LUCAS MÉNDEZ VEIGA
Camiseta de asas a rayas. Cómo no, giallorossa de rigor. Una panza prominente que semejaba la silueta del Monte Mario en el horizonte romano. Un gorrito de pescador que protegía del sol una picuda nariz. Dante Ghirighini fue un héroe romanista de los que ya no quedan. En la vida real era barrendero, para su gente un número uno. Y en su curva nunca le olvidarán.
«Daje Roma, daje»
El viejo Dante aparece en la vida de los romanos un 20 de noviembre del 60. Para el fútbol, Dante Ghirighini nació aquel día. Pero su historia se remonta al año 36 cuando, en el barrio norteño del Trionfale, llegó al mundo un ‘religioso’ romanista. En el quartiere anexo a la Ciudad del Vaticano, y no muy lejos de aquellas gradas que le encumbrarían, creció el pequeño tifoso.
Como íbamos diciendo… Roma – Padova. La Loba, líder del campeonato doméstico, tenía que recibir a los intrépidos pupilos de Nereo Rocco. No era un partido cualquiera: la jornada anterior se habían estrellado en el Derby della Capitale contra la Lazio. ‘Piedone’ Manfredini hizo estallar de júbilo el vetusto graderío del ovalado estadio capitalino. Cuando el árbitro decretó el final del encuentro, un 3:1 en el viejo cartellone sobre la curva brillaba como el juego de su Roma.
Instantáneamente desde dicha curva un sujeto saltó a la pista de atletismo con una bandera gigante. Cosas del fútbol difíciles de ver hoy en día. Radiante de júbilo y con una sonrisa de oreja a oreja como la de un niño el último día de clase, Dante Ghirighini dio tres vueltas al recinto giallorrosso ondeando su bandera y acompañado de ‘olés’ desde la grada. El personaje, a medio camino entre la burla y la pasión, activó las miradas de sus semejantes en el estadio. Acababa de nacer un ídolo de masas.
Al fútbol en Vespa
El mito del calcio: Panino, birretta y en Vespa para el estadio. Religioso, definíamos, porque Dante Chirichini fue un hombre de tradiciones. Cuando el electrónico del Olimpico marcaba la falta de quince minutos para el comienzo, aparecía. «Dante ya está aquí». Domando su destartalado vespino blanco (lo único, creemos, en lo que se decidió por el color neutro), la leyenda comenzó a correr como la pólvora.
Circula por foros romanistas una definición de Dante Ghirighini hecha por un tifoso de entonces:
La parte del pubblico della Curva, Lato Monte Mario, scandiva il suo nome e lo acclamava. Tutto lo stadio intuiva che il capo carismatico della tifoseria romanista era entrato. Dante rispondeva al saluto, agitava il cappello, stringeva mani, carezzava teste di “lupacchiotti” e saliva sul muretto nel suo posto riservato. Poi lanciava il grido di battaglia: “Daje Roma daje”
–
La parte del público de la Curva, del lado Monte Mario, cantaba su nombre y lo aclamaba. Todo el estadio intuía que el carismático jefe de la afición romanista había entrado. Dante respondía al saludo, agitaba el sombrero, saludaba dando la mano, acariciaba cabezas de jóvenes ‘lobitos’ y se subía al murito en su puesto reservado. Después, lanzaba su grito de guerra: «Vamos Roma, vamos»
Investido de manera espontánea como capoultrà,la gente le veneró por venir desde abajo. Su voz era perfectamente audible desde cualquier rincón del estadio y con regularidad, Ghirighini se desmayaba con la pasión que le generaba la Lupa. Se recuperaba poco a poco y con la ayuda de la pócima mágica de los estadios italianos: Caffè Sportino Borghetti, un licor de café espresso destilado que, sin duda, también forma parte del ritual previo en los recintos deportivos transalpinos.
Se dice que incluso el presidente de la Roma en los 70, Anacleto Gianni, le regaló un pase en la Tribuna Tevere. Resguardado del frío, cómodamente sentado, para no sufrir tantos achaques. Dante Ghirighini era un símbolo de la tifoseria a conservar. Pero eso no era para él. Solo era feliz en su Curva.
Dicen que se perdió un solo partido en la Sud. Un 2:1 a la Juventus. Acudió a todos los encuentros que le permitió su salud, incluídos los de fuera. In transferta Dante Ghirighini recitaba sus cánticos más satíricos para delirio de la afición desplazada.
«Stammatina pioveva – Esta mañana llovía
ore c’è il sole – ahora hace sol
c’è il sole per salutare la Roma – hace sol para saludar a la Roma
che è grande e bella – que es grande y bella
e che oggi vincerà – y que hoy vencerá
Rrrroooma!»
En los viajes, solía acompañar los corteos de la afición al estadio en cuestión adornando sus cánticos con loas a la ciudad que les acogía. A decir verdad, se esmeraba mucho para acabar ‘cagándose en todo’. En Florencia, en el 68, se acordó del bello idioma italiano y de los poetas fiorentinos cuando, entre burlas de la afición viola, le llamaron ‘Papa’ de manera despectiva. Creemos innecesaria la traducción.
«Salutiamo gli abitanti di questa meravigliosa citt’a, culla della nostra lingua, che ha dato i natali al sommo poeta. E mo’: rompemoje er culo!»
La Roma del Scudetto sin Dante Ghirighini
Armado con un megáfono para que su pasión se escuchase aún más y junto a una generación joven, que venía de aprender del germen de la originaria Curva Sud, fomentó la organización de la zona más ruidosa de la afición romanista. Pero los años fueron pasando también para Ghirighini. Iniciado el nuevo siglo, hubo gente que le olvidó. A finales de los 90 se habían sucedido hechos graves en los graderíos italianos. Violencia desmedida, partidos suspendidos, derbys cargados de tensión, muertes. Las Curvas se politizaron y se armaron, literalmente. Los nuevos olvidaron el viejo estilo y al viejo Dante.
En el curso 2000/2001, sin embargo, las cosas marchaban bien en la orilla dorada y roja del Tíber. Desde el comienzo de la temporada, los pupilos de Capello se enfilaban hacia el Scudetto. Dante ya no estaba en las gradas. Los achaques de la edad, sus mareos, los prefirió llevar en silencio y lejos del estadio. Nadie supo de su muerte un 4 de noviembre del 2000. La Roma se enteró días después.
El 9 se iba a jugar un Roma – Boavista de fase de grupos de la UEFA. Su Curva le quiso homenajear. Se desplegó una pancarta que rezaba ‘Daje Roma, daje… Dante te mira’ en medio de aplausos de respeto. Aunque, ese día, muchos tuvieron que explicarle a los más jóvenes quién había sido aquel gordinflón que encandiló a toda una hinchada.
El tiempo siguió pasando hasta que un grupo de aficionados encontraron de casualidad su viejo vespino blanco. Como homenaje la llevaron delante de la curva sureña del Olimpico y, allí, Francesco Totti depositó un ramo de rosas en homenaje a Dante Ghirighini. Se había marchado un ídolo de los humildes. De los que creaban afición y un mejor ambiente en el estadio.
Quién sabe si, cuando juega la Roma, Dante Ghirighini podrá escuchar desde lo más alto ese fuerte grito que hoy retumba como un dogma de fe giallorrosso.
Daje Roma,
Daje.