LUCAS MÉNDEZ VEIGA
«Puede que lo que ocurriese aquel día tuviese que ocurrir. Por el Torquay United». En la llamada Costa Azul de Inglaterra, un pueblo humilde y algo dejado vivió su particular historia de salvación. Su club de fútbol, símbolo para su comunidad local, fue protagonista de una de las historias más auténticas del fútbol modesto de las islas. En los 80, el perro Bryn salvó al Torquay United de desaparecer.
Torquay, ciudad de vacaciones
En la punta suroeste de Inglaterra, Torquay era un pueblo acogedor. En las décadas de los 70 y 80 se convirtió en una especie de reclamo turístico, un remanso de paz en los extraños veranos en las islas. Sin embargo, su complicado enclave, muy alejado de Londres —a algo más de tres horas por carretera—, acabó por sumir al pueblo en el más absoluto abandono y ostracismo. El equipo local, el United, ataviado con equipaciones amarillas con pantalones azules al más puro estilo sueco, jamás logró pasar de la League One, tercera división inglesa.
Los fieles aficionados del Torquay United se conformaban con buenas temporadas de mediocridad. Algo así como un campaña tranquila, media tabla. No fue así hacia finales de los 80. En 1987, la Football Association inglesa optó por instaurar ascensos y descensos automáticos: el equipo que quedase primero, ascendería; el que quedase último, acabaría por bajar. En el humilde estadio de Plainmoor, el equipo del pueblo llevaban dos años consolidado como el peor equipo profesional de Inglaterra.
Aquella temporada 86/87 no podían descender. El equipo estaba muy vinculado al pueblo, ya en constante estado de abandono, algo similar a lo que le ocurría a las instalaciones del Torquay United. El pueblo vivía de los ingresos del turismo por lo que el duro revés con el abandono de la localidad fue casi definitivo para todos. Sin apenas ingresos, el club se debatía entre la subsistencia a duras penas y la desaparición. Un descenso supondría la peor de las suertes.
Por eso, desde el club se pusieron a trabajar en una gran contratación para el puesto de entrenador. Desde Bournemouth llegaría Stuart Morgan, entonces parte del staff de un mítico preparador inglés como Harry Redknapp. Lo que no se esperaba el bueno de Morgan esra encontrarse un equipo sin jugadores y con una grada totalmente calcinada por las llamas. Un misterioso incendio, solo seis días después de que ocurriese lo mismo en una de las gradas del campo del Bradford City, quemó parte de la grada más antigua reduciendo el aforo del viejo estadio hasta los 5.000 asientos.
Por Inglaterra en microbús
Con un presupuesto ridículo y sin ningún afán competitivo, Stuart Morgan tuvo que tirar de contactos para poder armar un equipo. El preparador galés convenció a buenos peloteros de las divisiones bajas para que se uniesen a la desesperada para salvar al club. Paul Dobson, con fama de delantero contrastado en las divisiones humildes del profesionalismo inglés aunque algo alocado, se unió al proyecto. También el guardameta Kenny Allen, con buenos reflejos pero de mecha rápida. El otro gran puntal de aquel conjunto sería el auténtico protagonista de esta historia. Jim McNichol era lateral derecho pero tenía fama de gran llegador. Solo así se explica que acabase su carrera con más de medio centenar de goles.
Sin embargo, aquel equipo hecho a jirones no encontró la regularidad en todo el campeonato. Digamos que lo que sí practicó con asiduidad fue la derrota. Tampoco ayudaban las circunstancias. El equipo se movía por toda Inglaterra en un microbús destartalado. «La primera vez que vi llegar aquel vehículo pensaba que era el de los aficionados. Después me di cuenta que era el transporte de los jugadores», declaró el técnico Stuart Morgan en el documental de Netflix Losers: The Jaws of Victory.
Horas y horas de autocar, unos apiñados encima de otros, para llegar con el tiempo encima a los estadios rivales. Muchas veces en aquella infausta campaña llegaron antes los aficionados que los propios jugadores. Su técnico, para desentumecer los músculos, obligaba a sus pupilos a hacer a pie los últimos kilómetros hacia el estadio. Así irían estirando.
El Torquay United vagó en los últimos puestos de la League Two hasta la última jornada de liga. El panorama era poco alentador. Con 47 puntos y antepenúltimo, tenía por debajo al Burnley, con 46, y por encima al Lincoln City, con 48. Su último partido era contra un ya salvado Crewe Alexandra en el que empezaba a asomar un joven mediocentro de nombre David Platt que acabaría jugando en equipos como la Juve, la Sampdoria, el Arsenal o el Mundial de Italia’90 con los Three Lions.
The Great Escape
El llamado ‘Crunch Day’ (día de la verdad) solo confirmó que aquel equipo estaba abocado a abandonar el profesionalismo. En una primera parte bajo el sol abrasador de la ‘Riviera inglesa’, el Crewe se marchó al descanso con un 0:2 en el electrónico y un dominio apabullante sobre el césped reseco del Plainmor Ground. Aun así, no todo estaba perdido ya que sus rivales no estaban cumpliendo su parte.
La afición local se temía lo peor. El descenso implicaría la desaparición del equipo del pueblo y, con él, se iría alguna de las últimas esperanzas de éxito y prosperidad para Torquay. En la segunda mitad, y viendo que los jugadores no reaccionaban, el tumulto en las gradas empezó a crecer. El nerviosismo se apoderó del público, por lo que la policía local, alertada de posibles actos vandálicos de confirmarse lo peor, desplegó un gran operativo sobre el mismo terreno de juego.
Decenas de agentes con perros policía se dispusieron pegados a las líneas de cal para evitar una invasión de campo y posteriores consecuencias fatales. En medio del tumulto, llegó el 1:2 y un minúsculo halo de esperanza. Jim McNichol, como decíamos protagonista absoluto de la historia, marcó de falta. No quedaba mucho de encuentro y el Torquay United atacó a la desesperada. Sin orden ni táctica, los jugadores de Stuart Morgan colgaban balones al área rival esperando un milagro llovido del cielo.
Nadie imaginó que ese milagro dolería tanto. Delante de la grada más enajenada del Plainmor, un perro alsaciano de cuatro años y color negro azabache estaba inquieto junto a su dueño, el agente Harris. Casi 90 kilos de perro policía para parar a todo un graderío fuera de sí. En una de esas jugadas de carambola, el balón acabó traspasando la línea de fuera de banda, al lado de Bryn, nuestro canino. McNichol no tenía tiempo que perder y se fue disparado hacia ese balón para sacar de banda con rapidez. No se imaginaba que aquel perro confundiría sus prisas con un ataque a su amo y respondió hincándole las fauces en todo el muslo derecho.
El agujero era profundo. La sangre no dejaba de brotar. El partido moría y el Torquay ya había hecho el cambio permitido en aquellos tiempos. Cuatro minutos tardó en ser vendado y continuar sobre el terreno de juego el lateral de aquel conjunto, en todo un alarde de esa bravura tan típica de un fútbol añejo que muchos dicen echar de menos. Por los transistores del banquillo, en el tiempo que el partido permanecía detenido, los chicos de Morgan escucharon que el Lincoln City perdía frente al Swansea. Un empate les valía.
La igualada llegó como tenía que llegar para redondear esta historia sinsentido. En el tercero de los cuatro minuto de añadido —justo el tiempo que había tardado en reponerse y ser vendado Jim—, Paul Dobson cazó un balón rebotado cual pinball en medio del área. Ahora sí que se había desatado la locura. El Torquay había obrado la machada: permanecer en el profesionalismo regateando a la desaparición y al olvido más absoluto del pueblo.
Tras 17 puntos de sutura, reparando la piel dañada, Jim McNichol recapituló sobre lo ocurrido. «Después me di cuenta que no había sido Paul (Dobson) quien nos había salvado. Había sido el p*** perro«.
Así fue como la historia de Bryn, el perro que salvó al Torquay mordiendo a un futbolista, se convirtió en una de esos relatos que ya forman parte del folclore del futbol.
Thanks Teignmouth Heritage for sending a photo of ‘that’ game in 1987. Bryn the dog+Jim McNichol+Paul Dobson=Survival pic.twitter.com/dsuEvrZT0a
— Torquay United FC (@TUFC1899) July 2, 2014