Michael Robinson, foto para Wikipedia | Malopez 21 / Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International
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CARLOS RODRÍGUEZ LÓPEZ

@Carlosrlop

El fútbol es la empresa que más currículums desecha. Con todo y con eso, niños y niñas del mundo entero ansían con devoción vivir de patear la pelota. La criba es silenciosa y cada vez más voraz. Conforme pasan los años, son cientos de miles los que caen de la puja y otros tantos los que suben su apuesta. Por eso la rueda nunca deja de girar.

Siempre llega otra generación dispuesta a intentarlo, pues la simple oportunidad de jugar a la lotería que tantos deseamos ganar basta para dar sentido a toda una infancia. Muchos quisimos ser como Michael, pero solo unos elegidos lo consiguen. El resto nos quedamos con las ganas. Quizá un hijo, quizá un nieto…puede; pero tú, ya no. Ni todos asumimos la hostia de la misma manera, ni todas son igual de dolorosas. Cuanto más se demora el rechazo, más duro es el golpe. Pura matemática del ‘casi’: el que casi lo consigue es quien más ha perdido. La inmensa mayoría de los desdichados mandarán la pelota al carajo y, desde entonces, la de aficionado será la única relación que mantengan con el fútbol.

Otros, una vez descartado el vivir de la patada, nos encaminamos a intentar vivir del cuento, el de todo lo que gira en torno a la pelota. Menos candidatos y más oportunidades que para llegar a futbolista, pero ninguna garantía de alcanzar la preciada meta. En ese camino, pronto asoma un referente: Michael Robinson, el Maradona de los contadores del fútbol. Desde entonces, los aspirantes a vivir del cuento de la pelota volvemos a querer ser como Michael.

A todos nos llegará el momento en el que el recuerdo sustituya al propósito, la muerte. Ahí ya no habrá diferencia entre los que somos de pelota y los que nunca lo fueron. Futbolistas del fútbol, contadores del fútbol, aficionados al fútbol e indiferentes al fútbol compartiremos entonces el mismo deseo: que se nos recuerde con una sonrisa. Al final, todos querremos ser como Michael.

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