CARLOS RODRÍGUEZ
Hay quién vive de comentar partidos y quien vive comentando su propia vida. Soy de los segundos. A los primeros los acompaña desde tiempos inmemoriales su propia maldición, esa que aparece cada vez que intentan dar algo por sentado. El último ejemplo se produjo el pasado fin de semana. Liverpool y Tottenham empataban en el tiempo añadido cuando el árbitro señaló un córner a favor de los reds. Tim Sherwoord, comentarista para un canal británico, negó tener miedo a que los de Klopp pudiesen marcar. Lo que pasó a continuación no te sorprenderá. Balón al área, gol de Firmino y victoria del Liverpool.
Llevo unas semanas pensando en el coche que me voy a comprar. Con modelo y color decidido, solo faltan unos flecos para ejecutar la compra… el dinero. Sin un peso en la cuenta corriente, me lo juego todo a que el martes me toque el gordo. ‘Malo será’, digo ahora. ‘Niiiii uuuuuuuun euuuuuuuuuroooo’, dirán el martes los niños de San Ildefonso. Mientras no llega el dinero, me conformo con utilizar el coche de mis padres.
Conducía ayer el vehículo familiar pensando que en cuanto tenga un coche habrá que contratar un seguro. ‘En seis años de carné ni un rasguño le he hecho al coche de mi padre,qué gilipollez eso del seguro’, me dije. Minutos después, llegué a mi destino: Chino Antonio. El negocio no está a la altura del nombre porque ni siquiera un comercio donde se vendiesen unicornios que escupieran dinero estaría a la altura de tan majestuoso nombre, pero encontrarás lo que necesitas.
Tras gastar unos centimillos en el Disneyland de la ganga, volví al parking. Quiero aclarar antes de continuar que llamar parking a aquella cuesta es ser muy generoso con aquella cuesta. Pero si el mismo mastodonte del marketing que bautizó la nave como Chino Antonio decidió que aquello era el ‘parking Chino Antonio’, no seré yo quien le lleve la contraria.
Mandé un par de whatsapps y encendí el coche. Miré hacia la derecha, no había nadie. Entonces observé lo que tenía a la izquierda. Alguien a bordo de un FIAT 500 parecía no tener muy claro si subir la cuesta o quedarse donde estaba. Segundos más tarde, cuando vi que no subía y, por ende, podía salir sin chocar, arranqué y… ¡PAM! En el tiempo que estuve mirando hacia el FIAT perdí toda noción del otro lado de la cuesta, donde había irrumpido otro vehículo.
Mi primer incidente al volante ya tenía fecha, lugar y víctima: un coche serigrafiado con la publicidad de una conocida marca de seguros. Sí, justo el día que osé pensar que no necesitaba un seguro para nada, primera hostia y contra uno del gremio. Toda una señal. ¿Estaba siendo víctima de una conspiración orquestada por ‘El león de los seguros’, Matías Prats, Jesús Calleja, el erizo de Génesis, los malditos ‘mutueros’ y demás representantes de las aseguradoras españolas? ¿Me habrían metido algún microchip la última vez que me vacuné de la alergia? Ojalá, pero no. Esto tiene más que ver con la maldición del comentarista que con Soros y Bosé.
Aunque, como ni comento partidos ni chocar está considerado deporte, no se sostiene el hablar de maldición del comentarista deportivo. Por eso, y creyendo en el derecho universal a la maldición, propongo que cada vez que demos algo por sentado y la realidad nos ponga en nuestro sitio, hablemos de ‘La maldición del Chino Antonio’.
Pd: Un saludo al otro implicado en el choque. Mientras el vehículo de mi padre salió ileso, sin una sola raya, el suyo se llevó un buen zambombazo. Como soy más buena persona que Gandhi, Nelson Mandela y Andrés Iniesta juntos, me dio un poco de pena el pobre señor. Sobre todo, cuando me dijo que esa misma mañana había recogido el coche en el taller… por un golpe sufrido hacía unos días.