CARLOS RODRÍGUEZ LÓPEZ
“En el Mundial del ’70, la dictadura brasileña hizo suya la victoria de la selección de Pelé: «Ya nadie para a este país», proclamaba la publicidad oficial. En el Mundial del ’78, en un estadio que quedaba a pocos pasos del Auschwitz argentino, la dictadura argentina celebró ‘su’ triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras sus aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar. Y en el 80, la dictadura uruguaya se apoderó de la victoria local en el llamado ‘Mundialito’, un torneo entre campeones mundiales, aunque fue entonces cuando la multitud se atrevió a gritar, por primera vez, después de siete años de silencio obligatorio. Rugieron las tribunas: «Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar…»»
EDUARDO GALEANO
El poder de convocatoria del fútbol no tiene comparación. Un mensaje difundido a través de este deporte puede llegar mucho más lejos que la mejor campaña de marketing de la historia. Por eso se espera tanto de él en luchas como la de la homofobia o el racismo. Sin embargo, como muchas otras herramientas, el fútbol también puede volverse contra el pueblo si cae en las manos equivocadas.
Las dictaduras europeas del siglo XX entendieron pronto el impacto cultural que generaba la pelota. Ya no solo era útil para entretener a la población, también podía ser la mejor carta de presentación para el régimen. Organizar un campeonatos se había convertido en la mejor campaña publicitaria. La idea cruzó el charco y caló entre algunos gobiernos autoritarios de Sudamérica. En 1980, el régimen dictatorial de Uruguay ideo un gran evento como guinda a una presumible victoria en las urnas. No contaban con que aquello se volviese en su contra…
Así se ‘fabricó’ el Mundialito
Montevideo, 1930. Uruguay vence a Argentina en la final del primer Mundial de la historia. La fiebre por el balón inunda entonces el pequeño país sudamericano, que se afianzará rápidamente como una de las mayores factorías de talento futbolístico del planeta. Veinte años más tarde, conseguirán su segundo campeonato intercontinental en uno de los episodios más importantes de la historia del fútbol: el Maracanazo.
Montevideo, 1980. Uruguay vuelve a convertirse en epicentro futbolístico al organizar la Copa de Oro, torneo que pretende conmemorar el 50 aniversario de primer mundial. Tras el telón balompédico, la maquinaria propagandística de la dictadura militar de Aparicio Méndez, que encuentra en este torneo la mejor carta de presentación internacional para el cambio constitucional que planea.
Méndez, miembro del consejo de la dictadura cívico-militar desde el 73 —cuando fue disuelto el Parlamento uruguayo—, había sido nombrado en 1976 Presidente de la República. El pueblo charrúa vivía desde entonces sus años más oscuros, con la persecución de todo aquel que alentase la vuelta a la democracia. En el ocaso de los años 70, el gobierno ultimaba los detalles para el cambio constitucional. Se celebraría un plebiscito el 30 de noviembre de 1980 en el que se votaría para que el régimen pudiese prolongar su mandato de forma legítima.
Meses antes del referéndum, la prensa no deja lugar a las dudas, Méndez ganará la votación con holgura. Es entonces cuando un grupo de empresarios locales hace una propuesta a los gobernantes. ¿Por qué no organizar un campeonato conmemorativo del primer mundial de la historia, días después del plebiscito, para mejorar la imagen gubernamental? La idea gusta a los militares, que ordenan a la Asociación Uruguaya de Fútbol organizar el evento junto a la FIFA.
El torneo se llamará Copa de Oro de Campeones, aunque el pueblo lo rebautizará como Mundialito. Se enfrentarán los seis países que han levantado un mundial hasta entonces, aunque Inglaterra declina la invitación. Su lugar lo ocupará Holanda —subcampeona en el 74 y el 78— que competirá por un puesto en la final con Italia y los anfitriones en el grupo A. En el B, Brasil, Alemania Occidental y Argentina pelearán por el otro puesto en la final. Un cartel de lujo.
Un Maracanazo sin balón
Llegó el 30 de noviembre y con él la segunda sorpresa más grande de la historia de Uruguay. Un nuevo Maracanazo, esta vez sin balón de por medio. El pueblo salió a votar y venció el ‘NO’. La derrota de Méndez en el plebiscito no supuso su marcha, aunque sí el comienzo de una reapertura democrática que culminaría en 1985, con el fin de la dictadura.
El Mundialito, que arrancó días después, pasó de acción propagandística gubernamental a celebración popular. El 10 de enero, los charrúas vencieron en la final a la Brasil de Sócrates, haciendo estallar de júbilo a un pueblo que se sentía en racha. Campeones en las urnas y en el campo con apenas días de diferencia, dictaron sentencia desde la grada: «se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar…»
¿Quién podría lograr algo así? Uruguay, nomás.