Salah, 'el faraón' | Fuente: Elaboración propia
Salah, ‘el faraón’ | Fuente: Elaboración propia
DAVID FERREIRO PÉREZ

@ferrekt

Hacía miles de años que Egipto tenía vacante el puesto de faraón, que para ellos era el rey de su antiguo territorio. Narmer fue considerado el primero en el 3150 a.C., del que se dice que reunificó el territorio bajo su mando.

La última, en el 30 a.C., Cleopatra. Desde entonces, y con la ocupación romana de los territorios del norte de África, el puesto había quedado vacante… hasta ahora.

Haciendo un guiño a la historia, muchos osaron proclamarse el título con el balón en los pies, pero ninguno se había merecido tal honor. Hasta que apareció un tal Mohamed Salah. Aunque él rehúsa de tal calificativo, sus actos denotan que no hay mejor merecedor de dicho apodo que él. Salah I.

Desde la humildad

Comenzó su carrera en el El-Mokawloon El-Arab Sporting Club, en el que ya destacó desde el primer momento. Lució su clase en la liga egipcia durante tres temporadas, antes de dar el salto a Europa casi por casualidad y por culpa, en parte, de una tragedia.

Ocurrió en el año 2012, cuando dos de los equipos más importantes del país, el Al-Masry y el Al-Ahly, se medían en el campo con un fuerte trasfondo político en las gradas en el contexto de la Primavera Árabe, las revueltas del norte de África en contra de los gobiernos de cada país ocurridas en los primeros años de la década de los años 10.

Muchos de los seguidores del equipo visitante, el Al-Ahly, habían formado parte de la revuelta popular a favor de derrocar al dictador Hosni Mubarak de 2011, que terminó con su mandato autoritario tras 30 años en el poder. Mientras, por otro lado, los ultras locales del Al-Masry eran defensores del gobierno de Mubarak, por lo que tenían planeado una vendetta.

De la euforia al pánico

Fueron unos apasionantes 90 minutos en los que se respiraba cierta tensión, pero nadie podía imaginar lo que iba a pasar cuando el balón dejara de rodar. Tras el pitido final y con un marcador de 3-1, los ultras del Al-Masry decidieron que los tres puntos no eran suficientes y saltaron al campo para perseguir y agredir a los jugadores y aficionados del equipo contrario.

Las piedras y las botellas comenzaron a volar en una de las revueltas más violentas del mundo del fútbol. El resultado, devastador: 74 personas perdieron la vida (72 seguidores del Al-Ahly, un policía y un aficionado del Al-Masry) y al menos 1.000 resultaron heridos. Este terrible episodio fue bautizado como la Tragedia de Puerto Saíd, haciendo referencia al estadio del conjunto local. 

In memoriam

Uno de los homenajes a las víctimas fue la organización de un partido amistoso entre el FC Basel suizo y la selección sub23 egipcia, en la que estaba ‘Mo’ Salah. Nuestro protagonista entró tras el descanso y firmó una actuación memorable que terminó de bordar con un doblete que significó el triunfo para los ‘faraones’ por 4-3.

Su nivel no pasó desapercibido y en cuestión de días su rival terminó siendo su equipo. El Basel no dudó y le ofreció dos semanas a prueba de las que seguramente sobraron todos los días después del primer entreno.

Un año y medio en Suiza en el que levantó dos ligas, fue tiempo suficiente para que su nombre empezara a sonar en Europa, haciéndose grande en los dos encuentros ante el Chelsea FC en la Champions League.

Precisamente Stamford Bridge sería su siguiente destino, aunque como blue apenas contó con oportunidades. Un año después, y con solo 19 partidos disputados con el Chelsea, se marcha cedido a la Fiorentina durante media temporada para no abandonar, nunca más, el primer nivel competitivo.

Como jugador viola, Salah demostró que el episodio de Puerto Saíd le había tocado muy de cerca al considerarse un hombre de paz y amante de su país. Le pareció inadmisible que sus compatriotas hubieran llegado hasta tan lejos y a modo de homenaje, lució la camiseta con el 74 en su espalda, en honor al número de fallecidos en aquella fatídica tarde.

Ídolo fuera y dentro del campo

El resto de la historia es por todos conocida. Al año siguiente volvería a salir cedido, esta vez a la AS Roma, subiendo cada vez más su nivel. Los romanos ‘volvieron’ a conquistar Egipto y se hicieron con la propiedad del faraón por una suma estimada en unos 20 millones.

Ya desde Roma daría el salto al Liverpool por 42 millones para convertirse en toda una leyenda del club red y uno de los jugadores top del planeta, ganando la Champions League y la tan ansiada —y hasta ese momento, esquiva— Premier.

Y por el camino, la histórica clasificación de su selección al Mundial de 2018 anotando de penalti en el minuto 90 contra el Congo y que suponía la vuelta de Egipto a la copa del mundo tras 28 años de ausencia, lo que le catapultó directamente a las páginas doradas del balompié local, a las que además añadió dos premios a Mejor Jugador Africano del año.

Salah, un ejemplo para los demás

Pero todos los éxitos en el campo se quedan pequeños (como si fuera poco) con todo lo que hace fuera de él. Uno de sus gestos  más recientes es también el más famoso.

Tras anotar el penalti que clasificaba a su selección para la gran cita del fútbol de selecciones, el millonario Mamdou Abbas, gran aficionado al fútbol, le ofreció una gran mansión como recompensa que él, gentilmente, rechazó. En su lugar, Mo Salah le propuso a Abbas que donara el valor de dicha mansión al pueblo que le vio dar sus primeros pasos.

No son públicos grandes dispendios ni lujos en su vida, pero sí su labor filantrópica que define a la perfección la clase de persona que es. Dona habitualmente parte de sus ganancias a hospitales, conventos que ayudan a los desfavorecidos y a escuelas, invirtiendo una buena parte de su dinero en ayudar a su Egipto natal y llegando incluso a fundar una escuela en la región de Basyoun.

Un caso similar al de su compañero de equipo, Sadio Mané, que también invierte gran parte de lo que gana en su país, Senegal. Todo esto eleva a Salah a un nivel superior al que demuestra sobre el terreno de juego, que ya de por sí es muy alto, demostrando la verdadera actitud que debe tener un faraón.

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