DIEGO TOMÉ CAMOIRA
17 de febrero de 2018. El FC Barcelona levanta la Copa del Rey de Baloncesto por segundo año consecutivo de manera, cuanto menos, controvertida. Lo que a priori podría quedarse en una discutida decisión arbitral -y unos añitos en la nevera para los colegiados de aquella final de Copa- rápidamente se convirtió en una amenaza del club blanco para abandonar la competición local la próxima temporada y disputar, de manera exclusiva, los encuentros de la Euroliga de baloncesto. La discusión rápidamente se extrapoló al plano futbolístico, y en aquel comunicado de la directiva del Real Madrid dónde se ponía de manifiesto su intención de abandonar la ACB, algunos vieron el preludio de un nuevo –o no tanto- fantasma que recorre el balompié continental en los últimos tiempos: la Superliga europea.
Siempre me han gustado las contradicciones. No voy a descubrir ahora a ninguno de los lectores de esta pieza -después de daros la barra y la tabarra durante un año ya- que no soy un especial devoto del modelo mercantilista de clubes que se está imponiendo en Europa con el PSG o el Manchester City a la cabeza. Soy un proteccionista del balón, que mira más hacia sus fronteras que hacia el resto, y a la vez un entusiasta, y como entusiasta del esférico, disfruto viendo a Pep Guardiola entrenando en el Etihad -siempre será Maine Road-.
Lo cierto es que cada vez que suena el himno de la Champions lo tarareo, y por poco no me pongo de pie y llevo la mano al pecho como si yo mismo estuviera pisando el terreno de juego de algún coloso europeo. Pero, al mismo tiempo, miro con resignación aquellos tiempos en los que la Copa de Europa era un trofeo que daba la oportunidad de enriquecer las vitrinas de los clubes de la Europa del Este.
Sin embargo, creo fervientemente que, pese a que pudiera ser un trofeo mucho más homogéneo y democrático, la Champions sigue siendo esa competición que permite ver al Leicester asaltando Europa, a la Roma llegando a unas semifinales continentales o al Deportivo de la Coruña eliminando en Riazor al todopoderoso -o antaño así lo era- Milan.
Suenan tambores de guerra
El pasado noviembre de 2018 Football Leaks sacó a la luz una serie de filtraciones que pusieron al mundo del fútbol patas arriba. Una de ellas hablaba sobre la posibilidad, más que probable, de crear una Superliga europea que sustituyese a la actual Liga de Campeones en el año 2021. Estas conversaciones, mantenidas por los principales dirigentes del fútbol continental entre bambalinas hablaban de una competición al más puro estilo Euroliga, donde hubiera 11 clubes fundadores que, salvo debacle absoluta, siempre tuvieran un hueco asegurado en la que -a buen recaudo- pasaría a ser la principal competición futbolística del viejo continente.
A estos 11 clubes fundadores de la competición –Real Madrid, FC Barcelona, Manchester United, Bayern Múnich, Juventus, Chelsea, Arsenal, PSG, Manchester City, Liverpool, AC Milan– se les sumaría por invitación otros 5 –AS Roma, Inter de Milán, Atlético de Madrid, Borussia Dotmund y Olympique de Marsella-. ¿La principal peculiaridad? Que ninguno de estos clubes dependería de sus competiciones locales para lograr un billete en la competición para el siguiente año.
La creación de la mencionada asociación nacería como una respuesta de los grandes clubes al máximo organismo del fútbol en Europa, la UEFA, en lo que respecta al control de la competición y la búsqueda de mayores ingresos.
Ahora bien, y nace la primera pregunta. ¿Cuál es el motivo para que sean estos clubes y no otros los que formen parte de la Superliga? Sólo encontramos una respuesta posible a esta pregunta, y no podía ser otra que… Poderoso caballero, don dinero.
‘El Leicester ha ganado la Premier pero a mí me da igual’
Si algo ha hecho atractiva a la Champions es que tan sólo aquellos clubes que hicieran un buen papel en sus competiciones nacionales, tendrían el derecho a participar en competiciones europeas al año siguiente. Si bien es cierto que muchos de los clubes que aparecen en la lista filtrada por Football Leaks son algunos de los más laureados en su país, casos como los del Leicester participando en la máxima competición de clubes serían imposibles de ver, aun habiendo hecho méritos propios para ello en sus competiciones locales.
Quizá, en parte, sea una dosis de su propia medicina para competiciones como la Liga o la Premier League, torneos que han acumulado un poder inusitado en los últimos años, y que, tras la implementación del formato Champions League, ‘obligaron’ a que la UEFA guardase una serie de plazas para esta serie de conjuntos en detrimento de otras ligas minoritarias. De esta forma vemos como el Celtic, aun siendo un club absolutamente hegemónico en Escocia a lo largo de la última década, no tiene asegurada su plaza para disputar competición europea.
Aquellos clubes, y dirigentes, que en el caso de Javier Tebas miraban hacia otro lado, ahora se oponen rotundamente a la creación de una Superliga europea que ya no necesite de ningún estamento, bien sea estatal o internacional, para ejercer de garante competitivo para los clubes.
Por su parte, el secretario general de la ECA (Asociación de Clubes Europeos), Michele Centenaro -organismo que se creó en el año 2008 para tender puentes entre la UEFA y los representantes del G-14- declaró en una entrevista para la Revista Panenka que para ellos no existiría otra competición que la Champions League, que esa era su Superliga.
Quizá esto no sea más que el enésimo caballo de troya utilizado por los grandes clubes de Europa para buscar las concesiones de la UEFA, como en los años anteriores a la creación del actual formato. En caso contrario tocará, como digo, refugiarse una vez más en una nueva contradicción, y disfrutar de las cabalgadas de Mbappé por el Parc des Princes sabiendo que clubes más laureados en el continente, como Oporto y Benfica, no estarán en una competición cuya creación, año a año, parece ir ganando cada vez más peso.