JAVIER CAMINERO HUERTAS
El 29 de octubre de 2009, el Villarreal de Ernesto Valverde, Marcos Senna, Santi Cazorla o Robert Pirès, entre otros, visitó Puertollano para disputar la ida de los dieciseisavos de final de la Copa del Rey. Aquella noche el clima no acompañaba, pero eso era lo de menos. Lo único que tenía en mente el chavalín de once años que hoy con veintidós escribe estas líneas era que, cuando saliera de su clase de inglés, su tío le estaría esperando para llevarle al Estadio Sánchez Menor. Allí jugaba sus partidos la Unión Deportiva Puertollano, que por aquel entonces militaba en la Segunda División B.
Aunque el camino al estadio era el de siempre, lo de aquel jueves fue distinto. En Puertollano no se hablaba de otra cosa durante los días previos al partido y la ilusión era prácticamente palpable. En una ciudad pequeña y sin un buen proyecto deportivo que aunara a su gente bajo una misma pasión, el cruce contra el ‘Submarino Amarillo’ hizo que muchos viviéramos por primera vez ese ambiente tan indescriptible como característico de las grandes citas. Y eso, obviamente, iba más allá del partido en sí. Toda la ciudad se volcó para apoyar a su equipo en una eliminatoria que todavía hoy se recuerda. A pesar de que el resultado se viera eclipsado por la emoción que suponía el mero hecho de disputar el encuentro, el empate a uno de la ida dio alas al Puertollano, que estuvo a punto de rematar la machada en el partido de vuelta. Sin embargo, la calidad del Villarreal fue suficiente para desequilibrar la balanza en su estadio (1- 0) y pasar a la siguiente ronda.
En su libro En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, el filósofo británico Simon Critchley aborda el complejo concepto del tiempo desde una perspectiva balompédica. Para él, el espectador que asiste a un partido de fútbol se sumerge en un presente que, durante noventa minutos, es eterno. Aquella noche de 2009, el tiempo se paró en Puertollano. En el minuto 14, Valdés abrió la lata e hizo que las más de cinco mil almas que abarrotamos el estadio nos sintiéramos inmortales y capaces de todo. Ese gol nos hizo volar.
Por otra parte, Critchley también apunta que en el momento en que el árbitro señala el final del partido este pasa a ser historia. Es el sonido de un silbato el que sentencia qué es parte de la eternidad y qué queda como un simple recuerdo más. Dentro de esa enorme nebulosa de memorias, sin embargo, las hay que trascienden gracias al contexto y circunstancias en que ocurren y se hacen un hueco en el imaginario de quienes las viven. Los presentes en el Sánchez Menor aquel día tuvimos la fortuna de comprobar cómo algo que se da en un terreno de juego puede tener la grandeza necesaria para formar parte de la historia. ¿El causante de ello? Robert Pirès.
Ese 29 de octubre de 2009, Robert Pirès cumplió 36 años. Ya en el ocaso de una carrera más que prolífera, el francés jugó ese partido como lo que era para él a esas alturas: uno más. Cuando anotó el gol del empate en el minuto 72, Pirès entró de lleno en la memoria de los aficionados de la Unión Deportiva Puertollano. Él, acostumbrado a que fueran grandes logros los artífices de su éxito y popularidad (fue campeón del mundo y de Europa con Francia y formó parte del Arsenal de ‘Los Invencibles’), dejó marcada a una ciudad por su gol en unos dieciseisavos de Copa del Rey.
Aquel gol de Pirès dio a Puertollano uno de los mayores recuerdos futbolísticos de su historia. Aquel gol de Pirès, por ser él quien lo marcó y por el contexto en el que lo hizo, convirtió a ese recuerdo en un elemento permanente de la memoria de la afición del Puertollano. Robert Pirès, en definitiva, hizo historia el 29 de octubre de 2009 en Puertollano. Y, muy probablemente, no lo sabe.
Dicen que, cuando algo nos hace felices, no somos capaces de procesarlo hasta que ha pasado un tiempo y podemos analizar la situación con perspectiva. Personalmente me gusta pensar que, si Pirès supiera el peso que tuvo su gol —del cual tal vez ni se acuerde—, se pondría feliz. A mí, en su momento, me hizo ilusión ver en directo cómo un jugador de renombre marcaba en el estadio del equipo de mi ciudad natal. Ahora, once años más tarde y siendo plenamente consciente de lo que supuso, sé que aquel gol de Pirès me hizo feliz.