DANIEL EGUREN
Imágenes cedidas por Cristian Rodríguez ‘Killy’
Se bajan del auto, cierran bien y empiezan la caminata de dos cuadras que los llevará hasta la entrada. Van de la mano, como cuando el Killy era niño y ahora es solo metáfora. Caminan en silencio los primeros pasos que, mientras avanzan, rompen con un sonoro: “Querido”, al cruzarse con el primer conocido.
Llegan temprano, como siempre, atraviesan la entrada y siguen por un terraplén de pasto hasta la parte derecha de la tribuna. Se abrazan con los más amigos, hasta llegar a su lugar de siempre. Se sientan y miran a la cancha, el escenario del deseo de toda la semana. Al rato aparecen los equipos, sale el naranja y se escucha el bramido del puñado de hinchas, entre todas las voces sobresale la de Ludys, áspera, arenosa: “Suamérica nomásss”. Se miran, se aprietan las manos y empiezan a sufrir.
Saben sufrir, aprendieron y tal vez por eso sufren menos. El sufrimiento es el nervio que los une. Esta es la historia del Killy y Ludys, “hinchas enfermos”, como ellos dicen, del Sud América. Es una historia de fidelidad y apego, una historia más heroica que gloriosa, que se ubica en Uruguay, pero podría ambientarse en cualquier país del hemisferio.
A comienzos del año 1914, un grupo de amigos que habitaban la zona del Barrio Reus, devenida en Villa Muñoz, se juntaron en un Bar de la Aduana montevideana y tuvieron la iniciativa de fundar un club de fútbol. Luego de algunas reuniones decidieron llamarlo: Sud América Football Club, como un homenaje al continente, años después cambiaría su nombre a Institución Atlética Sud América.
Su fundación formal quedó marcada el 15 de febrero de ese año. Eligieron el color rojo para sus uniformes pero cuando fueron a la tienda de telas no quedaban de ese tono y aprovecharon una oferta de tela anaranjada. Desde entonces fueron apodados “los buzones”, por la similitud con los recipientes de correspondencias de la época.
Cristian Rodríguez, el Killy para todos lo que lo conocen, es el menor de 3 hermanos, nació en Montevideo el 6 de Agosto de 1996 pero un día antes, su padre Ludys lo inscribió en la Institución Atlética Sud América para asegurarle la identidad. “Soy socio de Sud América antes que ciudadano de la República Oriental del Uruguay”, dice Killy con orgullo mostrando su carnet con el número: 10699.
Este detalle que me impresiona es algo normal para ellos, parte de una tradición familiar. Sus hermanos, Martín y Andrea, recibieron el mismo regalo antes de abrir sus ojos. Y el viejo Ludys, hace 61 años, fue presentado como socio por su tío Norberto Gordiola, primero de la dinastía, cuando su madre estaba en pleno trabajo de parto. Ludys es considerado socio vitalicio por haber pasado más de 30 años, de forma ininterrumpida, como socio activo. Su carnet muestra el número vitalicio: 278.
A la izquierda, Ludys, Killy y Norberto en una foto familiar. A la derecha el carnet de Norberto Gordiola (1948) | Cedidas
Sud América empezó su actividad profesional en el año 32, tres años después inauguró su estadio bautizado como “El Fortín” que cambió de nombre en el 74 para homenajear a uno de sus presidentes y hasta hoy lleva por nombre “Parque Carlos Ángel Fossa”. Agarrado del alambrado del Fossa, cuenta Ludys que el Killy aprendió a caminar.
“Sud América es como una familia, a mi me conoce todo el mundo. Durante años fui el único niño que iba a la tribuna repleta de adultos”, dice Killy. Ahí hizo sus primeras travesuras, corría haciendo la línea que transitaba el juez asistente, atormentándolo durante toda la tarde con gritos nada santos.
Siente que forma parte de una selecta hermandad: “Sud América es mucho más que un club, es todo, un estilo de vida. Aprendí que abrazar la victoria con extraños no es igual de satisfactorio que abrazar un puñadito de victorias y sufrir un montón de derrotas con los tuyos, con gente a la que vos pertenecés, gente que te aprecia y gente con la que te une una misma pasión”.
«Pequeño gigante del fútbol de un país campeón mundial…” , así empieza el actual himno de la Institución Atlética Sudamérica y ciertamente lo es. Apenas llega a unos 100 socios activos y no ha tenido un gran brillo deportivo, pero se ha sabido levantar ante un montón de adversidades. Es de esos equipos que sube y baja.
En su historia, de más de un siglo, solamente salió campeón de un torneo Intermedio y siete veces en la B o segunda división. Los grandes jugadores que salieron de su cantera son pocos pero notables: Alcides Ghiggia, Oscar Míguez y Juan Burgueño, campeones del mundo en el Maracanazo del ’50, Antonio Alzamendi, campeón de América con la selección uruguaya y del mundo con River Plate de Argentina, Jorge Siviero fue el único sudamericano goleador del campeonato uruguayo en primera división, Darío Rodríguez y Vicente Sánchez quienes formaron parte de la selección celeste en años más recientes y el maestro Oscar Washington Tabárez, actual director técnico de la selección uruguaya.
“Para nosotros ver el cuadro entrar a la cancha, ver la camiseta naranja en la cancha ya es premio y es hermoso, es lo mas grande que hay” dice Killy. Actualmente deben peregrinar por distintas canchas de Montevideo ya que el Parque Fossa “lo están remodelando con aporte de hinchas, de socios y volveremos por nuestros pocos medios, de la mano del verdadero motor que es su gente. Sus pocos, pero fieles hinchas”.
Esos que, a todo pulmón, han mantenido a flote al equipo haciendo de todo, hasta cosas paranormales: “En nuestra cancha había un arco donde no hicimos goles en todo el campeonato. Errábamos penales; no había manera de que la pelota entrara en ese arco. Contratamos a una bruja para que exorcice el arco y al siguiente partido, creer o reventar, hicimos un gol”, disfruta contando Killy.
Sud América tuvo años de esplendor económico a a partir de 1960, cuando Roque Santucci, su presidente visionario y corajudo, decidió adquirir el Palacio de la Cerveza y convertirlo en el Palacio Sud América, donde se organizaban los bailes más famosos de la época. Esto permitió al club gozar de una solvencia económica que mantenía al equipo y realizar costosas contrataciones de grandes jugadores de ese tiempo.
Se convirtió en el “tercer grande” del fútbol uruguayo, junto a Peñarol y Nacional, en el aspecto económico y llegó a tener casi 4.000 socios. Ese gran brillo económico no se vio reflejado en los resultados deportivos y a partir del año 81, luego de la contratación del argentino Roberto Perfumo como técnico, y el gasto que implicó todo su proyecto, comenzó la debacle. Tuvieron que hipotecar, primero, y terminar vendiendo al Palacio. Los socios fueron desapareciendo mientras se multiplicaban las deudas. En el año 1996, Sud América se instaló en la segunda división durante largos años.
‘Sangre Naranja’, pancarta que se puede ver en el estadio ‘El Fortín’ donde juegan ‘Los buzones’. En 2014, ese mismo campo se engalanó para celebrar que IASA de Uruguay regresaba por la puerta grande a la Primera del país charrúa | Cedidas
Cristian, el Killy, nació justamente en ese año que bajaron. Pasó la infancia entrenando el sufrimiento. Viendo finales perdidas, robadas, acostumbrándose al ‘casi casi’. Siempre tuvo a Ludys al lado, animándolo, diciéndole: “negro, quedáte tranquilo que antes que yo me muera vamos a volver a primera y vamos a ir al estadio juntos a ver a Sud América contra Peñarol y Nacional”. Era el sueño de ambos, estar juntos cuando llegara el ascenso.
En 2014, cuando Sud América cumplía un siglo de existencia y el Killy aún no llegaba a su mayoría de edad, llegó el milagro. Después de 17 años volvieron a Primera. El Killy recita de memoria a la formación que cumplió el presagio de su viejo: “Irazún en el arco, Agustín Lucas y Savio Martínez en la saga, Fernando Pascual por derecha, Federico Pérez por la izquierda, Angelo Paleso y Javier Favarel como doble 5, Ángel Luna por un lado, Federico Gallego, el hijo pródigo del club, mi ídolo, por el otro y arriba jugaban Maureen Franco y alternaban Santiago Gonzáles, Gonzalo Malán, Martín Monroy y Brian Aldave”.
Fueron juntos al estadio Centenario a ver al equipo de toda su vida. Les pregunto si fue su momento más feliz y coinciden en que todo el año fue hermoso, pero no se percibe la desbordante emoción que uno supondría. Killy se guarda para el final la historia más emocionante, pero antes aclara: “Mi viejo para mí es todo. Entre el carnaval y el fútbol le debo todo lo que soy. En mi infancia Sud América perdía y él me enseñaba cosas que iban más allá del fútbol. Yo aprendí a entender que la pasión era mucho más que fútbol porque mi viejo se encargó muchas veces de mostrarme que hay un mundo más allá”.
Y termina con la historia que resume todo: “Año 2007, yo tenía 11 años, Sud América venía muy complicado para pagar y participar en el torneo de segunda división. Era un hecho que Sud América no jugaría y con mi viejo estábamos escuchando la radio, esperando en la cocina de mi casa, que dijeran que Sud América no jugaba y faltando cinco minutos un hincha pagó. Cuando anunciaron que Sud América podría jugar nos abrazamos con mi padre, llorando, porque podríamos volver a ver al equipo en cancha. Eso es impagable, no, es imposible de explicar”.
De la alegría se puede volver, dice Eduardo Sacheri, pero no de las lágrimas. “Porque cuando uno sufre por su Cuadro, tiene un agujero inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada”.
Ludys y Killy habían llorado juntos por saberse vivos, por mantener ese vínculo que los unió siempre. Durante años, aprendieron que existir es más importante que ganar o perder. Que cuando el triunfo es esquivo siempre habrá un próximo sábado de fútbol. Que la vida sigue y que para ellos, por suerte, seguirá siendo de color naranja.