Aquella volea, una camiseta icónica y un pelotero como Van Basten. La Eurocopa del 88 dio para mucha literatura | Fuente: Rob Bogaerts / Anefo, CC0, via Wikimedia Commons
Aquella volea, una camiseta icónica y un pelotero como Van Basten. La Eurocopa del 88 dio para mucha literatura | Fuente: Rob Bogaerts / Anefo, CC0, via Wikimedia Commons
ALBERTO GÓMEZ GARCÍA

@agomezgarcia

Llevaba años detrás de aquel gol. Por eso quería tenerlo grabado en una cinta. En mi habitación. Para verlo cuando quisiera recrearme. Pero cuando, nerviosísimo, le di al play… sentí una profunda decepción. Otra vez la dichosa volea contra la URSS. Que era preciosa, sí. Pero no.

Yo estaba a punto de cumplir diez años cuando se disputó la Eurocopa de 1988 que ganó Holanda. Y claro que vi y sufrí con el papel de España. Pero el momento que más recuerdo de aquel verano futbolístico (y olímpico) fue la semifinal que enfrentó a Alemania contra Holanda. Es decir, los Brehme, Matthäus, Klinsmann, Kohler, Littbarski, Völer y unos cuantos más contra la banda afinada por Gullit, Rijkaard y Van Basten. Que eran muy buenos, jugando casi como con el Milan. Pero los alemanes jugaban en casa, tenían el viento de cara.

Lo cierto es que había empate con pinta de prórroga… hasta que apareció Van Basten. A dos minutos del final. Un pase al hueco. Marco que se tira al césped y Marco que golpea con esa diestra magistral. Gol y pase a la final. Insuperable. Imborrable.

Como no pude grabar ese gol porque aún no teníamos vídeo en casa, cuando años más tarde era un asiduo de la sección de “El Mercadillo” del Don Balón que compraba cada semana, logré pactar que alguien me enviaría un VHS con aquel gol que mi memoria aún retenía. La cinta llegó a mi casa, donde entonces ya había un Panasonic dispuesto a hacer magia delante de mis ojos. Y sí, yo sabía que medio planeta adulaba la volea de Van Basten en la final contra la URSS. Pero mi antojo era otro.

No rompí la cinta ni el vídeo. Pero prometo que nunca más volví a visionar aquella final. Ni sé qué fue de aquel VHS. No era el partido que yo anhelaba preservar como una reliquia en mi dormitorio. No era el gol que siempre soñé meter cada vez que jugaba al fútbol con jerseys apilados haciendo de postes. Prefería aquel sufrido y agónico gol de las semifinales.

Era como cuando tu película favorita de un actor no es esa por la que le dieron el Goya. Ir contra marea. Suspirar por esa chica tímida que no es la favorita de todos tus amigos. Pero ya se sabe. Cuando te enamoras, dejas de escuchar lo que dicen los demás. Aunque todos digan que aquella volea fue preciosa.

Van Basten, Johan Cruyff y Frank Rijkaard en el aeropuerto de Amsterdam en 1986 | Fuente: Bart Molendijk / Anefo, CC0, via Wikimedia Commons
Van Basten, Johan Cruyff y Frank Rijkaard en el aeropuerto de Amsterdam en 1986 | Fuente: Bart Molendijk / Anefo, CC0, via Wikimedia Commons
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