiento. Luego, tras una ducha y unas horas de sueño, acudía a despachar en una tienda de deportes. Y por la tarde, a entrenarse junto a sus compañeros”, se refleja en un reportaje que vio la luz en la edición impresa del diario El País el 29 de noviembre de 1999.
En aquel momento, José María Movilla se había convertido en uno de los centrocampistas más destacados de la Liga Española, pero tan sólo dos años antes probaba las hieles del infrafútbol compaginando su labor como futbolista en el Moscardó con su trabajo nocturno como basurero en su Madrid natal.
Ese ‘Mosca’ fue reconocido por dos cosas, por ser el escaparate de canteranos como Movilla u Óscar Tellez entre otros, jugadores que adornaron su palmarés con victorias en la Copa del Rey, participaciones en Europa o incluso, la llamada de la selección española, pero también por los impagos y la inestabilidad.
La burbuja inmobiliaria, el pelotazo urbanístico y la gentrificación vació de identidad y prácticamente expulsó a los vecinos de Usera y la Colonia Moscardó. Los mismos vecinos que acudían religiosamente al Román Valero se veían apartados de la que fue su casa y con ello, se produjo el progresivo derrumbamiento del club.
En un tiempo donde el fútbol se ha hecho completamente global caben destacar historias como la del Moscardó, que desde finales de los 90 se ha convertido en un equipo ascensor entre Tercera y Preferente y que, con casi total probabilidad, vive sus horas más bajas desde su fundación. Pero esa ya es otra historia.