
DAVID FERREIRO PÉREZ
A principios de la década de los 2010, un nuevo equipo ruso se ponía en el foco mediático con fichajes rimbombantes y salarios estratosféricos, adelantándose a lo que vendría después con la Superliga China. Roberto Carlos, Samuel Eto’o o Willian fueron algunos de los cracks que emigraron a la República de Daguestán, la casa del Anzhi Makhachkala, para unirse a este megaproyecto que prometía convertirse en el próximo gigante de Europa. Ahora, casi 10 años después, apenas quedan las cenizas de este ambicioso proyecto pululando por la tercera división del fútbol ruso.
El fútbol moderno está lleno de megaproyectos de ambición desmedida. Esos que pocas veces honran a la historia o a unos colores y que se dedican a aglutinar estrellas y a coleccionar a un entrenador tras otro hasta dar con la tecla más rápida para llegar al punto más alto. Otras, en cambio, se convierten en una suerte de ‘Modo Carrera’, como si del último FIFA se tratase. Me cojo al equipo de mi ciudad y lo llevo a la Champions League. ¿Quién no lo ha hecho? Pues la historia aquí contada, bien podría tratarse de uno de esos casos.
Desde el corazón de Daguestán
Corría el año 2010. En el continente, el Barcelona maravillaba, el Real Madrid llevaba años buscando la ansiada décima copa de Europa y la selección estaba en su apogeo máximo. En Rusia continuaba mandando el Zenit de San Petersburgo, que tras su Copa de la UEFA de 2008, había llegado a la élite para quedarse. Precisamente allí, pero en la otra punta del país, al sur, a unos 2.500 kilómeotros, algo iba a cambiar en la ciudad de Majachkalá, capital de la República de Daguestán.
Es una zona que aún a día de hoy sigue siendo algo conflictiva y que, por aquellos años, sufría el apogeo del conflicto conocido con el nombre de Frente Caucásico, que fue la continuación de la violencia política, étnica y religiosa por toda esa zona del planeta. Por todo esto y como podréis imaginar, Majachkalá no era el destino ideal. Allí, y desde 1991, jugaba el Anzhi, un modesto conjunto que pululaba sin pena ni gloria entre primera y segunda división rusa, aunque en 2001 llegaron a jugar competición europea.
Pero llegó Suleimán Kerímov, un magnate local que en poco más de una década se había colado entre los hombres más ricos del planeta. A pesar de que la situación no era la idónea, Kerímov apostó fuerte por su ciudad y adquirió el club en 2011 para tratar de convertirlo en un nuevo gigante. La gente enseguida comenzó a apoyar el proyecto, agarrándose al club como a un clavo ardiendo en medio de una situación social y política insostenible. Tenían que creer en algo.
Y así, a golpe de talonario, comenzaron a llegar los cracks a Rusia. El primero de ellos, un Roberto Carlos ya veterano (37 años), pero también llegaron Samuel Eto’o (que se convirtió, en la época, en el futbolista que más cobraba del planeta a razón de 20 kilos por temporada), Willian, Yuri Zhirkov, Lass Diarrá o Balazs Dzsudzsak en las distintas temporadas del club en la élite.
El Anzhi y su ambición europea… con descenso meteórico
El dinero y la opción de vivir en Moscú (a casi 2.000 kilometros de Daguestán) parcheó, temporalmente, la difícil situación por la que atravesaba la región, haciendo igual de atractivo el proyecto y manteniendo a los jugadores aislados del conflicto político militar. Y todo a pesar de que en Europa no podían jugar en su estadio por orden de la UEFA. Y la situación empezó a cambiar.
Porque aunque el Anzhi peleaba por todo, no llegó a ganar nada. Llegó a jugar en dos ocasiones la Europa League, una competición que no le era desconocida pues ya la disputó, sin llegar a la fase final, en 2001. Incluso se llegó a medir con gigantes como el Liverpool. Pero nunca llegó la ansiada Champions. Y, como dijimos, tampoco los títulos. Eso, unido a las modificaciones que estaba realizando la UEFA sobre el fairplay financiero, terminaron de arruinar el último bastión de ilusión de la República de Daguestán.
Para 2013 el panorama del equipo había cambiado drásticamente. El dueño, que tampoco estaba en su máximo apogeo como empresario, había decidido prescindir de los cracks, a los que se unieron progresivamente todos los jugadores de calidad que tenía el equipo. Se trató de apostar por el talento ruso, pero la apuesta no funcionó. En la 2013/14 el equipo terminó último y bajó a segunda tras cuatro temporadas en las que les dio tiempo a pasar de lo más alto hasta lo más bajo. Y encima, con su dueño metido en problemas internacionales.
Pese a todo, el equipo volvería a la RPL al año siguiente, en la que se mantendría otras cuatro temporadas pero ya con un perfil mucho más modesto. Entremedias, en 2016, Suleimán Kerímov abandonaba el proyecto con la venta del equipo. Y pese a todo, los aficionados, siempre fieles. Para la 2018/19 la situación ya era insostenible. El equipo terminó la liga en puestos de descenso, pero no llegarían a jugar en la liga de plata al ser descendidos administrativamente a tercera división, donde aún permanecen hoy en día.
Jugando a ser funambulistas, manteniéndose —al menos por el momento— sobre la fina línea de desaparecer para siempre.