DAVID FERREIRO PÉREZ
Si hay algo más grande en el fútbol que ganar un título, es hacerlo cuando nadie cree que tengas posibilidades, cuando tu nombre ni tan siquiera aparece en las quinielas.Son milagros.
Son cuentos de hadas, de aquellos que devuelven la esperanza a los soñadores, a los románticos del fútbol. Nuestro protagonista de hoy sabe bien de lo que hablamos, ya que fue el líder espiritual no de una, no, sino de hasta dos gestas del fútbol reciente que, difícilmente, pueden ser igualadas. Hablamos de Otto Rehhagel, un incansable de los banquillos al que nadie le puede hablar de imposibles.
Nada de milagros: Llegar a base de sacrificio
Cuando Otto Rehhagel (Essen, Alemania, 9 de agosto de 1938) colgó las botas en 1972 tras una carrera sin demasiados éxitos, pocos podían imaginar lo que podría venir. El teutón tenía claro que su vida tenía que seguir ligada al fútbol, así que decidió probar suerte como entrenador, debutando ese mismo año en el banquillo del modesto Saarbrücken. Tras una única campaña, el técnico cambió de equipo, pasando a formar parte del Kickers Offenbach, primero como segundo entrenador y, un año después, como primero al mando.
Su buen hacer le llevó a ocupar su primer gran banquillo: el del Werder Bremen. El equipo verdiblanco le dio las riendas tras una primera vuelta decepcionante con Herbert Burdenski a los mandos y, aunque se trató de una experiencia de solo cuatro meses, el técnico demostró que había llegado a la Bundesliga para quedarse. Borussia Dortmund (dos temporadas) y Arminia Bielefeld (una) serían sus próximos destinos, aunque los títulos tendrían que esperar hasta la temporada 1979/80.
Ese año el Fortuna Düsseldorf confió en el teutón para su banquillo y la apuesta obtuvo sus resultados en forma de título, conquistando la DFB-Pokal, en lo que se podría considerar un precedente de lo que vendría después. Tras su éxito en Düsseldorf volvió a Bremen para vivir su época más exitosa. En el banquillo de Bremen se sentaría desde 1981 hasta 1995, convirtiéndose en un clásico del equipo verdiblanco. En Bremen conquistó la friolera de dos Bundesligas, dos DFB-Pokal, tres DFL-Supercup y una Copa de la UEFA.
Estos títulos le valieron al técnico teutón para recibir la llamada del equipo más grande del país, el Bayern de Múnich. El técnico pensaba que era el momento de dar el salto, pero no le fue todo lo bien que le gustaría. Tras una única temporada en Múnich, el técnico fue cesado por la irregularidad del equipo, entrando su carrera en un punto de inflexión.
Tras su paso fallido por Múnich, el técnico decidió aceptar en 1996 la oferta del 1.FC Kaiserslautern, un clásico de la Bundesliga que había descendido la temporada anterior. Y fue allí, donde había estado ya como jugador, donde se tomó su particular revancha con otro ‘milagro’.
Reválidas inesperadas
En su primera campaña en Kaiserslautern devolvió al equipo a la primera división, alzándose con el título de la categoría de plata. Pocos podían imaginar que repetiría la gesta un año después, pero en la máxima categoría. Tras su regreso a la Bundesliga, el club consiguió retener a sus jugadores más importantes, lo cual fue el primer paso para el éxito. Destacaban figuras como Michael Schjønberg, Miroslav Kadlec, Pavel Kuka, Andreas Brehme o Ciriaco Sforza y empezaba a asomar su calidad un jovencísimo Michael Ballack.
Treinta y cuatro jornadas después, el equipo dejaba boquiabierto a media Alemania alzándose con la Bundesliga el mismo año que volvía a la categoría, certificando una de las mayores gestas del fútbol alemán. Aquel técnico que no valía para Múnich, sí que valía para ganar títulos. Se quedó en Kaiserslautern hasta el año 2000, dejando el banquillo de los ‘Diablos Rojos’ en octubre de ese año. Con el equipo alemán, del que siempre será leyenda, no ganó ningún título más, aunque tampoco se lo exigían.
Algo parecido a lo que le ocurriría en su siguiente destino, la selección de Grecia. Tras un año sabático, el alemán decidió aceptar la oferta del cuadro heleno y probar fortuna, por primera vez, fuera de Alemania. El objetivo de la Ethniki no iba más allá de conseguir volver a clasificarse para una gran competición, después de estar ausentes en la Eurocopa 2000 y del Mundial de 1998. No conseguiría su primer objetivo, el Mundial de 2002, pero sí el segundo, clasificarse para la Eurocopa de 2004.
Y fue en esa Eurocopa donde Otto lo volvió a hacer. En un equipo en el que los nombres más conocidos eran Antonios Nikopolidis, Angelos Basinas, Theodoros Zagorakis, Angelos Charisteas o Giorgos Karagounis, nadie esperaba nada más allá que pasar la fase de grupos, en la que se quedaron encuadrados con España, Rusia y la anfitriona Portugal. Contra todo pronóstico, los helenos clasificaron para cuartos de final. A partir de ahí, el resto es historia. Parecía abonado a los milagros.
Más que milagros; David contra Golliat
El conjunto griego venció a Francia en los cuartos de final, a la República Checa en semifinales y se plantaba en una final en la que nadie les daba por favoritos. Menos aún si tenemos en cuenta que se enfrentaban a la anfitriona Portugal. Sin embargo, si el fútbol es grande es gracias a las sorpresas. Y la hubo. A los 57 minutos de encuentro, Angelos Charisteas marcaría el definitivo 0-1 y conseguía, con su gol, el único título oficial en la historia de la selección griega. Otto lo había vuelto a hacer.
Dejaría a los helenos en 2010, con 106 encuentros a sus espaldas y las clasificaciones para la Eurocopa de 2008 y el Mundial de 2010, pero su nombre permanecerá para siempre en el Olimpo del fútbol heleno. Volvería a Alemania, para tratar de salvar al Hertha de Berlín en 2012 de un descenso que terminó por ser inevitable, después de tener hasta cinco técnicos en su banquillo. Esa fue, hasta el momento, la última aventura en los banquillos de un hombre al que no se le puede hablar de imposibles.