DIEGO TOMÉ CAMOIRA
El 26 de septiembre de 2016, se vivió un antes y un después en la historia reciente de Colombia. Tras más de 50 años de conflicto bélico y oposición entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de la república, se firmaron los Acuerdos de Paz de La Habana, mediante los cuales, y una vez pactado el alto el fuego por parte de ambos bandos, se logró el fin de la guerra en Colombia.
Desde la creación de la organización en el año 1964, las FARC, tomando el ejemplo de otros movimientos de liberación nacional inspirados en el Marxismo-Leninismo como el Movimiento 26 de Julio o el Vietcong, apoyaron la táctica de guerrillas en la selva colombiana para lograr su propósito e instalar el socialismo en el país latinoamericano.
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En el año 2016, momento en el que las FARC cesaron definitivamente su actividad armada, la organización contaba con alrededor de 7000 miembros en sus filas. Sin duda alguna, el fútbol es el deporte rey en la tierra del norte de los Andes, y como no podía ser menos, los combatientes de las FARC veían en el balompié una forma de distracción.
No obstante, y tal y como narra Gabriel Ángel, antiguo excombatiente del Frente 19 de las FARC y reconocido escritor en Colombia tras narrar los hábitos cotidianos de las fuerzas guerrilleras, el fútbol estaba prohibido en el seno de la guerrilla.
En primer lugar, esto ocurría por una razón de falta de material. Es decir, en los tiempos de esparcimiento, el deporte que se recomendaba practicar era el Voleibol, ya que no ponía en peligro las botas de los guerrilleros, o al menos, no tanto como si se utilizaban para patear un esférico que, en muchas ocasiones, no era ni mucho menos de cuero.
Sin embargo, el motivo principal para que los altos comandantes de la guerrilla prohibiesen la práctica, visionado, escucha o cualquier tipo de reproducción por los medios que fuese del fútbol tenía que ver directamente con el ejército gubernamental de la república colombiana.
Y es que, jugar o escuchar un partido de fútbol, era sinónimo de delatarte ante los ojos de las fuerzas militares. Esto puede llegar a ser difícil de comprender desde un país como España donde los ejércitos paramilitares apenas tuvieron su presencia en ciertos lugares tras la Guerra Civil; pero en una región andina como Colombia, donde la selva servía como refugio, el mínimo ruido inesperado podía provocar que las fuerzas militares del país irrumpieran con toda su fuerza contra las guerrillas.
Así ocurrió en el año 2003, cuando el ejército encontró echando una “picaíta” -lo que aquí conocemos comúnmente como pachanga- a toda una compañía de las FARC. Nunca se volvió a saber nada de ellos. Es decir, el fútbol servía como causa para que los miembros de uno y otro bando se encontrasen con mayor facilidad entre la difícil orografía con la que cuenta gran parte del territorio colombiano.
Tanto es así que el histórico partido de clasificación para el Mundial de 1994 entre Argentina y Colombia que tuvo lugar el 5 de septiembre de 1993 en el Monumental de Buenos Aires, apenas levantó un murmullo entre los rebeldes de las FARC.
A Colombia le bastaba con un empate o una victoria para acceder directamente a la Copa del Mundo de Estados Unidos. La selección comandada por Carlos Valderrama no sólo se alzó victoriosa en casa de la albiceleste, sino que lo hizo con un marcador de 0-5 favorable para el combinado tricolor.
Ni más ni menos que 70.000 argentinos presenciaron ese encuentro en directo desde El Monumental, un número considerablemente mayor a los 10.000 combatientes divididos en 70 compañías con los que contaban las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia a comienzos de esa década.
Mientras Bogotá era una fiesta, la selva amazónica celebraba la victoria en silencio, por miedo a los posibles ataques del ejército y las represalias de sus jefes. Obviamente, como no podía ser de otra manera, los guerrilleros utilizaban las radios con las que contaban para mantenerse informados del devenir del conflicto para escuchar los encuentros que podían. Eso sí, en silencio y sin levantar ningún tipo de sospecha entre sus superiores o enemigos. Algo así como que 10.000 hogares en España hubiesen tenido que callar ante el 12 a 1 frente a Malta.
Por eso, la recién finalizada Copa del Mundo se vivió como una auténtica fiesta en el país cafetero, porque cada cabezazo de Yerry Mina pudo ser coreado por toda una nación de manera unánime sin importar nada más que el orgullo de un país.
El fútbol como espacio de convivencia en las FARC
Tras el proceso de paz los principales retos que se pusieron las FARC para reintroducirse en la sociedad civil colombiana fueron dos. El primero de ellos el de constituirse como partido político para concurrir a las elecciones presidenciales que tuvieron lugar este mismo año. Un objetivo que finalmente no consiguieron al venirse abajo la candidatura de Rodrigo Londoño. El segundo, el de crear un equipo de fútbol.
Con el fin de lograr la reintegración total en la sociedad, determinados exguerrilleros de las FARC escogieron el esférico para intentar crear su propio conjunto con el cual competir en la B, la segunda división del fútbol colombiano.
A día de hoy aún no han logrado su objetivo, pero quien sabe… Parece que una vez más el fútbol es capaz de unir lazos que años atrás parecían inconciliables. Quizá esta vez el balón, sea capaz de dejar a un lado las fosas comunes, los secuestros y el narcotráfico que empañaron la vida colombiana durante más de 50 años.