La 'Santísima Trinidad' del Cosmos —Chinaglia, Pelé y Beckenbauer— llevaron al siguiente nivel un deporte que no gozaba de reconocimiento en Estados Unidos | Fuente: Dominio Público via Wikimedia Commons, Ricardo Alfieri
La ‘Santísima Trinidad’ del Cosmos —Chinaglia, Pelé y Beckenbauer— llevaron al siguiente nivel un deporte que no gozaba de reconocimiento en Estados Unidos | Fuente: Dominio Público via Wikimedia Commons, Ricardo Alfieri Jr. para El Gráfico
LUCAS MÉNDEZ VEIGA

@LMendez8

En la constelación de talentos y estrellas que pueblan los focos de la Gran Manzana solo faltaba el fútbol. Cuando a mediados de los 70, un ya veterano Pelé desembarcó en la ciudad que nunca duerme, la maquinaria empezó a funcionar. Era la oportunidad de que el soccer explotase en Estados Unidos.

Sin embargo, como en toda historia hay protagonistas que han pasado por debajo del radar. Uno de ellos ayudó al astro brasileño en el Cosmos, fue su consejero y amigo. Se llamaba Julio Mazzei, el hombre detrás de unas gafas de pasta. Esta historia estaba destinada a ocurrir una sola vez en la vida pero cómo la disfrutamos aún hoy.

Los métodos del profesor

En la 52 con la Quinta Avenida, el 21 Club de Manhattan se había engalanado para recibir a O Rei. Era 1975 y Nueva York acababa de fichar una estrella por casi 5 millones de dólares. En la Hunt Room, una de las salas del lujoso restaurante con capacidad para poco más de 140 personas, se agolpaban más de 300 periodistas llegados de todo el mundo. «Y Pelé, ya sabes, iba al ritmo de Pelé, lo que significa que llegó dos horas tarde», comenta entre risas el periodista David Hirshey, biógrafo personal del brasileño, en el documental Once in a Lifetime: The Extraordinary Story of the New York Cosmos. 

«O soccer chegou aos Estados Unidos, podem espalhar por aí», comentó el brasileño dejando en bandeja el titular para los rotativos americanos. Quería dejar su impronta en un deporte que estaba naciendo de la mano de genios empresariales.

A su lado, traduciendo sus respuestas, pasando desapercibido y sin siquiera rótulo que lo identifique, el hombre clave: ‘El Profesor’ Mazzei. Nacido en los años 30 en Guaiçara, un pueblo del interior del estado de São Paulo, provenía de familia con antepasados italianos. Como imaginarán, en casa del joven Julio siempre se jugó futebol.

Eusebio, Mazzei y Pelé en 1986 | Fuente: Terceiro Tempo - Uol
Fuente: Terceiro Tempo – Uol

Con los años se convirtió en un estudioso del deporte. Dejó Brasil para formarse en el Instituto Nacional de Deporte en París y, años después, en Michigan perfeccionó su método y su inglés. Era la década de los 60 y decidió regresar a casa. El Palmeiras le ofreció un puesto en su equipo de acondicionamiento pero pocos años después lo cambió por una casa enfrente de la playa de Santos y un puesto de asistente de entrenamiento. Empezaba a asomar la cabeza un joven de 16 años. El nombre lo sabrán.

El preparador físico comenzó a desarrollar en el club alvinegro un método de acondicionamiento físico —conocidos como Interval-Training y Circuit-Training— que se volvería reconocido en su país natal. Durante años, y bajo su batuta, el tándem que formó con Pelé continuó guiando a esa ‘máquina de marcar goles’ llamada Santos y, finalmente, al Cosmos de Nueva York.

Por recomendación de Pelé y como condición obligatoria para su fichaje, además del salario que le convertiría en el deportista mejor pagado del mundo, Mazzei llegó al Cosmos como técnico asistente y entrenador de acondicionamiento.

Entre el 80 y el 82 pasó a formar parte de la junta directiva y, aquella última campaña, ascendió a dirigir a la primera plantilla del club neoyorquino. Ganaron el cuarto título liguero de la historia del club y se convirtió en el entrenador con mejor porcentaje de victorias en la North American Soccer League a pesar de que su historia pasó desapercibida hasta para las cámaras.

El fútbol naciente

Profundizar en la figura de Mazzei, un revolucionario en los métodos físicos en Brasil y, posteriormente, en Estados Unidos, implica hablar del desarrollo del deporte de pelota en el norte de América. Está constatado que el fútbol entró en el país a través de Ellis Island.

El islote de New Jersey tuvo varios usos hasta que, a principios del siglo XX, se transformó en la principal aduana de la ciudad por la que circularon más de 12 millones de pasajeros. Italianos, polacos, alemanes, griegos, eslavos o brasileños fueron algunas de las nacionalidades que pasaron los controles de entrada al país. Muchos llegaron con un deporte que ya comenzaba a ganar globalidad en Europa pero que no calaba en Estados Unidos.

Las pausas comerciales forman parte del esqueleto de producción de los grandes deportes de masas americanos. El fútbol, con un solo descanso, y sin el glamour de las grandes estrellas de otros juegos como el baseball, el basketball o el hockey, quedaba recluido a los márgenes de las ciudades, allí donde comunidades como la italo-americana florecieron y echaron raíces.

Hasta que, en 1966, un juego inglés se televisó por las pantallas de medio país. Aquel año los estadounidenses descubrieron a 100.000 personas en Wembley para presenciar un Inglaterra – Alemania Federal. Gordon Banks, Bobby Moore, Bobby Charlton… frente a un conjunto cuya manija corría a cargo de un joven de 21 años. Lo que no sabían los estadounidenses es que aquel bávaro, Franz Beckenbauer, ayudaría a instaurar la cultura de fútbol años más tarde, llevando el timón del Cosmos en Nueva York.

El siguiente Mundial, el de 1970 en México, sería el último de Pelé. Aquella final entre la dos veces campeona Brasil e Italia no despertó gran interés entre la población local, pero sí para dos empresarios del sector musical apasionados del deporte que vieron un filón en aquel juego.

La Super Bowl culminaría por esa época una fase de expansión brutal del fútbol americano y se convirtió en un gran espectáculo de masas, pero en las sombras se estaba gestando un súper equipo de fútbol que despertaría la pasión al otro lado del Atlántico Norte. Con la ayuda y la pasión de Steve Ross, empresario de la televisión que se convirtió en director ejecutivo de Time Warner, fueron hasta el final con la idea de crear un equipo de cero.

El primer equipo profesional en Nueva York eran los Mets, en honor al Metropolitan… «¿Qué había más importante que el Metropolitan? -comenta en el documental Clive Toye, cofundador de la NASL en 1967- El Cosmopolitan (Club). Y quedó el Cosmos».

Reyes del pop

Aquella constelación de estrellas se sustentó en el sueño de aquellos dos locos que alucinaron con México’70. Dos hermanos de origen turco: Ahmet y Nesuhi Eretegun. Los productores de Warner, con el entusiasmo de Ross por el esférico, consiguieron elaborar un plan que permitiese crecer y expandir la fiebre del soccer por Estados Unidos.

Trasladaron la idea con un equipo universal en el sentido más literal de la palabra. El equipo era una amalgama de nacionalidades. Por allí incluso pasó un gallego: Santiago Formoso. Pero para ser eternos necesitaban estrellas. Y Pelé ya tenía una carrera de súper estrella. Una inmensa trayectoria labrada a base de goles en Santos y la Seleçao, con la que ganó tres entorchados mundiales —1958, 1962 y 1970— pero sobre todo un carisma sin igual que marcó un antes y un después en la forma de entender el juego y todo lo que le rodea.

En su país natal, Pelé era un icono mediático sin igual. Hasta tal punto que su fichaje por el Cosmos se topó con las reticencias del gobierno brasileño. A Pelé le dijeron que en Madrid o en la Juve ganaría más títulos, pero que en Nueva York se ganaría un país entero. Al Pelé cantante, amante de la moda y el diseño, actor o celebrity le acompañaron en su odisea americana otros elementos que formaron un cóctel perfecto.

La primera temporada se dió en unas condiciones algo precarias. «Raphael —de la Sierra, vicepresidente—, es el primer y el último partido que juego aquí». Era domingo por la tarde de 1975 y Pelé acababa de maravillar a un estadio abarrotado en su debut ante Dallas.

Estaba situado en Randall’s Island, la unión entre el Bronx, Brooklyn y Manhattan, rodeado por el río Harlem y el del este. «¿Cómo puede ser eso, Pelé? ¿No has visto que éxito?», le espetó el directivo cubano. «Lo más importante de mi vida son mis pies… ¡y tengo hongos!», dijo en referencia a unas manchas de color verdoso en sus dedos. El club tuvo que explicarle que habían coloreado de verde el césped para ocultar las calvas que presentaba el campo.

Beckenbauer con la camiseta del NY Cosmos enfrentándose a Maradona | Fuente: Public domain, via Wikimedia Commons
Beckenbauer con la camiseta del NY Cosmos enfrentándose a Maradona | Fuente: Public domain, via Wikimedia Commons

Giorgio Chinaglia, con la misma gran fama de problemático que facilidad para perforar redes contrarias, desembarcó en NY en la segunda temporada del astro brasileño en suelo americano. Allí continuó con su fama y acrecentó una relación con Steve Ross que le haría estar muy cerca del poder.

En lo que nos importa, los goles, cosechó 193 en poco más de 200 encuentros. Ganó cuatro títulos ligueros, rompió todos los récords de dianas y fue máximo anotador aquellos cuatro años. A aquel equipo le faltaban dos patas elementales: en la fase de contención y en la de creación.

Aquel mediocentro rubito de la Alemania Federal del que hablábamos era necesario por Nueva York. A pesar del enfado personal de Chinaglia, quien se vio tercero en discordia de aquel legendario equipo, ‘El Káiser’ Beckenbauer llegó para apuntar una serie de títulos que afianzarían el legado del Cosmos. Junto a él llegó Carlos Alberto. Amigo personal de Pelé, ‘Capitán de la Tri’ y uno de los mejores laterales de aquella Brasil que conquistó Mundiales y de la historia. Ambos llegaron en el 77 para, inmediatamente, ganar. Cayeron títulos en el 77 y el 78 para acabar de encumbrar sus carreras.

Uno de los equipos más legendarios de la historia consiguió ampliar la globalización de la pelota allá por los 70. Estados Unidos sumó un nuevo deporte con el que disfrutar y los aficionados ganamos historias tan icónicas como aquella zamarra blanca y verde del Cosmos que puso el broche perfecto a la carrera de uno de los más grandes de la historia. Ocurrió una vez en la vida, pero quedó para siempre.

También te puede interesar… Garrincha y el Mundial de los menos inteligentes

¿Te ha gustado? Nos ayudaría mucho que lo compartieras