
LUCAS MÉNDEZ VEIGA
Hay casos en los que un futbolista ve pasar su carrera en un instante. Un preciso momento que le marca para siempre. Roberto Baggio vivió el suyo en aquella fatídica tanda de penaltis del año 94 que dejó a Italia sin Mundial. El talento que venía de ganarlo todo y maravillar al mundo, acabó apagándose hasta recalar en un modesto club lombardo. Después de ganarlo -casi- todo, allí viviría el mejor ocaso posible como jugador. En Brescia, jugó Baggio.
Un fantasista en la época del catenaccio
Mucho antes de tocar fondo con un penalti en el verano del 94 en Los Angeles, Roberto Baggio había maravillado al mundo. En un fútbol enraizado en la táctica y la defensa, el talentoso jugador suponía un halo de esperanza para un país entero. No obstante, venía de ganar el Balón de Oro y el Fifa World Player en 1993 además de una Copa de la UEFA con la Juventus.
A pesar de ganar los dos Scudetti de su palmarés y una Coppa Italia después del mencionado episodio en el Mundial del 94, la jugada quedó asociada a su imagen. Transitó por hasta siete equipos de la Serie A, pero solo se sintió cómodo en tres. En Firenze, donde han visto y venerado grandes killers, Baggio fue leyenda. Tras una serie de lesiones, encadenó dos grandes temporadas a finales de los 80 que le permitieron dar el salto a la Juventus en medio de una oleada de críticas de la tifoseria viola.
En la Juve encadenó los que, quizás, hayan sido los años más espectaculares de su carrera. Cuatro temporadas sobrepasando holgadamente los 20 goles y una final en la que se vislumbró su bajón físico. A partir de ahí, ‘Roby’ pasó por Milan, Bologna e Inter, solo dejando ver a pinceladas su calidad en el Renato Dall’Ara boloñés. Hasta que en el verano del 2000, un mito como técnico, Carlo Mazzone, llamó a su puerta. Era el Brescia, la -última- oportunidad de volver a ser él.
Equipo modesto, plagado de estrellas
Brescia es una ciudad de la provincia de Lombardía de casi un millón de habitantes. A la sombra de Milano, el equipo de la ciudad, el Brescia Calcio, también ha vivido toda la vida bajo los focos que acaparaban AC Milan e Inter de Milán. Pero en los primeros años del siglo XXI se juntó en la escuadra un elenco de estrellas que, para muchos aficionados rondinelle, conformaron su equipo de oro. Por allí pasaron futbolistas de la talla de Andrea Pirlo. El entonces joven mediocentro venía de años irregulares encadenando cesiones. Todavía en nómina del Inter, decidió volver al club que le diera la oportunidad de debutar para reencontrarse con su ídolo, Baggio. Tras media temporada en la ciudad, volvió a la capital de la provincia pero cambiando de bando: fichaba por el Milan de Berlusconi.
En 2001 el presidente del club, Corioni, decidió dar un golpe encima de la mesa. Tras la marcha del joven hijo pródigo, pero con una leyenda como Baggio en la plantilla, decidió que era el año de apostar fuerte. Ese verano los tifosi brescianos enloquecieron con la llegada de un bomber joven y por explotar de nombre Luca Toni y un experimentado y talentoso mediocentro curtido en el Dream Team. Hablamos de Pep Guardiola. Toni acabaría siendo capocannoniere y campeón del mundo, Guardiola se empaparía de conocimiento con el sabio Mazzone y acabaría ganándolo todo, también como entrenador.

Los años dorados: el ocaso de Baggio
Por aquel entonces Roberto Baggio cargaba a sus espaldas una contrastada carrera en Serie A y Mundiales. Sin embargo, a sus 33 años, pocos apostaban por más años buenos del trequartista. Nada más lejos de la realidad.
Ese inicio de temporada de la 2001-2002, el Brescia coqueteó con Europa. Apunto estuvo de clasificarse por primera vez en su historia para competiciones europeas via Intertoto. Asentado en el once titular, Guardiola compartía césped con la leyenda italiana hasta que le llegó un positivo por dopaje. 4 meses en el dique seco. A la vez, el talentoso 10 del equipo se lesionó en la rodilla, dejando al equipo a la deriva. Pero su regreso esa temporada llegó a tiempo. Con el Brescia en descenso a falta de tres jornadas, Baggio reaparecía visitando su querido Artemio Franchi y allí firmó dos goles que acercaban al equipo lombardo a la salvación. Otro gol ante otro ex como el Bologna certificó que el modesto equipo bresciano mantenía la categoría.
Las tres temporadas siguientes Baggio haría historia. Pasada la treintena, ‘Roby’ firmó 12 goles cada temporada manteniendo al equipo en la élite del calcio. En la 2003-2004 dejó su legado para la posteridad en su último año como profesional. Con 35 años, y dejando al Brescia por quinto año consecutivo en Serie A, llegó a la legendaria cifra de 205 goles, solo superado por Piola, Nordahl, Meazza y Altafini y Totti.
‘Dio esiste e ha il codino’ (‘Dios existe y tiene coleta’) fue la pancarta que exhibió San Siro en el último partido de Baggio como profesional. Puede que su imagen quedara grabada en aquel penalti al cielo de Los Angeles pero fue mucho más. Baggio también fueron los más de 300 goles de su carrera y una impronta en un fútbol acostumbrado a solo defenderse.