Claudio Beauvue - RC Celta de Vigo | Fuente: Harpagornis / Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International
Claudio Beauvue – RC Celta de Vigo | Fuente: Harpagornis / Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International
CARLOS RODRÍGUEZ

@Carlosrlop

La primera vez que fui humilde en mi vida, un niño me hizo quedar en ridículo delante de toda la clase. Teníamos cinco años. Es el primer recuerdo que tengo y, siempre que lo cuento, la gente duda de su veracidad. No creen que pueda reproducir con tanto detalle un episodio tan tempranero. A lo mejor me lo inventé de pequeño y con el paso de los años me lo he acabado creyendo. Nunca lo sabré, y casi lo prefiero.

Si los recuerdos —reales o no— definen nuestra personalidad, hoy soy la persona que soy gracias a aquella anécdota. Qué bonito sería decir ahora que me convertí en un chulo, descubrí el sentido de la vida y mi frialdad me ha llevado a amasar una fortuna. Pero no. Si algo supuso aquella experiencia para mí fue abrir el ciclo vital de ridículos que me ha ido acompañando. Pero esa es otra historia, centrémonos en los recuerdos.

Hace unos días, hablaba con un buen amigo sobre Beauvue, exjugador del Celta recién fichado por el Dépor. Mi colega, muy celtiña él, no estaba especialmente disgustado por la marcha al eterno rival del delantero francés —en la memoria colectiva de celtistas (y deportivistas) por errar el gol que habría llevado a los vigueses a la final de la Europa League—. Lucas, mi amigo, prefirió recordar la mejor actuación que el ex del Lyon firmó con la celeste: “Le marcó al Krasnodar un gol de cabeza igual que el de Messi en la final de Champions al United. Mira…” Entonces, orgulloso, me enseñó el vídeo. Un buen gol, sí, pero no tenía mucho que ver con el de Messi más que en haber sido de cabeza. En mi ansia por demostrárselo, buscamos en Youtube el tanto del argentino en la Champions. Efectivamente, los goles no se parecían mucho.

Para Lucas, pensar en Beauvue no era hacerlo solo en la trágica noche que se quedaron a las puertas de una final europea, sino también en aquel gol en el que había calcado uno de los tantos más emblemáticos de Leo. Ahí es nada. Si el gol se hubiese producido 40 años atrás, quizá no tendríamos el vídeo para poder discutirlo y, al menos para él, un jugador del Celta habría emulado al mismísimo Messi.

La obsesión de verlo todo, de querer tener un registro de absolutamente cualquier cosa que suceda, hace que desaparezcan las dudas y las versiones, esas que hacen tan personales cada historia y que conforman nuestros recuerdos. Habrá algún momento en el que nada será como te parezca, sino tal y como el vídeo en cuestión demuestre que haya sido. El recuerdo ya no tendrá valor y, en vez de contarnos batallitas en el bar, compartiremos vídeos de nuestras anécdotas por Whatsapp.

No sé cuál será mi último recuerdo ni el último gol que veré, pero, ojalá nadie lo grabe; y, sobre todo, ojalá tenga tiempo para contarlo. Dejadme seguir haciendo el ridículo tranquilo.

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