DIEGO TOMÉ CAMOIRA
La pastilla roja o la píldora azul. Permanecer en Matrix y celebrar el triunfo a cualquier precio u aprender de la derrota. Es un hecho contrastado que estamos inmersos en la más pura sociedad de la inmediatez. Consumimos la información en pequeñas píldoras instantáneas, para forjar una opinión momentánea y pasar a otro tema.
En el balompié estamos viviendo un síntoma similar. Después de diez años de completa hegemonía, cuando vemos que el Real Madrid y el FC Barcelona empiezan a perder fuelle se echan pestes contra unos proyectos que han llevado al fútbol español a la cima mundial. Siempre he creído firmemente que el fútbol es un fiel reflejo de la sociedad. No tanto de la política como se pretende hacer ver en muchos casos, pero, sin duda alguna, si de la sociedad.
El aficionado no sabe perder. La mayoría de ellos no saben caer al barro y levantarse más fuertes, lo que, ya de por sí, conlleva un proyecto a largo plazo. Solo de esta manera se puede entender el éxito de la Copa Federación entre las capas más bajas del fútbol amateur en nuestro país.
Obtener el “consuelo” de colgar en tus vitrinas un trofeo menor. Como si tuviese más prestigio que el Ramón de Carranza, el Teresa Herrera o cualquiera de los trofeos del verano por antonomasia. La idea de que triunfar en la Copa Federación compensa una mala temporada ha ganado arraigo en los últimos tiempos.
Todos queremos saborear las mieles del triunfo, está claro, pero existe una tendencia creciente a hacerlo a cualquier precio. Cuando aún no levantaba un palmo del suelo, vi como mi equipo caía en lo más profundo. Vi como en un año –la primera temporada que mi club jugaba un partido en categorías profesionales- se pasó de visitar el Ramón de Carranza y La Rosaleda, a viajar, de nuevo, a localidades con menos de 5.000 habitantes.
El aficionado sabía cuál era su hábitat, celebraba la victoria, pero comprendía la derrota y sabía que se trataba de un proceso natural. Saber perder para levantarse más fuerte.
La Copa Federación en los últimos años parece convertirse precisamente en eso, en una oda a la victoria a cualquier precio. Equipos rebotados de la primera ronda de Copa del Rey, unidos a aquellos conjuntos de 2ªB y 3ª que debido a su clasificación final en liga la anterior campaña, no lograron clasificarse para el competición del K.O, se juegan su orgullo en un torneo que, cuanto menos, goza de un prestigio limitado.
No sólo eso, sino que desde las instituciones que presiden el fútbol en nuestro país, se promociona la Copa Federación como un escaparate más que necesario para el fútbol modesto. Vamos a hacer una pequeña encuesta ¿Cuántos de los que estéis aguantando mi sermón en esta web sabíais que el Pontevedra CF es el vigente campeón del torneo? –pido perdón si algún compañero de redacción lerense se ha podido sentir ofendido por el “desprecio” al club granate-. Y bien… ¿Cuántos de vosotros aún recordáis con una mezcla de cariño y ternura las semifinales de Copa alcanzadas por el Mirandés en el año 2012?
Un trofeo en las vitrinas del Pontevedra que no evitó que acabaran jugándose la permanencia en la categoría de bronce en el último suspiro, frente a una derrota que quedará para siempre en el imaginario colectivo del fútbol modesto en España.
Decía el bueno de Axel Torres en una entrevista junto a los compañeros de Ecos del Balón que “perder es lo normal”. Y lo es. Sino que pregunten en Mendizorroza cómo pasaron en menos de un lustro de disputar una de las mejores finales europeas que se recuerdan, a jugar en campos de tierra de la geografía vasca. Debemos normalizar la derrota. Comprender que un proyecto sólido se construye desde los cimientos, y no hay mejor base en el mundo del balompié que perder.
La Copa Federación, pese a venderse como lo contrario, no es más que la enésima píldora azul que se administra entre los clubes modestos de nuestro país para que no se rebelen contra lo establecido.
Quizá, con una Copa del Rey más democrática y equitativa, donde todos los clubes se enfrentasen entre sí y no hubiera tres rondas previas para allanar el camino a los conjuntos de primera división, la percepción cambiaría. El fútbol modesto no necesita la palmadita condescendiente de los grandes, sino que se les conceda la oportunidad de mirarles a la cara de tú a tú.