Un soldado de la Royal Air Force británica prepara un avión de combate que se enfrentará al batallón nazi que dirigía Villaplane | Fuente: Lea T (Fg Off), Royal Air Force official photographer - photograph CM 6931 from the collections of the Imperial War Museums., Public Domain
Un soldado de la Royal Air Force británica prepara un avión de combate que se enfrentará al batallón nazi que dirigía Villaplane | Fuente: Lea T (Fg Off), Royal Air Force official photographer – photograph CM 6931 from the collections of the Imperial War Museums., Public Domain
CARLOS RODRÍGUEZ

@Carlosrlop

Alex Villaplane podría haber pasado a la historia como un referente del fútbol francés. Sin embargo, su ambición desmedida lo fue alejando poco a poco del balón. Casi 90 años después de que fuera el primer capitán de la Selección Francesa en la historia de los Mundiales, la suya es una mancha imborrable para el fútbol galo.

Villaplane nació el 12 de septiembre 1905 en Argel (Argelia), en el seno de una familia francesa que se había desplazado al país norteafricano por cuestiones de trabajo.  En 1919, Alex se mudó a vivir con su tío al sur de Francia, dónde se iniciaría en el mundo del fútbol al enrolarse en las filas del F.C Séte.

Rápidamente comenzaría a despuntar entre rivales y compañeros, consagrándose como un centrocampista veloz, con personalidad y un notable poderío aéreo, atributos que no pasaban desapercibidos para el resto de clubes. Tras un par de temporadas en el Nîmes, en 1929 fichó por el Racing Club de París, uno de los equipos más potentes de la época.

Su buen hacer en el campo —ya se había erigido como uno de los mejores futbolistas del país— le permitió debutar pronto en el equipo nacional. En 1930, ejerció como capitán de Les Bleus en el Mundial de Uruguay, el primero de la historia. Pese a que el combinado francés fue eliminado en la fase de grupos del torneo, Villaplane dejó una muy buena sensación entre aficionados y cronistas de la época. Lejos de suponer el impulso definitivo a su prometedora carrera, la resaca de aquella experiencia se tradujo en el principio de su fin.

Tras el torneo intercontinental, los líos extradeportivos comenzaron a eclipsar sus actuaciones futbolísticas de manera acelerada y su ambición desmedida le hizo caer en las garras del mundo de las apuestas. Se vio inmerso en escándalos de amaños de partidos y carreras de caballos, aficiones que lo llevarían a ser encarcelado en más de una ocasión e, inevitablemente, a mermar considerablemente su rendimiento deportivo. La última camiseta que defendió fue la del Bastidiene de Burdeos, club de Segunda División del que acabaría siendo expulsado.

Del campo a la Gestapo

Ya apartado del fútbol, al salir de la cárcel por última vez se encontró un país tomado por las tropas de Hitler. Tras haber pasado los últimos años entrando y saliendo de prisión, fue reclutado por Henri Lafont, jefe de la Gestapo en Francia, para formar parte de la policía política nazi. El que fuera el primer nacido en suelo africano que ejercía la capitanía de la Selección Francesa, ahora era otro efectivo de la Carlingue (nombre que recibía la rama de la Gestapo instalada en París).

Tal y como recoge Miguel Ángel Lara en su libro El Poder y el Balón, Villaplane terminaría siendo “un demonio» para los judíos:

 

Haciéndose pasar por un salvador, el ex capitán de la selección francesa convenció a varias familias judías de que a cambio de las posesiones que tenían o escondían (cuadros, joyas, dinero…) él les sacaba de Francia bien por barco o haciéndoles llegar hasta Portugal a través de España. Una vez convencidas, las subía a camiones que le cedía la Gestapo con distintivos del ejército alemán desde los que no se veía nada. Él mismo les explicaba que era la mejor manera de no levantar sospechas. Al volante se colocaban sus hombres, que durante varias horas se dedicaban a dar vueltas alrededor de París para acabar aparcando en el interior de la sede de Gestapo o en otro lugar acordado por los germanos. Las víctimas se bajaban del camión y se encontraban rodeadas de uniformes con la calavera y las dos tibias. En su horror comprendían pronto que el ángel, del que ya no había rastro, que les iba salvar era en realidad su pasaporte al campo de concentración y en muchos casos, a la muerte

Villaplane se convirtió en el cabecilla de la Brigade Nort African —batallón de la Carlingue en el que se concentraban los miembros del cuerpo que tenían raíces africanas— cargo que le supondría la condecoración como Subteniente de las SS.

En julio de 1944, la brigada perpetuó una de sus acciones más salvajes, asesinando a 11 miembros de la Resistencia francesa, todos menores de 30 años. El 26 de diciembre de 1944, meses después de la liberación de París por parte de las tropas aliadas, Villaplane fue sentenciado a muerte por delitos de robo, asesinato y alta traición. 

De nada habían servido sus intentos para ser exonerado, esos que lo habían llevado incluso a ponerse del lado de los judíos cuando vislumbró que la derrota nazi se acercaba. Sin saberlo, Villaplane se había citado después del Mundial de Uruguay con el único rival más poderoso que su ambición: la muerte.

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